Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el
camino sea largo,
lleno de
aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los
lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico
Poseidón,
seres tales
jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar
es elevado, si selecta
es la emoción
que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los
lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje
Poseidón encontrarás,
si no los
llevas dentro de tu alma,
si no los
yergue tu alma ante ti.
Pide que el
camino sea largo.
Que muchas
sean las mañanas de verano
en que llegues
-¡con qué placer y alegría!-
a puertos
nunca vistos antes.
Detente en los
emporios de Fenicia
y hazte con
hermosas mercancías,
nácar y coral,
ámbar y ébano
y toda suerte
de perfumes sensuales,
cuantos más
abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas
ciudades egipcias
a aprender, a
aprender de sus sabios.
Ten siempre a
Ítaca en tu mente.
Llegar allí es
tu destino.
Mas no
apresures nunca el viaje.
Mejor que dure
muchos años
y atracar,
viejo ya, en la isla,
enriquecido de
cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a
que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te
brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no
habrías emprendido el camino.
Pero no tiene
ya nada que darte.
Aunque la
halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio
como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya
qué significan las Ítacas.
Desde que
descubrí a Kavafis con poco más de 18 años, este poema se convirtió en himno
vital. Glosaba a Homero, uno de los dioses de mi panteón, a través de su
personaje Odiseo,
cuyas peripecias para retornar a su patria, Ítaca, una humilde isla en el mar
Jónico, libamos en La Odisea.
Ulises
renuncia a la pasión de dos diosas e, incluso, a la inmortalidad, con tal de volver
a su mísero terruño, bueno sólo para la cría de cabras, donde espera que lo
aguarde el amor de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco.Desde entonces Ítaca se ha trocado en una metáfora de vida, en esa patria, no sólo física, sino también espiritual, a la que todos soñamos con tornar, esa conjunción de espacio, tiempo y personas en la que nos hemos visto plenamente realizados. Ítaca no ha de ser sólo un espacio geográfico, sino, ¿por qué no?, un paisaje, un cuadro, un libro o una canción, que han esculpido su impronta en nuestra ánima y a los que invocamos cuando sentimos haber perdido el rumbo o tan sólo queremos paladearlos en nuestros instantes de recogimiento.
"Es por
lo dicho por lo que poseo varias Ítacas, a las que siento anhelos de retornar con
cierta periodicidad, ya que alimentan cada una de ellas una faceta de mi
poliédrico espíritu"
La vida,
veleidosa, no me ha concedido una única patria, sino que me ha arrastrado de
acá a acullá, lo cual ha hecho que me convierta en una especie de peregrino y
que no tenga una sola Ítaca, sino varias. Considero mis Ítacas aquellos lugares
donde he sido feliz, que han marcado mi trayectoria vital y que han sido
compartidos con personas que, en su momento, dejaron huella en mi alma
andariega. Desde Peñarrubia, la aldea de Elche de la Sierra, donde galantea el
río Segura aún mozo y a la que trasladaron a mi padre en los últimos 60, cuando
yo tenía tres meses. En la que mi Maestro, al que tuve la fortuna de hallar en
aquel caserío recóndito de poco más de 300 almas, me enseñó a leer y me inoculó
el amor por los libros, la lengua y la historia, mientras la agreste naturaleza
serrana acompañaba mis andanzas infantiles. Pasando por Elche de la Sierra, en
el cual los maestros y profesores del colegio y del instituto públicos me
proporcionaron una robusta formación, que me escoltaría el resto de mi
deambular por los senderos de la vida. Allí fue donde los dioses me ofrendaron
ser discípulo de mi Magister Raimundo, quien me contagió su pasión por las
letras y el mundo grecolatino y me enseñó casi todo cuanto de ello sé aún hoy
en día.
Es por lo
dicho por lo que poseo varias Ítacas, a las que siento anhelos de retornar con
cierta periodicidad, ya que alimentan cada una de ellas una faceta de mi
poliédrico espíritu. Inicio con este artículo una serie dedicada a aquellas de
entre mis Ítacas que más me han marcado, con la intención de compartirlas con
el paciente lector, a la espera de despertar en él el deseo de vivirlas en
primera persona.
