martes, 16 de enero de 2018

La Iglesia Católica. Hans Kung.

¿Se habría visto Jesús envuelto en conflictos peligrosos si hubiera puesto tan radicalmente en cuestión a los círculos religiosos dominantes, a sus camarillas y las prácticas religiosas tradicionales de tantos católicos piadosos y fundamentalistas? ¿Qué sucedería si iniciara acciones públicas de protesta contra el modo en que la piedad se practica en el santuario de los sacerdotes y sumos sacerdotes y se identificara con las preocupaciones de un "movimiento de la iglesia popular de base"?
Si el papado del periodo siguiente se hubiera orientado más hacia Gregorio que hacia León en su consideración del ministerio, la "eclesia catholica" de la Edad Media podría haberse desarrollado siguiendo la línea de la Iglesia primitiva, y la iglesia habría podido convertirse en una communio católica con una constitución democrática colegiada y una primacía romana del servicio. Pero el papado del periodo posterior se orientó más hacia el papa León, e intentó edificar una iglesia jerárquica de constitución autoritaria y monárquica, siguiente el ejemplo de los emperadores romanos, con una primacía del gobierno.
La iglesia papal absolutista se declaró a sí misma madre. En la iglesia primitiva y en la iglesia bizantina, se concebía todavía como hermandad (koinionia, communio), desprovista de una autoridad centralista sobre todas las iglesias. Por el contrario, la iglesia católica de occidente en tiempo de Gregorio VII e Inocencio III se presentaba a sí misma como una iglesia que en fe, leyes, disciplina y organización se orientaba por completo hacia el papa. Aquí hallamos la obsesión por un monarca absoluto que, como único señor detentara la supremacía de la iglesia.
La iglesia, gobernada por la ley, precisaba una ciencia de la ley eclesiástica. Desde sus inicios la iglesia primitiva y la iglesia bizantina fueron incorporadas legalmente al estado imperial, y así siguieron. Por el contrario, desde la Edad Media la iglesia católica de occidente desarrolló una ley eclesiástica propia, con su propia ciencia y su propio derecho canónico, que igualaba en complejidad y sofisticación a la ley del estado, pero que ahora se centraba totalmente en el papa, el pontífice absoluto, legislador y juez del cristianismo, al que todos, incluido el emperador, quedaban subordinados.
Esta iglesia tan poderosa reclamaba la dominación del mundo. En la iglesia primita y en la iglesia bizantina, el poder de la iglesia quedaba sujeto a un sistema de "sinfonía" y armonía, una sociedad en la cual el poder temporal dominaba de hecho al poder espiritual. En contraste con esto, desde la Edad Media la iglesia de occidente, a través del papado, se presentaba como un cuerpo de primer rango, que a veces conseguía también un poder casi total sobre el poder secular. Según el punto de vista papal, los emperadores y los reyes quedaban subordinados al papa por su condición de "pecadores".
La elección de los obispos tenía ahora lugar en el seno del clero y la nobleza de la diócesis, y desde el siglo XIII en el capítulo catedralicio, aunque rara vez se elegía un obispo que resultara inaceptable para Roma.
La iglesia militante llamaba a la guerra santa. Las iglesias ortodoxas de oriente también se enzarzaban en la mayoría de los conflictos políticos y militares del imperio bizantino, y a menudo legitimaban teológicamente las guerras, o incluso las instigaban. Pero solo en el cristianismo occidental podía hallarse la teoría (agustiniana) del uso legítimo de la violencia como método de expansión del cristianismo. Contrariamente a la tradición de la iglesia primitiva, hubo guerras de conversión, guerras contra los paganos y guerras contra los herejes, ciertamente, en una perversión absoluta de la cruz, hubieron cruzadas, incluso contra hermanos cristianos.
Las cruzadas se consideraron un asunto propio del cristianismo occidental, y se decían aprobadas por Jesucristo, pues el papa había emitido personalmente sus llamamientos para las mismas como portavoz de Cristo Dado que las cruzadas normalmente reunían a cientos de miles de hombres, a menudo en territorio enemigo, carentes de las provisiones básicas y sometiéndolos a esfuerzos indescriptibles, no habrían si posibles sin un auténtico entusiasmo religioso, pasión y a menudo incluso una psicosis de masas.
Este papa también proclamó la primera gran cruzada contra los cristianos en occidente en el cuarto concilio de Letrán de 1215; contra los albigenses (cátaros "neomaniqueos") del sur de Francia. La cruel guerra albigense, que duró veinte años y destacó por las crueldades inhumanas de ambos bandos, llevó al exterminio de amplios sectores de la población y representó una vergüenza para la cruz y una perversión de lo cristiano. No es de extrañar que en aquellos tiempos empezara a extenderse la idea, entre las protestas de grupos de carácter evangélico, de que el papa era el Anticristo y que se cuestionara si el Jesús del Sermón de la Montaña, el hombre que había proclamado la no violencia y el amor a los enemigos, habría aprobado una empresa bélica semejante. ¿Acaso no estaba sufriendo la cruz del Nazareno una perversión hasta convertirse en su opuesto si, en lugar de inspirar la carga cotidiana de la cruz por parte de los cristianos, legitimaba las guerras sangrientas desatadas por los cruzados, que portaban la cruz sobre sus vestiduras?

