martes, 30 de abril de 2019

La Tregua. Mario Benedetti.

"Lo que menos odio es la parte mecánica, rutinaria, de mi trabajo: (...) Ese tipo de labor no me cansa, porque me permite pensar en otras cosas y hasta (¿por qué no decírmelo a mí mismo?) también soñar."

"... tiene por lo menos algo de común conmigo: también es una triste con vocación de alegre".

"Hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la muerte y mirar en seguida el reloj."

"Se sabe inmune, se sabe odiado, pero el escrúpulo no ha sido nunca su especialidad."

"Pero la resignación no es toda la verdad. En el principio fue la resignación; después, el abandono del escrúpulo; más tarde, la coparticipación. Fue un ex resignado quien pronunció la célebre frase: «Si tragan los de arriba, yo también». Naturalmente, el ex resignado tiene una disculpa para su deshonestidad: es la única forma de que los demás no le saquen ventaja. Dice que se vio obligado a entrar en el juego, porque de lo contrario su plata cada vez valía menos y eran más los caminos rectos que se le cerraban. Sigue manteniendo un odio vengativo y latente contra aquellos pioneros que lo obligaron a seguir esa ruta. Quizá sea, después de todo, el más hipócrita, ya que no hace nada por zafarse. Quizá sea también el más ladrón, porque sabe perfectamente que nadie se muere de honestidad."

"Tenía veinte años y era joven; tenía treinta y era joven; tenía cuarenta y era joven. Ahora tengo cincuenta años y soy «todavía joven». Todavía quiere decir: se termina."

"«Yo sé que eso no lo podés entender, que es algo que no cabe en los muchos dedos de frente masculina. Para ustedes hacer el amor es una especie de trámite normal, de obligación casi higiénica, raras veces un asunto de conciencia. Es envidiable cómo pueden separar ese detalle que se llama sexo, de todo lo otro esencial, de todas las otras zonas de la vida. Ustedes mismos inventaron eso de que el sexo lo es todo en la mujer. Lo inventaron y después lo desfiguraron, lo convirtieron en una caricatura de lo que verdaderamente significa. Cuando lo dicen, piensan en la mujer como una gozadora vocacional, impenitente. El sexo es todo en la mujer, es decir la vida entera de la mujer, con sus afeites, con su arte de engañar, con su barniz de cultura, con sus lágrimas listas, con todo su equipo de seducciones para agradar al hombre y convertirlo en el proveedor de su vida sexual, de su exigencia sexual, de su rito sexual (...) Ya sé que hay mujeres que son eso y nada más. Pero hay otras, la mayoría, que no son eso, y otras más, que aunque lo sean, son además otra cosa, un ser humano complicado, egocéntrico, extremadamente sensible. Quizá sea cierto que el ego femenino sea sinónimo de sexo, pero hay que comprender que la mujer identifica el sexo con la conciencia. Allí puede estar la mayor culpa, la mejor felicidad, el problema más arduo. Para ustedes es tan diferente (...) no es cierto que para mí no sea esto un asunto de conciencia. No sé en qué día lo escribí, pero estoy seguro de que dejé constancia de mis vacilaciones, y ¿qué es la vacilación sino un rodeo de la conciencia?"

"En las oficinas no hay amigos; hay tipos que se ven todos los días, que rabian juntos o separados, que hacen chistes y se los festejan, que se intercambian sus quejas y se transmiten sus rencores, que murmuran del Directorio en general y adulan a cada director en particular. Esto se llama convivencia, pero sólo por espejismo la convivencia puede llegar a parecerse a la amistad."

"Sin embargo, a veces nos reímos juntos, tomamos alguna copa, nos tratamos con simpatía. En el fondo, cada uno es un desconocido para los otros, porque en este tipo de relación superficial se habla de muchas cosas, pero nunca de las vitales, nunca de las verdaderamente importantes y decisivas."

"¿qué es lo que quiero, qué es lo que yo preferiría? ¿Que él no fuera marica o simplemente sentirme yo libre de toda culpa? Qué egoístas somos, Dios mío, qué egoísta soy. Aun el sentirme al día con conciencia es una especie de egoísmo, de apego a la comodidad, al confort del espíritu. A Jaime no lo vi."

"Y padecen la más horrible variante de la soledad: la soledad del que ni siquiera se tiene a sí mismo."

"Los celos retrospectivos (por su imposibilidad de rencor, por su falta de desafío, por su improbable competencia) son espantosamente crueles."

"Sé que cuando uno ve las cosas desde fuera, cuando uno no se siente complicado en ellas, es muy fácil proclamar qué es lo malo y qué es lo bueno. Pero cuando uno está metido hasta el pescuezo en el problema (y yo he estado muchas veces así), las cosas cambian, la intensidad es otra, aparecen hondas convicciones, inevitables sacrificios y renunciamientos que pueden parecer inexplicables para el que sólo observa."