Permítaseme
comenzar por Cartagena, ciudad del sureste español, a la que la vida me ha
ligado de una manera u otra en los últimos tiempos. Muy pocas ciudades hay en
Europa que atesoren a sus espaldas tanta historia. De ella han hablado autores
griegos, romanos y árabes. Ha sido descrita en caracteres helenos, púnicos,
latinos o arábigos. Poblada por iberos, cartagineses, romanos, visigodos,
bizantinos, vándalos, mahometanos y cristianos provenientes de los reinos de
Aragón y de los de Castilla.
Sus calles han
sido holladas por caudillos de la talla de los púnicos Asdrúbal el Bello y
Aníbal Barca o los romanos Publio Cornelio Escipión, Sertorio, Pompeyo, Julio
César y Augusto. Desde sus muelles partieron rumbo a algunas de sus campañas el
Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, o Don Álvaro de Bazán. Fue puerto de
entrada para un rey de España, Amadeo I, y de salida hacia el exilio para otro,
Alfonso XIII.
La han glosado
autores del nivel del heleno Polibio o los latinos Tito Livio y san Isidoro de
Sevilla, amén de aparecer citada por Miguel de Cervantes, Benito Pérez Galdós,
Ramón J. Sender o el cartagenero Arturo Pérez-Reverte. Ahí es nada.
Varias veces
arrasada hasta los cimientos, siempre ha sabido resurgir de entre sus cenizas.
La mayoría de
los estudiosos coincide en que fue fundada ex novo por Asdrúbal el Bello,
lugarteniente y yerno del general cartaginés Amílcar Barca, en torno al 227
a.C. con el nombre de Qart Hadasht, o sea, la Nueva Cartago, patria africana de
los púnicos. Aunque muchos van más allá, todavía sin mucho fundamento arqueológico
e historiográfico, y defienden que previamente a la llegada de los cartagineses
existía un poblado de nombre Mastia, habitado por los iberos, citado por Avieno
en su Ora Maritima.
Autores más
osados, vigentes los más hasta el Barroco, como el erudito murciano Francisco
Cascales, autor de un famoso discurso sobre el origen de la ciudad pronunciado
en 1597, remontan sus orígenes a los brumosos tiempos del legendario reino de
Tartessos. O bien le atribuyen su fundación a Teucro, uno de los aqueos que
combatió en la conquista de Troya. Según ellos, el héroe, que aparece en los
poemas homéricos y es medio hermano del legendario Áyax, fue expulsado de su
isla, Salamina, a su regreso de Troya y obligado a seguir navegando hasta
arribar a estas costas y fundar una ciudad con el nombre de Teucria nada menos
que en el 1184 a.C., hipótesis que aparecían en escritores de la latinidad como
Silio Itálico, Juniano Justino o Pompeyo Trogo.
"Desde
esta población Aníbal Barca planificó la conquista de la Ispania no sometida a
sus requerimientos de vasallaje a Cartago"
El tristemente
desaparecido creador murciano Luis Federico Viudes compuso una tragedia, Asdrúbal,
publicada en Ediciones Clásicas, en la que intentaba conjugar la existencia de
una ciudad pre-cartaginesa, Mastia, cuyos orígenes serían tartesios, con la
refundación de la misma por el púnico Asdrúbal, que acabaría cambiándole el
nombre e intentando unir a los primigenios habitantes de etnia ibérico-tartesia
con los cartagineses. Asdrúbal será asesinado por un indígena disconforme con
su política de ocupación y su sucesor en el gobierno de la ciudad y de la
Ispania sometida a las tropas cartaginesas habrá de ser su cuñado Aníbal Barca,
el legendario caudillo.
Subiendo al
Cerro de la Concepción, en una recóndita plazoleta cabe los muros de la
fortaleza medieval que lo corona, un humilde busto, erigido por un autor
cartagenero en 1965, recuerda la figura del fundador de la urbe.