Una iglesia de hombre célibes establecía la prohibición del matrimonio. En las iglesias orientales el clero, obispos aparte, seguía casándose y, por lo tanto, estaba mucho más integrado en las estructuras sociales. Por el contrario, el clero célibe de occidente quedaba totalmente separado del pueblo cristiano, sobre todo por su situación no matrimonial; disfrutaban de una posición social preeminente y distintiva que, debido a su "perfección" y a su moral más elevada, era en principio superior al estado laico y quedaba única y totalmente subordinada al papa de Roma. Más aún, el papa gozaba ahora y por primera vez, del apoyo de uan fuerza auxiliar célibe y omnipresente dotada de una organización central, preparada y móvil: las órdenes mendicantes.

Hubo indignantes cazas de brujas de esposas de sacerdotes en las casas de los clérigos. Tras el segundo concilio de Letrán de 1139, el matrimonio de los sacerdotes se consideró a priori nulo y a las esposas de los sacerdotes, concubinas.

A partir de entonces se promulgó una ley universal y obligatoria para el celibato, aunque en la práctica, y hasta los tiempos de la Reforma, solo se observaba bajo ciertas condiciones, incluso en Roma.

Inocencio IV en particular, un gran papa jurista, fue más allá. Autorizó a la Inquisición a  que permitiera a las autoridades seculares la tortura para arrancar confesiones. Los tormentos físicos que esto causó a las víctimas de la Inquisición sobrepasan cualquier descripción. Solo la Ilustración eliminatoria la inhumanidad de la tortura y la hoguera para los herejes, pero la Inquisición romana seguiría adelante con otros nombres ("Santo Oficio", "Congregación para la Doctrina de la Fe"), e incluso hoy en día sus procedimientos siguen principios medievales.

Ideal franciscano: Paupertas, Humilitas, Simplicitas.

