... hoy se confía muy poco en los elogios fúnebres
o en cómo será uno recordado. Se sabe qeu en realidad nadie es ya recordado,
más allá de las primeras horas compungidas, en las que hay más impresión y
pánico que recapitulación o remembranza.
La dignidad y el despecho tienen sus límites, que pone la necesidad.
La gente adopta una fe y se pone muy seria, después solemne. Empieza a creerse cuanto viene amparado o envuelto por esa fe, y entonces se vuelve estúpida. Si se la contraviene enloquece de rabia, no consiente que se la llame estúpida ni que ese ponga en tela de juicio lo que constituye su totalidad y su repentina razón de ser. A partir de ahí desarrolla un odio meramente defensivo, irracional, hacia cuantos no comparten su fanatismo. Y a los que lo combaten abiertamente los trata con crueldad. Cuando la gente descubre esta última, se instala en ella y la esparce, y tarda mucho en hastiarse de su aplicación... Y luego estaba el único antídoto, ¿te acuerdas? ... Sólo cabe declararle la guerra y aplastarlo.
A través de su mirada asistía a la conversión de esa vida mía en historia, antigüedad, pasado, y cuando eso se da nos preguntamos amargamente por la utilidad de cuanto hicimos, y no nos cuesta llegar a la conclusión de que todo sería lo mismo si no hubiéramos movido un dedo, si no hubiéramos existido ni nos hubiéramos manchado.
Y es entonces cuando comprende que, una vez que uno empieza, una vez que da el primer paso y se tuerce, sólo cabe avanzar por al camino torcido, y retorcerlo.
A bastantes mujeres, además, no les importa tanto el aspecto cuanto la percepción, quiero decir cómo son percibidas ellas por quien se encuentra delante, o a su lado, o enfrente, o incluso a su espalda durante el sueño.
Tal vez era alguien condenado a no mirarse en el antes y a no recordar porque entre sus visiones y sus recuerdos había uno o dos inadmisibles, que sólo pueden mantenerse a raya si uno decide borrarlos todos, los buenos, los consoladores, los malos y los espantosos.
Siempre resulta sospechosa una persona que nunca se permite la vanidad ni el tormento de mirar atrás.
En cuanto la gente sabe un poco, se cree que lo sabe todo y que su opinión sobre lo que sea ha de ser tenida en cuenta...
No podía evitar desearles suerte en la vida que se había construido o forjado, o a la que se habían plegado, o en la que se habían refugiado, o tras la que se habían escondido, tanto daba, no hay nadie que no haga eso, una de esas cosas con la suya.
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