Desde esta
población, Aníbal Barca planificó la conquista de la Ispania no sometida a sus
requerimientos de vasallaje a Cartago. Ejemplo de resistencia a las ansias
imperialistas de los africanos lo dio Sagunto. A pesar de que, según el tratado
firmado por Asdrúbal y la República Romana en el 226 a.C. (Tratado del Ebro),
todos los territorios situados al sur del río Ebro quedaban bajo la esfera
púnica, Roma se saltó este tratado y firmó un pacto con los edetanos que
poblaban Sagunto. Aníbal puso cerco a la población, que acabó cayendo ocho
meses después, tras haberse suicidado sus últimos pobladores. Esta acción fue
tomada por Roma como casus belli, dando comienzo a la Segunda Guerra Púnica.
En Qart
Hadasht Aníbal reunió un ejército, formado en su mayoría por mercenarios
íberos, celtas y númidas, con el que partió en el 218 a.C. a atacar a los
romanos en la propia Italia, tras atravesar los Pirineos y los Alpes sin que se
percataran sus enemigos. Aquí dejó también el inmenso tesoro obtenido de sus
conquistas y de la explotación de las cercanas minas, con el cual pagaría a los
mercenarios que partieron con él desde este rincón del sureste y a los que se
le irían uniendo al ver cómo derrotaba a Roma en Trebia, Tesino, Trasimeno y Cannas,
sin que los de la loba supieran reaccionar. Igualmente recluyó en esta capital
a los hijos y nobles de las ciudades iberas aliadas o sometidas. Pretendía
asegurarse la lealtad de las mismas tomándolos como rehenes.
"El
historiador griego Polibio nos ofrece la mejor descripción de Carthago Nova en
las fuentes antiguas"
La ocupación
cartaginesa duraría poco más de 18 años, ya que en el 209 a.C. fue conquistada
por Publio Cornelio Escipión, al que la Historia acabará motejando como
Escipión el Africano. Aun así la ciudad conserva algunos restos de época
cartaginesa cuales la imponente Muralla
Púnica, uno de los pocos vestigios de esta época que conservamos en
España. Muy recomendable su visita, además de por su valor histórico, porque
sobre ella se construyó la cripta mortuoria de una ya desaparecida ermita, la
de San José, cuya visita no deja indiferente.
El historiador
griego Polibio nos ofrece la mejor descripción de Carthago Nova en las fuentes
antiguas. Polibio visitó la ciudad en compañía de su amigo Escipión Emiliano,
conquistador a la sazón de la Cartago de Túnez en la Tercera Guerra Púnica y,
después, de Numancia. Es Polibio quien nos habla de las famosas cinco colinas
sobre las que se asentaba la ciudad, del marjal que la circunda por el poniente
y el norte y del istmo que la separa de tierra firme y del mar.
Escipión
Emiliano era nieto del mítico Escipión el Africano, conquistador a los púnicos
de Qart Hadasht y vencedor de Aníbal. Es más que probable, entonces, que
Polibio recogiera de su amigo detalles jugosos, transmitidos por su familia,
para describir la toma de la ciudad por los romanos, en una compleja operación
anfibia, prodigio de táctica militar. También compartía amistad con los
anteriores y los acompañó en su visita Cayo Lelio Sapiens, hijo del
lugarteniente del Africano, sujeto activo de los hechos narrados.
Tito Livio,
contemporáneo de los emperadores de la dinastía Julio-Claudia, nos ofrece
igualmente un vívido relato de dicha conquista en el libro XXVI de su
monumental Ab urbe
condita. En un afamado pasaje de la misma, Livio nos da noticias de
la clemencia de Escipión una vez conquistada la urbe para con los rehenes que
tenían los cartagineses confinados allí.
