domingo, 17 de diciembre de 2017

La ridícula idea de no volver a verte. Rosa Montero

Nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día (lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo que recordaba hace veinte años); lo que quiere decir que nuestra identidad también es ficcional, puesto que se basa en la memoria. Y sin esa imaginación que completa y reconstruye nuestro pasado y que le otorga al caos de la vida una aparienciade sentido, la existencia sería enloquecedora e insoportable, puro ruido y furia.

Cuántas veces mentimos las mujeres a los hombres; en cuántas ocasiones fingimos saber menos de lo que sabemos, para que parezca que ellos saben más; o les decimos que les necesitamos para algo, aunque no sea cierto, sólo para hacerles sentir bien; o les adulamos descaradamente para celebrar cualquier pequeño logro. Y hasta nos resulta enternecedor constatar que, por muy exagerada que sea la lisonja, nunca se dan cuenta de que les estamos dando coba, porque en verdad necesitan oír esos halagos, como esos adolescentes que precisan de un apoyo extra para poder creer en sí mismos. Si: son capaces de ir alfrente a combatir en guerras espantosas; de arriesgar la vida subiendo al Everest; de atravesar selvas procelosas para encontras las fuentes del Nilo, pero, en lo emocional, en lo sentimental, en la realidad de cada día, los hombres nos parecen francamente débiles.

Debemos ganarnos la vida y esto nos obliga a convertirnos en un engranaje de la máquina. Lo más dolorososon las concesiones que nos vemos forzados a hacer a los prejuicios de la sociedaden la que vivimos. Debemos hacer más o menos concesiones dependiendo de que nos sintamos más débiles o más fuertes. Si uno no hace suficientes concesiones, lo aplastan; si hace demasiadas, es innoble y se desprecia a sí mismo.

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