Las lisonjas resbalaban por la personalidad del príncipe como el agua sobre las hojas de los nenúfares: es una de las ventajas de que gozan los hombres que no sólo son orgullosos sino que están acostumbrados a serlo.
Ahora éste se cree que ha venido a hacerme un gran honor -pensaba-, ¡a mí, que soy quien soy, que, entre otras cosas, soy par del reino de Sicilia, título que debe de equivaler al de senador!
Pertenezco a una generación infeliz, a caballo entre los viejos tiempos y los nuevos, que no se encuentra a gusto en éstos ni en aquéllos.
Nos veremos mañana y me dirás cómo ha soportado la revolución el príncipe de Salina.
-Se lo diré ahora mismo en cuatro palabras: dice que no ha habido ninguna revolución y que todo seguirá como antes.
... tan jóvenes y tan enamorados, dejándose llevar por la música, cada uno ciego para los defectos del otro, ambos sordos a las advertencias del destino, vanamente convencidos de que toda su vida discurrirá por un camino tan liso como el suelo del salón; parecían actores principiantes a quienes el director les hiciera representar los papeles de Julieta y de Romeo sin decirles que en la obra figuran también la cripta y el veneno. Ninguno de los dos era bueno, ambos tenían sus intereses, tanto ella como él alimentaban secretas aspiraciones; pero resultaba agradable y enternecedor verlos bailar mientras sus turbias pero ingenuas ambiciones se iban esfumando entre las cariñosas, alegres palabras que él le musitaba al oído, el perfume que envolvía la cabellera de la joven, y el abrazo en que acababan fundiéndose sus cuerpos destinados a morir.
Los dos jóvenes miraban el cuadro con total indiferencia. Para ellos, el conocimiento de la muerte era puramente abstracto, era, por así decirlo, un dato cultural más, no una experiencia que se les hubiese metido en la médula misma de los huesos.
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