“Cuando
aparecieron los rehenes, Escipión empezó por inspirarles confianza y disipar
sus temores. Habían, les dijo, pasado bajo el poder de Roma, y los romanos
preferían mantener atados a los hombres más por los lazos de la amabilidad que
por los del miedo. Preferían más que los países extranjeros se les unieran bajo
términos de alianza y de mutua buena fe a mantenerlos bajo dura servidumbre y
sin esperanza. A continuación, recogió los nombres de las ciudades de
procedencia y cuántos pertenecían a cada una. Se mandaron embajadores a sus
hogares, pidiendo a sus amigos que vinieran a hacerse cargo de aquellos que
eran de los suyos; de donde resultaron estar presentes embajadores, les hizo
entrega en el acto de sus paisanos; el cuidado del resto fue confiado a Cayo
Flaminio, el cuestor, con órdenes de prestarles protección y tratarlos
bondadosamente. Mientras estaba en estos menesteres, una dama de alta cuna, la
esposa de Mandonio, el hermano de Indíbil, régulo de los ilergetes, se adelantó
entre la multitud de rehenes y, echándose a llorar a los pies del comandante,
le imploró para que acentuara fuertemente en sus guardas el deber de tratar a
las mujeres con ternura y consideración. Escipión le aseguró que nada le
faltaría a este respecto. Luego, ella continuó: “No damos mucha importancia a
estas cosas, pues, ¿qué hay en ello que no sea lo bastante bueno, en las
presentes circunstancias? Soy demasiado vieja para temer el daño al que está
expuesto nuestro sexo, pero es por las demás jóvenes por las que siento
inquietud”. Alrededor de ella estaban las hijas de Indíbil y otras doncellas de
igual rango, en la flor de su belleza juvenil, que la miraban como a una madre.
Escipión le respondió: “Por el bien de la disciplina que yo, junto al resto de
los romanos, mantengo, procuraré que nada de lo que en cualquier parte es
sagrado se viole entre nosotros; tu virtud y nobleza de espíritu, que ni en la
desgracia has olvidado tu decoro de matrona, me hará ser aún más cuidadoso en
este asunto”. A continuación, las puso bajo el cuidado de un hombre de probada
integridad, con órdenes estrictas de proteger su inocencia y modestia con tanto
cuidado como si fueran las esposas y madres de sus propios huéspedes”.
Dion Casio y
Apiano, a su vez, nos hablan del mencionado pasaje de la toma de la capital
púnica en Hispania, transcendental para el desenlace posterior de la Segunda
Guerra Púnica. Silio Itálico, por su parte, nos da una versión más poética en
el libro XV de su epopeya Punica.
Todas estas
fuentes, y otras más específicas, han sido usadas por Santiago
Posteguillo para relatar, en una prosa trepidante, la toma de la
ciudad cartaginesa por las tropas de Escipión y su lugarteniente Lépido en Africanus, el
hijo del cónsul.
Recientemente
se ha excavado una porción de la Plaza de la Merced, popularmente conocida como
la del Lago. En ella, aparte de un estupendo tramo del decumano máximo, una de
las vías que recorría la urbe de este a oeste, se han encontrado los vestigios
de una casa cartaginesa que fue incendiada en el momento en el que las tropas
de Escipión conquistaron la ciudad. Subir al abandonado Castillo de los Moros,
pendiente de urgente restauración, significa encaramarse al cerro desde el que
Publio Cornelio Escipión coordinó la compleja operación militar, por tierra y
mar, que desembocaría en la toma de la población. Intentar recorrer las cinco
colinas descritas por Polibio y Tito Livio, llevando a estos autores en el
alma, es una experiencia que recomendamos al viajero ávido de emociones.
"Las
Fiestas de Cartagineses y Romanos, en los poco menos de 30 años que vienen
celebrándose sin interrupción, en la segunda quincena de septiembre, han
conseguido ser declaradas de Interés Turístico Internacional."