"La vida se va, se está yendo ahora mismo, y yo no puedo soportar esa sensación de escape, de acabamiento, de final."

"«Contigo no tengo necesidad de vivir a la defensiva. Me siento feliz»."

"¿Cómo seré yo para quien mire desde lejos?"

miércoles, 24 de abril de 2019

La hija de la española. Karina Sainz Borgo.


Mientras redactaba la inscripción para su tumba, entendí que la primera muerte ocurre en el lenguaje, en ese acto de arrancar a los sujetos del presente para plantarlos en el pasado. Convertirlos en acciones acabadas. Cosas que comenzaron y terminaron en un tiempo extinto. 
Todos nos convertimos en sospechosos y vigilantes, travestimos la solidaridad en depredación. 
Las calles de Caracas reproducían aquellas voces y acentos de quienes habían cruzado el Atlántico, ese mar donde alguien siempre dice adiós. 
Nos descubrimos deseando el mal al inocente y al verdugo. Éramos incapaces de distinguirlos.  
El que no ha nacido ahí dentro, el que no ha crecido aprendiendo a degollar para vivir, no sale de una pieza. 
El fuego solo purifica a quien no posee nada más. Hay tristeza y orfandad en las cosas que arden. 
Estudié el semblante irreal que muestran las ciudades cuando las miras desde el aire: ese aspecto falso, de maqueta y miniatura. Autovías, casas, parcelas, piscinas, coches minúsculos, conductores que avanzan hacia quién sabe dónde. Vidas pequeñas, insignificantes, lejanas.

miércoles, 10 de abril de 2019

Los dos tórtolos. Alexandre Postel.

Porque ambos habían sabido de la tortura de la pasión, de las horas transcurridas imaginando esas declaraciones que nunca te atreverás a pronunciar, esos mensajes que han quedado sin repuesta, esas cartas que lees una y otra vez hasta saberte todas las palabras de memoria, esas rupturas que no has visto venir y esas lágrimas que piensas que van a seguir corriendo, sin perder nunca la amargura, hasta la consumación de los siglos.

Y todo eso que habían creído que no olvidarían nunca, lo iban olvidando despacio, a medida que la pareja que formaban, iba absorbiéndolo todo, borrándolo todo, tiraba de ellos para alejarlos cada vez más de su pasado.

¿para qué tomarse el trabajo de hablar con los demás, de escuchar sus historias, de satisfacer su narcisismo y su necesidad de figurar? ¡Qué decepcionante era la vida! ¡Qué triste era el uso de la palabra!

En el fondo, se decía Dorothée, para vivir con serenidad en París se precisaba una indiferencia completa al dolor ajeno. Se acordaba de Adèle, que había llegado al mismo tiempo que ella y no había podido soportar la experiencia: demasiada gente, demasiada miseria, demasiado deseo, una ciudad agotadora.

¡Era sólo una forma de hablar!
No; es exhibicionismo moral.
¡Más valía eso que el cinismo.
El cinismo es siempre preferible al fanatismo.

A lo mejor se debía al hecho de que, como en la mayoría de esas series salían individuos a quienes el crimen, el adulterio o el disimulo integraban en una doble vida más excitante, más violenta, más viva que la simple vida, disfrutaban de todo eso por delegación sin pasar por ninguno de sus inconvenientes, lo que les permitía paladear a un tiempo el escalofrío de la duplicidad y el confort de la seguridad.

Entonces, tan deprisa como se habían enfadado, se calmaban; los mutuos agravios dejaban de existir. Más fuertes que el orgullo y la ira, las fuerzas combinadas de la costumbre y del olvido los arrastraban consigo, irresistiblemente: ¿hacia qué destino, hacia qué meta? Nunca se habían hecho esa pregunta, nunca se habían tomado tiempo para pensar en ello. Ahora bien, pensar en ello, como empezaron a hacerlo tímidamente, era arriesgarse a sacara a la luz una verdad que más valía dejar en la sombra: que su buen entendimiento era quizá tan quimérico como sus peleas, igual de frágil, igual de injustificado, igual de susceptible de salir volando como un globo de helio. Que sólo había eso: eso apuesta imprecisa y azarosa, algo así como una tirada de dados a la que la rutina y la inercia había dispensado la ilusoria necesidad de las leyes gravitatorias.

Hacerse preguntas sobre su vida en común era arriesgarse a la tristeza. No hacerlo era arriesgarse a no tener una vida lograda, a desviarse de sí mismos, a descubrir, al final del camino, que la vida de dos no era en realidad sino media vida.