lunes, 16 de diciembre de 2024

Viaje al pasado. Stefan Zweig.

"pero las manos, los ojos, los labios, siervos ignorantes de su pasión, saltaban una y otra vez, anhelando entrelazarse, unirse íntimamente, y por eso los fugaces instantes en que se cogían y se abrazaban temblorosos tras las puertas entornadas, esos tímidos instantes rebosaban gozo y ansiedad a un tiempo."

 

"Cuando uno se hace mayor, busca su propia juventud y se alegra tontamente al revivir pequeños recuerdos."

 

"—Uno envejece, pero sigue siendo el mismo."

 

—No he olvidado nada de lo que hice contigo. Otto iba con un compañero de colegio, corrían por delante desbocados…, casi los habíamos perdido en el bosque. Yo lo llamé a voces una y otra vez y él no volvía, pero lo hice de mala gana, porque sentía el impulso de estar contigo a solas, aunque entonces todavía fuéramos unos extraños el uno para el otro.

—Y hoy —añadió él, intentando bromear, pero ella permaneció muda. «No habría debido decirlo —pensó sordamente—¿qué me impulsa a comparar constantemente el hoy con el ayer? ¿por qué no le agrada nada de lo que le digo hoy? Siempre se entrometen aquellos días, el pasado».

Iban ascendiendo en silencio. Las casas, pegadas unas a otras, se inclinaban ante sus ojos iluminadas por una pálida luz, el río serpenteante se arqueaba cada vez con más claridad en el crepúsculo del valle, mientras los árboles susurraban y dejaban caer la oscuridad sobre ellos. No se cruzaron con nadie, sólo sus calladas sombras se arrastraban por delante de ellos y siempre que una farola iluminaba sus figuras perpendicularmente, las sombras se fundían una con otra, como si se abrazasen, se ensanchaban ansiando unirse cuerpo con cuerpo en una sola figura, luego se apartaban una vez más, para volver a abrazarse, mientras ellos caminaban cansados, respirando profundamente. Él observaba hechizado ese curioso juego, el cogerse y alejarse y volverse a coger de aquellas figuras sin alma, cuerpos de sombra, que, sin embargo, no eran sino reflejo de los suyos propios; con mórbida curiosidad veía el huir y el entrelazarse de esas figuras sin ser, y casi se olvidaba de la mujer viva que tenía a su lado por su negra imagen fluida, fugitiva. No pensaba en nada determinado y, sin embargo, sentía que, de alguna manera, este tímido juego le advertía de algo, de algo que yacía en lo más hondo de su ser como una fuente agitada a punto de rebosar, como si el caudal de sus recuerdos creciera y se acercara a él inquietante y amenazador. Pero ¿qué era…? Aguzó todos sus sentidos. ¿Qué le evocaba ese paseo entre las sombras del bosque dormido? Debían de ser palabras, una situación, algo vivido, oído, sentido, algo envuelto en una melodía, algo enterrado en lo más profundo, que no había tocado en años y años.

Y, de repente, se abrió una grieta centelleante en la  oscuridad del olvido: eran palabras, un poema que ella le había leído una vez en su habitación al caer la tarde. Un poema, sí, en francés, evocó las palabras que, como traídas por un viento cálido que las arrancaba del pasado, subieron de golpe hasta sus labios y así escuchó, después de una década, los versos olvidados de un poema en una lengua extranjera recitados por su voz:

Dans le vieux parc solitaire et glacé

Deux Spectres cherchent le passé.

Y en cuanto su memoria se iluminó con esos versos, acabó de completar la imagen: la lámpara ardiendo con su luz dorada en el salón oscuro donde ella le había leído a la caída de la tarde este poema de Verlaine. La veía entre las sombras de la lámpara tal y como estaba sentada aquella noche, cerca y lejos a un tiempo, amada e inalcanzable; sintió de repente su mismo corazón de entonces palpitando de excitación, oyó la voz de ella columpiándose sobre la sonora onda de los versos; en el poema —aunque sólo en el poema— podía oír cómo pronunciaba la palabra «nostalgia» y la palabra «amor», en una lengua extranjera, es cierto, y dirigidas a un extraño, pero oírlas al fin y al cabo con el tono embriagador de esta voz, de su voz. ¿Cómo había podido olvidar durante tantos años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello, huyeron de la embarazosa conversación buscando un punto de encuentro más amable en los libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando brilla el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo, como la luz que atraviesa la fronda de arbustos, chispeante, intangible, y sin embargo llenándonos de una dicha inefable? ¿Cómo había podido olvidarlo durante tanto tiempo? ¿Y cómo había recuperado, también de repente, ese poema perdido? Sin darse cuenta, tradujo para sí aquellos versos:

En el viejo parque gélido y nevado,

dos sombras buscan su pasado.

Y al recitarlos los entendió, la llave luminosa y pesada que descubría su secreto cayó en sus manos, desde la sima donde dormía se alzó una asociación clara, aguda, arrancada de sus recuerdos: las sombras de las que se hablaba allí estaban sobre el camino, sus sombras habían removido y despertado aquellas palabras, sí, pero todavía había más. Estremeciéndose de miedo descubrió de repente una segunda interpretación que lo aterró; habían sido unas palabras proféticas, cargadas de sentido. ¿Acaso no eran ellos mismos esas sombras que buscaban su pasado dirigiendo absurdas preguntas a un entonces que ya no era real? Sombras, sombras que querían convertirse en algo vivo y que no lo lograban. Ni ella ni él eran los mismos y, sin embargo, seguían buscándose afanosamente, siempre en vano, huyendo y reteniéndose, esforzándose denodadamente, cuando carecían de ser y de fuerzas para lograrlo, como los negros fantasmas que tenían ante sus pies."

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