Aconsejamos
ascender a la colina del Molinete, antiguo Arx Asdrubalis, donde el fundador de
la ciudad erigiera su fastuoso palacio (del cual aún no se han hallado
rastros). Allí hay un parque arqueológico que nos ofrece una excelente
panorámica de la ciudad, a la par que indagar en busca de restos desde la
cultura púnica, con un templo cartaginés mantenido con culto también por los
romanos dedicado a la diosa
Atargatis hasta la entrada de un refugio antiaéreo construido
en plena Guerra Civil. Asomándonos a la zona nueva de la población, al norte,
sobre las murallas que en el siglo XVI se levantaran por orden de Carlos I,
conviene tener presente que aquello era un almarjal, una laguna salada
conectada con el mar, y que hasta finales del XIX y comienzos del XX no fue
desecado. Vadeando esa laguna salada, algo que los púnicos consideraban
imposible, un comando de legionarios de Escipión consiguió escalar los muros
por una zona cercana a esta colina y sorprender por la espalda a los defensores
cartagineses, que, confiados en que la laguna protegía este flanco,
concentraron su defensa en el istmo que guardaba la actual Muralla Púnica y en
la zona del puerto, desde donde eran atacados por la flota romana.
En 1990 un
grupo de cartageneros, enamorados de su ciudad y de la milenaria historia de la
misma, idearon un festejo mediante el que se conmemoraran los hechos
acontecidos desde la fundación de la ciudad por Asdrúbal hasta su conquista por
Escipión. Nacieron, así, las Fiestas de Cartagineses y Romanos. En los poco
menos de 30 años que vienen celebrándose sin interrupción, en la segunda
quincena de septiembre, han conseguido ser declaradas de Interés Turístico
Internacional.
Cerca de 4.000
festeros, ataviados con sus mejores galas, cartaginesas o romanas según sus
querencias, lo dan todo para homenajear a sus ancestros y transmitir esa pasión
a sus visitantes. Paseando por las plazas y calles de Cartagena en esas fechas
el viajero podrá bucear en la historia y asistir a representaciones teatrales
que recuerdan la fundación de la ciudad, la destrucción de Sagunto, las bodas
de Aníbal e Himilce, la batalla que supuso la caída de la ciudad en manos de
los de Escipión y un largo etcétera. Aconsejamos rematar la jornada nocturna
viviendo el Campamento Festero, a la vera del Estadio Carthagonova, en el que
podremos admirar los cuarteles de las tropas y legiones participantes en el
evento y compartir con los festeros las decenas de actividades que organizan
para agasajar a los visitantes y hacerles partícipes de su memoria.
Tras la conquista
romana la urbe, llamada ahora Carthago Nova, experimentó un período dorado
gracias, sobre todo, a la explotación de las cercanas minas, especialmente de
plata, de La Unión y a la manufactura de una gama de salazones, cuyo buque
insignia era el afamado garum sociorum. Esta característica salsa,
confeccionada macerando en grandes piletas pescados azules, con sus vísceras
incluidas, mezclados con sal y hierbas aromáticas, alcanzó gran reputación y
fue considerada la que se producía en estos lares como una de las mejores de
todo el imperio. No son de extrañar, por tanto, los millares de ánforas con la
etiqueta de garum sociorum que se han hallado bien en el vertedero de las
ánforas del puerto de Roma, que ha dado lugar al conocido Monte Testaccio (sobre
el que en la actualidad se alza un barrio residencial), bien en las
excavaciones de suntuosas villas a lo largo de la geografía mediterránea.
Restos de estas factorías de salazón podemos conocerlos en la bahía de Portmán,
guardiana además de un precioso tramo de calzada romana, o en la vecina
población de El Puerto de Mazarrón.
"Tras el
fin de la contienda civil, la urbe fuera nombrada colonia por César al haberle
permanecido fiel: Colonia Urbs Iulia Nova Carthago"
De la
importancia que alcanzó Carthago Nova en época republicana y altoimperial dan
testimonio personajes clave de la historia que hollaron sus calles en algún
momento. Sertorio, uno de los hombres leales a Mario, se sublevó contra el
gobierno de Sila y organizó un ejército en Hispania que puso en serios aprietos
a la República. En su lucha contra ésta puso sitio a la urbe, donde se
concentraba la flota senatorial, mas la férrea defensa de Lucio Cornelio Barbo,
que acabaría siendo uno los más estrechos colaboradores de Julio César, impidió
que la población cayera en manos rebeldes.
