…Así es como acaba una guerra, mi querido Eugène, con un inmenso dormitorio
lleno de tipos exhaustos a quienes ni siquiera son capaces de mandar a casa en
condiciones. Nadie que te diga una palabra o simplemente te estreche la mano.
Los periódicos nos prometían arcos de triunfo, pero nos amontonan en barracones
abiertos a los cuatro vientos. La “emocionada gratitud de una Francia
reconocida” (te juro que lo he leído, palabra por palabra, en Le Matin) se ha
convertido en continuas pejigueras, nos regatean los 52 francos del peculio,
nos escatiman la ropa, la sopa y el café, nos llaman ladrones.
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