Y me dejé llevar por mis subrayados. Releí páginas enteras, traté de recordar el año en que me había dedicado a ese libro y a ese otro (1958, 1960, 1962, ¿antes de casarme?, ¿después?), evoqué no tanto la conciencia escrita de los autores -a menudo eran nombres olvidados, páginas envejecidas, conceptos que ya no entraban en el consumo cultural contemporáneo-, sino más bien mi propia conciencia, lo que en el pasado me había parecido adecuado para mí, mi convicción, mi pensamiento, el devenir de mi yo.
-¿Por qué debería hacerlo? -pregunté.
-Porque está exagerando, no hay que comportarse así -dijo mi amigo.
-Le estoy haciendo mucho daño y ella reacciona como puede.
-Reacciona de un modo muy desagradable -exclamó su mujer.
-Es difícil sufrir de un modo agradable.
En un par de años había dejado de ser una chica, ahora era una mujer muy apreciada y desprendía una fuerza propia de llama sinuosa que ardía con discreción, encandilando. No tardará en dejarme atrás, pensaba al observarla. La descarga de vitalidad que me había arrollado cuando la conocí fue lo que causó en mí el arrebato ambicioso gracias al cual me había convertido en un hombre de éxito. El día menos pensado se daría cuenta de que se había enamorado no de mí, sino de los efectos de su propio calor sobre mi persona y comprendería que, en realidad, yo no era más que un hombrecito angustiado.
De la crisis de hace tantos años los dos aprendimos que para vivir juntos debemos decirnos mucho menos de lo que nos callamos.
Los trajiste al mundo -copiar y pegar- y, pase lo que pase, te los tienes que quedar...Hagas lo que hagas para contentarlos, siempre es demasiado poco. te quieren para ellos y se inventan lo que sea con tal de ponerte palos en las ruedas de tus urgencias. No solo no te perteneces -vaya idiotez ese viejo eslogan-, sino que ni siquiera puedes tratar de ser plenamente de otro, porque en realidad ya solo les perteneces a ellos... Cuántos lugares comunes es capaz de exhibir para defenderse: abrazarse por la noche a la persona amada calma la ansiedad; amar e mejor que la fe en un dios, es como una plegaria contra el riesgo continuo de morir; tener hijos atenúa la angustia, ah, qué deliciosa la dicha que te da la prole, qué apasionante verla crecer: te das cuenta de que eres el eslabón de una cadena infinita, los que vienen antes que tú y los que vendrán, la única forma posible de inmortalidad: etcétera, etcétera, etcétera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario