Sólo los jóvenes conocen momentos semejantes. No quiero decir los muy jóvenes, no; pues éstos, a decir verdad, no tienen momentos. Vivir más allá de sus días, en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es privilegio de la primera juventud.
Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo.
Una vez allí me abandonó el entusiasmo. La atmósfera administrativa es de tal naturaleza que mata todo lo que vive y respira energía humana, y es capaz de apagar la esperanza, como el temor, bajo la supremacía de la tinta y el papel.
Como todos los marino del puerto, yo sólo era un pretexto para escritos oficiales, para impresos cumplimentados con toda la artificial superior dada que un hombre de pluma y tinta conserva sobre aquellos que tienen que luchar con realidades, fuera de los muros sacrosantos de un edificio oficial. ¡Qué irreales fantasmas debíamos de ser nosotros para él! Simples símbolos que encajar en los libros y en los pesados registros: entidades sin cerebro, sin músculos, sin inquietudes, casi sin utilidad, y desde luego inferiores.
Aunque, en realidad, no hay por qué hablar de servicios leales, pues éstos se hacen por amor propio, por amor al barco, por amor a la vida que se ha elegido, y no por la recompensa.
- Es decir...La verdad es que de nada, bueno ni malo, se debe hacer demasiado caso en esta vida.
- La vida a media máquina -murmuré perversamente- no está al alcance de todo el mundo.
- Todavía debes considerarte feliz si puedes mantenerte a esa velocidad moderada -me replicó, con su aire virtuoso- Y todavía hay más: es preciso que un hombre luche contra la mala suerte, contra sus errores, su conciencia y otras zarandajas por el estilo. Si no, ¿contra qué luchará uno?
(Configuran las líneas generales de un estado de inexperiencia sobre los rasgos de la ingenuidad, honradez, impulsividad y autoconfianza, a los que también podría unirse una dosis de idealismo... Es la nueva madurez adquirida por su capitán, quien ahora sabe de sus propias limitaciones y también de su propia valía real, la cual depende no de ilusiones, sino de la firmeza con que en el futuro sea capaz de adherirse a un código de conducta exigente).
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