domingo, 11 de febrero de 2018

El ruido de las cosas al caer. Juan Gabriel Vásquez.

- No me diga que se va a ir ahora. Entre y se toma el último joven, ya que estamos hablando tan rico.
- Es que yo tenía que irme, Ricardo.
- Uno no tiene sino que morirse.

...Y hablaban de intenciones y proyectos, convencidos, como sólo pueden estarlo los amantes nuevos, de que decir lo que uno quiere es lo mismo que decir quién es.

El mundo estalló. Estalló el ruido: el de los gritos, el de los tacones sobre los suelos de madera, el ruido que hacen los cuerpos que huyen.

Tantos lobos. Lorenzo Silva.

Ya hace tiempo que me consta que en el país al que sirvo se han perdido todas las referencias acerca de la gravedad o frivolidad de los asuntos. La culpa la tienen, supongo, un sistema de educación en caída libre, unos padre demasiado distraídos y unos líderes más ocupados en ocultar sus propias fechorías que en transmitir a los ciudadanos un ejemplo de congruencia.

Nunca terminaré de manejarme bien con la onomástica actual. En mi época sólo podía ponérsele cualquier nombre a un perro, lo de las personas eras lo que eran.

No puedo evitarlo. Me caen bien los jefes que saben de su mayor utilidad, a veces la única, es dejarse usar por sus subordinados.

viernes, 2 de febrero de 2018

Rendición. Rai Loriga

...Se obedece porque conviene y se duda porque se piensa. Y si una cosa salva la vida, la otra al parecer salva el alma.

Una vez que se admite que Dios no lo ha elegido a uno para nada extraordinario, se empieza a vivir de veras como se tiene que vivir, con los pies y las manos dentro de un círculo marcado en la arena, sin pisar más allá de lo que te toca ni querer coger lo que no es tuyo.

La gente hace como que le importa mucho lo de los otros pero no me creo que sea verdad, ni aquí ni en ningún otro sitio. Tampoco creo que les importe a los curas, para ser sincero, ni me parece posible que Dios nos conozca a todos por el nombre. En fin, que cuando se trata de lo que un hombre lleva en el corazón o en la cabeza, no hay más que un hombre al que le importe, y por eso desde muy chico decidí no andar por ahí contándole mis cosas a nadie. Ahora que ni siquiera yo era capaz de reconocer mis propias dudas, ni si sentía de veras esto o lo otro, me había quedado más solo que la una y más callado que mi pequeño Julio, pues supongo que él al menos hablaría para sí con la voz clara de su alma, algo que yo sin arme ni cuenta había dejado de hacer. Como si fuéramos dos que caminábamos juntos sin hablarnos.

...Jamás había soñado con llegar a estos extremos, con ser tan feliz frente a la adversidad, y sobre todo a mi pesar.