- ¿Cómo puedes estar tan
tranquilo?
- Porque he hecho lo
que tenía que hacer. He demostrado los peligros que puede correr el Poder
cuando pretende controlar a la Cultura. Creo que he conseguido enterrar definitivamente,
además, el concepto de Modernidad. No está mal, ¿verdad?
- Poder, Cultura,
Modernidad… El señor sólo habla de conceptos, la gente le tiene sin cuidado…
- No me apetece
moverme a ras de suelo.
- Pues es la única
manera posible de vivir, imbécil.
- Te estás crispando,
Laura. Trátame con un poco más de respeto, haz el favor.
- ¿Sabes cuál es tu
problema, Víctor?; que te das más importancia de la que tienes. Te creíste el
inventor de la Modernidad. Tu siguiente papel tenía que ser el de destructor de
la Modernidad. ¿Pero qué le importa a nadie la Modernidad, el Poder, la Cultura
y todas esas cosas de las que hablas, mamarracho? ¡Sólo te importan a ti porque
eres incapaz de vivir como una persona normal! ¡Eres incapaz de querer a
alguien, de tirar adelante entre la porquería que nos rodea! ¡Tus tendencias
destructivas son pataletas de niño mimado que ha visto cómo el mundo no era lo
que él esperaba, trucos para ocultar tu impotencia vital…!
- Qué bien hablas,
Laura, me sorprendes…
- No me interrumpas, imbécil… Si tanto asco te da todo, ¿por qué no te suicidabas y dejabas a los demás en paz? No, el señor no podía suicidarse. A lo mejor es imposible. ¡Igual te pegas un tiro y no la diñas porque eres Dios! ¡Enhorabuena si lo eres! Pero ahí fuera nadie es Dios. La gente nace, vive, se enamora, tiene hijos, muere… Eso es lo que hay. Viven ajenos a tus puñeteros conceptos y a tu moralina de mierda. Y eso te molesta. Por eso tú, el Gran Hombre, has tenido que ponerles en su sitio.
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