-Creo que me marcho - remata la cerveza en dos buches-. Tengo lío allí. Volveré tarde.
Antes de regresa a la calle, el beso circunstancial: un beso breve, apenas un roce de labios, que ninguno de los dos hace ningún esfuerzo por enfatizar o disfrazar de cariño.
Miraba por él, lo cuidaba, en eso se parecía a su madre. Realmente no tenían demasiado en común, pero tampoco había que obsesionarse con la búsqueda del alma gemela. Con que se llevaran bien, con que mirara por sus necesidades básicas y fuera divertida, era suficiente.
La savia nueva, el músculo, el futuro, eran un hatajo de encorbatados -ellos- y enchaquetadas - las menos, ellas-, en su mayor parte licenciados y posgraduados, no pocos con dominio solvente de un segundo e incluso un tercer idioma con nóminas por lo general más propias de un repartidor de pizzas, en el mejor de los casos en el umbral del mileurismo, con las pagas extras prorrateadas y con horas extras tan frecuentes como invisibles en el salario.
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