La cuestión básica sigue siendo: ¿debería la iglesia católica ser una iglesia acorde con el espíritu de Inocencio III o acorde con el espíritu de Francisco de Asís? Recordemos los puntos clave en el programa de Francisco:
Pobreza: Inocencio III defendía una iglesia de riqueza y esplendor, de codicia y escándalos financiero. Pero ¿acaso no habría sido posible también una iglesia de políticas financieras transparentes, que se contentara con lo que tenía y no insistiera en sus demandas, que fuera un ejemplo de íntima renuncia a las posesiones y de generosidad cristiana, y que no suprimiera la vida del Evangelio y la libertad apostólica sino que las impulsara?
Humildad: Inocencio III defendía una iglesia de poder y de gobierno, de burocracia y de discriminación, de represión y de Inquisición. ¿No podría concebirse una iglesia modesta, amistosa y dialogante, formada por hermanas y hermanos y hospitalaria incluso para los disidentes, cuyos líderes se entregaran al servicio sin pretensiones y mostraran solidaridad social, que no excluyera de su seno a las nuevas fuerzas religiosas y a las ideas, sino que hiciera un uso fructífero de ellas?
Sencillez: Inocencio III defendía una iglesia cuyos dogmas resultaban excesivamente complejos, la casuística moral y la salvaguarda legal, una iglesia con un derecho canónico que todo lo regía, una escolástica que todo lo sabía, y un "magisterium" que temía toda innovación. Pero ¿acaso no habría sido posible también una iglesia de buenas nuevas y alegría, una teología orientada al Evangelio, que prestara atención a las gentes en vez de limitarse a doctrinales desde arriba, no solo como una "iglesia oficial" que únicamente enseña, sino una iglesia del pueblo que mantuviera franco el aprendizaje?

Fue la devoción mariana sino el papismo lo que provocó el cisma entre las iglesias de oriente y occidente, del mismo modo en que no fue el marianismo sino el papismo el que más tarde provocaría la ruptura en el seno de la iglesia de occidente.

Los cardenales, nombrados por el papa, a menudo preferían la curia al concilio. Pero también después del concilio los obispos y abades no pensaban permitir que el "bajo clero" y el laicado tomaran parte en el proceso de toma de decisiones en el seno de la iglesia. Y los monarcas temían aún más las ideas conciliares ("por democráticas") y, por tanto, estaban más interesadas en la preservación del statu quo eclesiástico que en la reforma del papado.

Desde el concilio de Trento, la iglesia se fue encerrando progresivamente en el "bastión" católico romano, desde el cual, en los siglos posteriores, atacó usando las mismas viejas armas de las condenas, la prohibición de libros, las excomuniones y las inhabilitaciones a los cada vez más numerosos "enemigos de la iglesia",

La "libertad del cristiano", propia de la Reforma, había contribuido de modo decisivo al énfasis moderno en la responsabilidad, la mayoría de edad y la autonomía.

Mucha gente habla apropiadamante de una traición al concilio (Vaticano II), una traición que ha alejado a incontables católicos de la iglesia en todo el mundo. En lugar de las palabras del programa conciliar, hallamos una vez más los lemas de un magisterio tan conservador como autoritario. En lugar de aggiornamento hallamos las tradicionales enseñanzas católicas al completo... En lugar de colegialidad del papa con los obispos, de nuevo hallamos un centralismo romano aún más estricto... En lugar de apertura al mundo moderno, hallamos un número creciente de acusaciones, quejas y lamentaciones sobre la supuesta asimilación y una defensa de las formas más tradicionales de la piedad... En lugar  de diálogo de nuevo hallamos una Inquisición fortalecida y un rechazo hacia la libertad de conciencia y docencia en el seno de la iglesia... En lugar de ecumenismo, de nuevo se hace énfasis en lo estrictamente católico romano... En muchos lugares, en cuestiones de moral sexual,  matrimonios mixtos y ecumenismo, los sacerdotes y los fieles hacen en silencio lo que les parece correcto según los evangelios y de acuerdo con los impulsos del Vaticano II.

Este papa (Juan Pablo II) ha librado una batalla escalofriante contra las mujeres modernas que ansían una forma de vida acorde con los tiempos, prohibiendo el control de la natalidad y el aborto (incluso en caso de incesto o violación), el divorcio, la ordenación de las mujeres y la modernización de las órdenes religiosas femeninas.

Muchas personas se preguntan: ¿qué sentido tiene toda la cháchara social sobre la humanidad, la justicia y la paz si la iglesia esquiva esos problemas sociales y políticos, en los cuales podría realizar contribuciones decisivas? ¿De qué sirven todas las pomposas confesiones de culpabilidad si el papa excluye a sus predecesores, a sí mismo y a "la iglesia" y no las completa con acciones de arrepentimiento y reforma?

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