miércoles, 13 de diciembre de 2023

Monsieur Proust. Céleste Albaret.

Había momentos en que, aún sin parar de hablar, se evadía. Yo lo percibía en sus ojos. Monsieur Proust poseía esta extraña facultad: el don de desparecer mientras su boca continuaba el relato. Y después, con igual brusquedad, su mirada volvía y se posaba de nuevo sobre ti, y era como si le sorprendiera tu presencia. Paraba de hablar un momento, perplejo, y después decía:

-Ah, sí, estábamos diciendo que…

Y el relato continuaba allí donde lo había interrumpido un instante antes. Pero había existido un paréntesis de vacilación, como si la mitad de él hubiera seguido hablando mientras la otra se evadía, y, al regresar esta última, hubieran sido necesarios unos segundos para permitir que las dos mitades volvieran a unirse.

 

Si lo piensa un poco, Céleste, se dará cuenta de que es verdad. Al principio, en los matrimonios reina el amor. Después la vida se impone, y sólo quedan lazos de conveniencia. Sin embargo, hay matrimonios que duran para siempre: por el cariño, por una necesidad más fuerte que todo de seguir juntos, por el gran afecto que nace de la recíproca comprensión.

 

Un día que le pregunté si había vuelto a Illiers más tarde, me respondió:

-No, nunca.

-¿Y eso por qué, Monsieur?

-Porque, Céleste, los paraísos perdidos sólo se encuentran dentro de uno mismo.

 

… a fuerza de mirar, de observar, uno acaba por interesarse en las relaciones y, como los sabios, a través de las relaciones, con reflexión, se llegan a descubrir las leyes… Si no hay memoria, no se puede comparar, y sólo comparando se llega a completar el pensamiento.

 

La verdad de la vida está en la observación y la memoria. Si no, se limita a pasar. He puesto toda mi observación y toda mi memoria en mis personajes, para que sean verdaderos. Para ser verdaderos, tienen que estar completos. Por eso a cada uno le he vestido y peinado a base de los detalles el recuerdo de tantos otros a los que he observado a lo largo de mi vida.

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