Durante el
Primer Triunvirato, Pompeyo Magno, que había combatido a los sertorianos en la
península como procónsul, haciéndose con una nutrida red clientelar, dotó a la
ciudad de un acueducto, el más antiguo de entre los que se conservan en
Hispania. La fuente o brocal donde acababa el mismo la podemos admirar, algo
escondida, en uno de los patios del Museo del Teatro Romano.
Su hijo, Cneo
Pompeyo el Joven, pone de nuevo sitio a la ciudad, que se había decantado por
el bando cesariano. Tal vez fue esto lo que motivó que, tras el fin de la
contienda civil, la urbe fuera nombrada colonia por César al haberle
permanecido fiel: Colonia Urbs Iulia Nova Carthago.
En esta época
se levantó en la ladera oriental del Mons Aesculapii, en cuya cima las fuentes
cuentan que se erguía un templo a Esculapio, el Asclepios del que hablaba
Polibio, dios de la medicina, un magnífico anfiteatro para albergar los
combates de gladiadores, anfiteatro sobre el que, pasados los siglos,
construyeron una plaza de toros. Monumento que está aguardando a que el
gobierno autonómico, muy rácano a la hora de invertir en cultura, libere los
fondos para proceder a su excavación y posterior puesta en valor. Los sondeos y
estudios previos aseguran que el potencial de este edificio será equiparable a
la de su vecino teatro romano, en la otra vertiente de la misma colina, cuya
excavación y musealización revolucionó para bien la historia de Cartagena.
"Entre el
foro propiamente dicho y las instalaciones portuarias, a los pies de la colina
del Molinete, se ha excavado y puesto en valor una amplia franja de terreno,
conocida como Barrio del Foro"
El propio
César pasa una temporada en la ciudad, acompañado del que luego será su hijo
adoptivo: su sobrino nieto, Cayo Octavio Turino, al que conocerán tras la
adopción como Cayo Julio César Octaviano, el futuro Augusto. Esto explicaría
que el primer emperador distinguiera a Carthago Nova con un ambicioso plan de
embellecimiento urbanístico, gracias al cual se erigió a los pies del Arx
Hasdrubalis (actual cerro del Molinete) un monumental nuevo foro, con templo
capitolino inclusive. En la ladera occidental de la mencionada colina coronada
por el santuario a Esculapio (hoy, cerro de la Concepción) se levantó, sin
escatimar en gastos, el fastuoso teatro, uno de los más grandes de Hispania. La
urbe correspondió a la magnificencia imperial dedicando este edificio a los
hijos adoptivos de aquél, Lucio y Cayo César, quienes eran, realmente, sus
nietos, a través de su hija Julia y de su íntimo amigo Agripa.
Entre el foro
propiamente dicho y las instalaciones portuarias, a los pies de la colina del
Molinete, se ha excavado y puesto en valor una amplia franja de terreno,
conocida como Barrio del Foro. Recorrerla permitirá al viajero pisar amplios
tramos de calzadas, mientras intenta localizar el falo tallado en un sillar
llamando a la buena suerte o anunciando un burdel, amén de conocer las termas
del puerto, decoradas con un lujo que daba testimonio de la riqueza que conoció
la urbe. Pared con pared con las termas se levantó, parece que a cargo de una
ignota hermandad religiosa, un edificio con capilla y amplios salones,
decorados con frescos, donde celebrar banquetes, edificio que fue reutilizado
durante siglos, perdida ya su función primigenia, y compartimentado para
construir viviendas. En una de éstas se ha excavado una estancia levantada en
el siglo III, en cuya decoración se usaron unos excepcionales frescos,
arrancados de una vivienda del siglo I, y colocados de nuevo a modo de museo
para deleite de sus nuevos propietarios. Estos frescos, de calidad par a los
hallados en Pompeya, representan a Apolo y a las musas. Por desgracia, sólo se
conservan tres o cuatro de los diez originales. Esperan la pronta inauguración
del Museo del Barrio del Foro para poder ser libados por sus visitantes como se
merecen.
