¿Cómo convencer a unos gobernantes iletrados y gañanes de que nuestra capacidad para manejar la lengua condiciona directamente la calidad de nuestro pensamiento, no digamos la comprensión de lo complejo? ¿De que cuanto peor la conozcamos y usemos, más tontos seremos? ¿Cómo hacer ver a una gran parte de la sociedad —la irremisiblemente idiotizada— que la Filosofía y la Literatura son lo que nos convierte en personas, en vez de en seres simples y embrutecidos llenos de información y de aparatos tecnológicos con los que —ay— hacer el chorras?
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