Cuando una puerta se cerró, fue como si cerrasen la tapa de un ataúd. El mundo estaba muerto, vacío, sólo quedaba su propio corazón palpitando violentamente contra el pecho, aumentando con cada latido el dolor que se apoderaba de su cuerpo petrificado.
Es asombroso que poco
tiempo se necesita para despedirse y qué poco valor parece tener todo cuando
una sabe que no puede llevárselo consigo.
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