Una mujer con algo serio que ocultar -sobre todo si era casada- solía reaccionar con más sangre fría que otra obligada a disimular un simple flirt.
- ¿Y cuál es tu pecado?
- Quizás anteponer todavía, de modo burgués, los sentimientos a la idea colectiva de la humanidad.
Alzó él una mano, solicitando una pausa que le permitiera comprender aquello.
- ¿Y qué tiene eso de malo? - inquirió al fin.
- Quien antepone los sentimientos es culpable.
- ¿De qué?
- Comete errores que ponen en peligro la revolución internacional... Actúa objetivamente como agente del fascismo.
- La democracia es una forma camuflada del capitalismo, y el fascismo, su forma declarada.
- Está hablando de morir.
- Eso no es tan horrible. Los seres humanos llevamos millones de años muriendo.
- ¿Y tu vida?... ¿Tu felicidad?
- La vida no es más que una preocupación burguesa -lo miraba como si acabase de insultarla-. Y la felicidad, un problema de ingeniería social.
En ese punto, ella hizo una pausa. Cuando habló de nuevo, su voz sonaba dura y arrogante.
- Antes hablaste de fe... Yo tengo fe. Eso incluye saber qué papel juego en el engranaje. Estar dispuesta a aceptar las órdenes.
- ¿Todas?
- Todas.
- ¿Incluso ser sacrificada por los tuyos, si llegara el caso?
Eva lo miraba como se mira a un niño incapaz de comprender, o a un idiota.
- No se trata de sacrificio, sino de formar parte de algo históricamente tan correcto, inevitable y evidente como los postulados de Euclides.
Para un marino a bordo de un barco, pensaba, lo mismo que para el soldado en la batalla o para el feligrés arrodillado ante un sacerdote, la enormidad de la propia insignificancia resultaba tan evidente que el único consuelo era imaginarse gobernados por hombre que poseían certezas en lugar de preguntas. O algo parecido. Eso explicaba que siempre hubiera alguien dispuesto a arrepentirse de sus pecados, a pelear por una bandera o a tripular un barco en su último viaje.
Sologastúa -prosiguió el Almirante cuando se alejó el barman -anduvo removiendo bien la mierda separatista vasca, y cuando la cosa se puso turbia se largó a Francia con la familia, a ver los toros desde la barrera... Su mujer va de compras con chófer, las hijas beben cocktails y bailan en el Miramar, y él se da la gran vida. Incordia desde aquel lado de la frontera, sin correr riesgos, mientras sus heroicos gudaris se parten el pecho... O se los partimos nosotros.
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