Vemos que has llegado al extremo de una
vida humana, cien o más años te agobian: venga pues, llama a tu vida para echar
cuentas. Saca cuánto de ese tiempo se ha llevado tu acreedor, cuánto tu amiga,
cuánto tu rey, cuánto tu cliente, cuánto las peleas con tu esposa, cuánto las reprimendas
a tus esclavos, cuánto tus oficiosas caminatas por la ciudad; añade las
enfermedades que cogemos por culpa nuestra, añade también el tiempo que ha
pasado sin provecho: verás que tienes menos años de los que calculas. Haz
memoria de cuándo te has mostrado firme contigo mismo en tus propósitos, de
cuántos de tus días han terminado como tú habías previsto, de cuándo has tenido
provecho de ti mismo, cuándo una expresión natural, cuándo un espíritu
intrépido, qué obras tuyas quedan hechas en tan largo tiempo, cuántos te han
robado la vida sin que tú te percataras de lo que perdías, cuánto se han
llevado el dolor inútil, la alegría necia, la codicia ansiosa, la conversación
huera, qué poco te han dejado de lo tuyo: comprenderás que mueres
prematuramente. ¿Qué hay, entonces, en este caso? Que como si siempre fuerais a
vivir vivís, nunca se os hace presente vuestra fragilidad, no observáis cuánto
tiempo ha transcurrido ya; lo perdéis como si hubiera a rebosar y en
abundancia, mientras que quizá precisamente ese día que consagráis a algo, bien
una persona, bien una cosa, sea el último. Todo lo teméis como mortales, todo
lo queréis como inmortales. Oirás que dicen los más: «A los cincuenta me
refugiaré en el ocio, los sesenta me librarán de mis obligaciones». Y, en
definitiva, ¿qué garantías de una vida más larga recibes? ¿Quién dará su
consentimiento para que eso salga como dispones tú? ¿No te da vergüenza
reservar para ti los restos de tu vida y destinar a la beneficiosa reflexión
solamente el tiempo que ya no puedes dedicar a cosa alguna? ¡Qué tarde es
empezar a vivir precisamente cuando hay que dejarlo! ¡Qué olvido tan necio de
la condición mortal, diferir hasta los cincuenta o los sesenta años los buenos
propósitos y querer comenzar la vida desde un punto adonde pocos la han
prolongado!
… a vivir hay que aprender durante toda la vida y, cosa que quizá te extrañe más, durante toda la vida hay que aprender a morir.
… ni se pliega a la razón ni se apacigua con la equidad ni se ablanda con ningún ruego el pueblo cuando tiene hambre.