Ya hace tiempo que me consta que en el país al que sirvo se han perdido todas las referencias acerca de la gravedad o frivolidad de los asuntos. La culpa la tienen, supongo, un sistema de educación en caída libre, unos padre demasiado distraídos y unos líderes más ocupados en ocultar sus propias fechorías que en transmitir a los ciudadanos un ejemplo de congruencia.
Nunca terminaré de manejarme bien con la onomástica actual. En mi época sólo podía ponérsele cualquier nombre a un perro, lo de las personas eras lo que eran.
No puedo evitarlo. Me caen bien los jefes que saben de su mayor utilidad, a veces la única, es dejarse usar por sus subordinados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario