- Y encima, lo poco de dentro lo
convertimos en arma arrojadiza, de discordia: tal autor es extremeño , aquél es
andaluz, éste valenciano... Nos falta mucho para ser nación civilizada con
espíritu de unidad, como las otras que con justo motivo nos hacen sombra...
Creo que no es el mejor medio recordar siempre, como solemos, la patria de cada
cual. Antes convendría sepultarla en el olvido, y que a ninguna persona de
mérito se la considere otra cosa que española.
- Le repito que tiene usted
razón, almirante. Pero antes ha ronunciado la palabra libertad, donde hay doble
filo. La gente del norte de Europa ve esa palabra de otra manera. Aquí es un
delirio sugerir al pueblo inculto y violento que puede ser dueño de sí mismo.
Esos extremos sentencian la suerte de los reyes. No van éstos a lanzarse al
vacío de las reformas si se cavan la fosa.
- No me saldrá usted ahora con el
carácter sagrado del trono, don Hermes...
-En absoluto. Pero sí con el
respeto que se le debe.
... Sólo un Estado organizado y
fuerte, protector de sus artistas, pensadores y científicos, es capaz de
proveer el progreso material y moral de una nación... Y ése no es nuestro caso.
- Se llaman ilustradas -suena de
pronto la voz del almirante- las naciones que cultivan su espíritu. Y se llaman
civilizadas las que tienen costumbres conformes a la razón... Lo opuesto son
naciones bárbaras, donde imperan los gustos del pueblo grosero y bajo, y como
tal se halaga a éste, y se le engaña.
... Lo que hoy debemos a quienes
lucharon entonces, cuando las consecuencias no eran un titular de periódico o
un comentario de internet, sino el exilio, el descrédito, la prisión o la
muerte.
- Hay libros -apunta escueto,
como si eso lo resumiera todo.
-Exactamente -a Bringas le
chispean los ojos vengativos-. Bendita letra impresa que un día, al fin,
derribará falsos ídolos. Que acabará despertando al pueblo embrutecido.
- Ése es otro punto que admiro y
envidio -suaviza don Hermógenes-: la abundancia de lecturas. Aunque lo de
despertar al pueblo...
- En Francia -lo interrumpe el
abate- el Estado arruina la vida de muchos de los que cultivamos las letras y
las ideas, incluidos impresores y libreros; pero no ha podido arrancar la raíz
de la libertad. Y eso es precisamente gracias a los libros.
- Estamos de acuerdo. Pero le
decía que los despertares del pueblo, así a palo seco, me dan cierto repelús...
... Poco tiene que ver la
suerte... Y mucho la abulia y el desinterés por las artes, las ciencias y la
educación, materias que hacen a los hombres libres.
- Gran verdad -apostilla
Bringas-. Hay una frase típica española que me quema la sangre, muy usada en
materia de colegios y enseñanza: "Es muy humilde el niño", dicen.
Argumentado como elogio, naturalmente... Lo que, traducido, viene a significar:
"Ya ha contraído, gracias a Dios, la enfermedad tan española de la
sumisión, la hipocresía y el silencio".
... Pero en lo tocante a
religiones, Bringas tiene razón. En las nueve mil leguas que tiene el perímetro
del mundo, no hay un solo lugar donde las supuestas órdenes de algún dios no
hayan consagrado algún crimen.
- El hombre es infeliz porque
ignora a la naturaleza. Incapaz de interrogarla de modo científico, no percibe
que ésta, desprovista tanto de maldad como de bondad intrínsecas, se limita a
seguir leyes inmutables y necesarias... O dicho de otra manera, que no puede
actuar de modo distinto al que actúa. Por eso los hombres, en su ignorancia, se
someten a hombres iguales que ellos: reyes, hechiceros y sacerdotes, a los que
su estupidez los hace considerar dioses sobre la tierra. Y éstos aprovechan
para esclavizarlos, corromperlos y volverlos viciosos y miserables.
... En realidad estoy menos
orgulloso de lo que soy de lo que he conseguido no ser.
... Pretender racionalizar el
mundo mediante la observación y la experiencia significa anular la necesidad de
una explicación divina y considerar inútil la digna función eclesiástica.
... Como organismos parásitos,
vivimos uno del otro. Justificamos nuestro papel a uno y otro lado de un pueblo
torpe y brutal, de instintos bajos, cuya posibilidad de redenciónn siempre será
escasa... Incluso aunque nos matáramos a garrotazos surgiría siempre, al fin,
la necesidad de resucitarnos mutuamente. Los pueblos, sobre todo el español,
viven del sueño, del apetito, del odio y del miedo; y eso la gente como usted y
yo, cada cual a su manera, lo administra como nadie. ¿No cree?... Y a fin de cuentas,
recuerde el viejo dicho. Tarde o temprano, los extremos se tocan.
- ¿Cómo era el marido?
-Mayor que ella -dijo, como si
esto lo situara todo en sus justos términos.
- ¿Mucho?
- Lo suficiente para no molestar.
... Con la virtud no se hacen más
que cuadros fríos y tranquilos... A fin de cuentas, son la pasión y el vicio
los que animan las composiciones del pintor, del poeta y del músico.
... En el fondo -dice-, a una
mujer de mundo le gusta saber que hay hombres superiores a otros, más audaces y
elegantes, que no defraudarán su vanidad, no se detendrán ante su pretendida
virtud, y tomarán la iniciativa usando, incluso, la violencia adecuada que
sirva de excusa a la mujer.
¿No es mejor echarse en brazos de
una naturaleza ciega, desprovista de sabiduría y objetivos, que temblar toda la
vida esclavizados por una supuesta Inteligencia Todopoderosa, que ha dispuesto
sus sublimes designios para que los pobres mortales tengan la libertad de
desobedecerlos, y convertirse así en continuas víctimas de su cólera
implacable.
- Sin el hermano de su señora
madre afirma otra cosa, miente como un bellaco... Y si usted insiste, señor, es
un impertinente.
- No le tolero eso.
- Pues revise usted, si es tan
amable, sus límites de tolerancia.
... Además, en España acabaría
mal. En prisión, en el mejor de los casos... He vivido lo bastante para saber
que, allí, diferencia e independencia engendran odio.
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