"pero las manos, los ojos, los labios, siervos ignorantes de su pasión, saltaban una y otra vez, anhelando entrelazarse, unirse íntimamente, y por eso los fugaces instantes en que se cogían y se abrazaban temblorosos tras las puertas entornadas, esos tímidos instantes rebosaban gozo y ansiedad a un tiempo."
"Cuando
uno se hace mayor, busca su propia juventud y se alegra tontamente al revivir
pequeños recuerdos."
"—Uno
envejece, pero sigue siendo el mismo."
—No
he olvidado nada de lo que hice contigo. Otto iba con un compañero de colegio,
corrían por delante desbocados…, casi los habíamos perdido en el bosque. Yo lo
llamé a voces una y otra vez y él no volvía, pero lo hice de mala gana, porque
sentía el impulso de estar contigo a solas, aunque entonces todavía fuéramos
unos extraños el uno para el otro.
—Y
hoy —añadió él, intentando bromear, pero ella permaneció muda. «No habría
debido decirlo —pensó sordamente—¿qué me impulsa a comparar constantemente el
hoy con el ayer? ¿por qué no le agrada nada de lo que le digo hoy? Siempre se
entrometen aquellos días, el pasado».
Iban
ascendiendo en silencio. Las casas, pegadas unas a otras, se inclinaban ante
sus ojos iluminadas por una pálida luz, el río serpenteante se arqueaba cada
vez con más claridad en el crepúsculo del valle, mientras los árboles
susurraban y dejaban caer la oscuridad sobre ellos. No se cruzaron con nadie,
sólo sus calladas sombras se arrastraban por delante de ellos y siempre que una
farola iluminaba sus figuras perpendicularmente, las sombras se fundían una con
otra, como si se abrazasen, se ensanchaban ansiando unirse cuerpo con cuerpo en
una sola figura, luego se apartaban una vez más, para volver a abrazarse,
mientras ellos caminaban cansados, respirando profundamente. Él observaba
hechizado ese curioso juego, el cogerse y alejarse y volverse a coger de
aquellas figuras sin alma, cuerpos de sombra, que, sin embargo, no eran sino
reflejo de los suyos propios; con mórbida curiosidad veía el huir y el
entrelazarse de esas figuras sin ser, y casi se olvidaba de la mujer viva que
tenía a su lado por su negra imagen fluida, fugitiva. No pensaba en nada
determinado y, sin embargo, sentía que, de alguna manera, este tímido juego le
advertía de algo, de algo que yacía en lo más hondo de su ser como una fuente
agitada a punto de rebosar, como si el caudal de sus recuerdos creciera y se
acercara a él inquietante y amenazador. Pero ¿qué era…? Aguzó todos sus
sentidos. ¿Qué le evocaba ese paseo entre las sombras del bosque dormido?
Debían de ser palabras, una situación, algo vivido, oído, sentido, algo
envuelto en una melodía, algo enterrado en lo más profundo, que no había tocado
en años y años.
Y,
de repente, se abrió una grieta centelleante en la oscuridad del olvido: eran palabras, un poema
que ella le había leído una vez en su habitación al caer la tarde. Un poema,
sí, en francés, evocó las palabras que, como traídas por un viento cálido que
las arrancaba del pasado, subieron de golpe hasta sus labios y así escuchó,
después de una década, los versos olvidados de un poema en una lengua
extranjera recitados por su voz:
Dans
le vieux parc solitaire et glacé
Deux
Spectres cherchent le passé.
Y
en cuanto su memoria se iluminó con esos versos, acabó de completar la imagen:
la lámpara ardiendo con su luz dorada en el salón oscuro donde ella le había
leído a la caída de la tarde este poema de Verlaine. La veía entre las sombras
de la lámpara tal y como estaba sentada aquella noche, cerca y lejos a un
tiempo, amada e inalcanzable; sintió de repente su mismo corazón de entonces
palpitando de excitación, oyó la voz de ella columpiándose sobre la sonora onda
de los versos; en el poema —aunque sólo en el poema— podía oír cómo pronunciaba
la palabra «nostalgia» y la palabra «amor», en una lengua extranjera, es
cierto, y dirigidas a un extraño, pero oírlas al fin y al cabo con el tono
embriagador de esta voz, de su voz. ¿Cómo había podido olvidar durante tantos
años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello,
huyeron de la embarazosa conversación buscando un punto de encuentro más amable
en los libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando
brilla el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo, como la
luz que atraviesa la fronda de arbustos, chispeante, intangible, y sin embargo
llenándonos de una dicha inefable? ¿Cómo había podido olvidarlo durante tanto
tiempo? ¿Y cómo había recuperado, también de repente, ese poema perdido? Sin
darse cuenta, tradujo para sí aquellos versos:
En
el viejo parque gélido y nevado,
dos
sombras buscan su pasado.
Y
al recitarlos los entendió, la llave luminosa y pesada que descubría su secreto
cayó en sus manos, desde la sima donde dormía se alzó una asociación clara,
aguda, arrancada de sus recuerdos: las sombras de las que se hablaba allí
estaban sobre el camino, sus sombras habían removido y despertado aquellas
palabras, sí, pero todavía había más. Estremeciéndose de miedo descubrió de
repente una segunda interpretación que lo aterró; habían sido unas palabras
proféticas, cargadas de sentido. ¿Acaso no eran ellos mismos esas sombras que
buscaban su pasado dirigiendo absurdas preguntas a un entonces que ya no era
real? Sombras, sombras que querían convertirse en algo vivo y que no lo
lograban. Ni ella ni él eran los mismos y, sin embargo, seguían buscándose
afanosamente, siempre en vano, huyendo y reteniéndose, esforzándose
denodadamente, cuando carecían de ser y de fuerzas para lograrlo, como los
negros fantasmas que tenían ante sus pies."
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