"A partir
del siglo II comienza a sentirse un lento declive económico y demográfico,
atribuido al agotamiento progresivo de las minas de La Unión"
Lo último en
ser acondicionado en esta zona ha sido un templo dedicado a la diosa egipcia
Isis, erigido en torno al siglo I, lo que da noticia de la vigencia del puerto
de Carthago Nova y de su carácter cosmopolita. La visita a este enclave nos
permite descubrir también una cisterna púnica, anterior, pues, a la erección
del santuario, así como adivinar bajo el complejo dos imponentes aljibes, que
almacenaban el agua que se usaba en el ritual de las divinidades veneradas en
el templo. Igualmente, se puede comprobar que las tres capillas de la zona
trasera, vinculadas en origen al culto, fueron reutilizadas para otros fines
con posterioridad a que la adoración a Isis y Serapis cayera en el olvido.
Bajo un
edificio levantado en la céntrica Calle del Duque, se ha habilitado un espacio
museístico en el que disfrutar los restos de una domus, vivienda de las clases
adineradas. Una inscripción en mosaico dedicada a la diosa Fortuna en uno de
sus pasillos ha hecho que esta mansión sea conocida como la Domus de la
Fortuna. En ella admiraremos en el antiguo tablinum o despacho del dueño otras
preciosas pinturas murales, decoradas con aves, pequeñas figuras humanas o de
sátiros y motivos vegetales, a la vez que imaginamos cómo era la jornada de un
ciudadano adinerado reclinado en su triclinium para cenar o recibiendo a sus
visitantes de más confianza o alcurnia en el mencionado tablinum. Del
mismo modo caminaremos sobre un cardo que subía hacia el no muy lejano
anfiteatro, mientras vemos cómo la ingeniería romana supo solucionar el
problema del alcantarillado de una ciudad tan populosa.
En el año 68
el gobernador de la Tarraconense, Servio Sulpicio Galba, se encuentra en la
ciudad presidiendo el Concilio Provincial de la Citerior. Hasta él llegan
emisarios de Julio Vindex, administrador de la Gallia Lugdunensis. Vindex se ha
sublevado contra Nerón y le ofrece el trono a Galba. El propio Consejo
Provincial aclama a Galba Princeps, aunque él prefiere ser llamado Legatus
SPQR. La derrota y el suicidio de Vindex lo hacen huir hacia Clunia, llevándose
consigo la plata de Carthago Nova, con la que, a la muerte de Nerón, podrá
pagar su campaña para hacerse con el poder absoluto, ya como Caesar Augustus.
A partir del
siglo II comienza a sentirse un lento declive económico y demográfico,
atribuido al agotamiento progresivo de las minas de La Unión y al abandono de
la guarnición militar tras la Pax Augusta y el traslado de los conflictos a los
limites germánico y danubiano.
"Cartagena
no escapó a la crisis que desencadenó el final del Imperio Romano de Occidente
y fue entrando en una penosa decadencia"
Por decreto
del emperador Diocleciano, que divide la antigua Tarraconense en tres
provincias, Carthago Nova sale de su letargo en el 298, al convertirse en
cabeza de la nueva provincia Carthaginensis. Pero, aún así, no llega a alcanzar
ni la población ni el esplendor logrados en época altoimperial.
Contemporáneamente,
más o menos, a estos hechos, se produce un gran incendio en la escena del
teatro, que acarrea el desplome de la fachada, con sus dos pisos de columnas
exquisitamente talladas. Se abandona el teatro como espacio escénico, pero se
reutilizan las columnas, algunas hechas con mármoles rosados traídos desde una
cantera de Mula o, incluso, capiteles labrados en la propia Roma con mármol
pentélico, de origen helénico. Con estos materiales se construyó un mercado,
cuyos vestigios podemos contemplar junto al gran escenario.
Del foro,
también abandonado, se extraen bloques y columnas para construir otros
edificios. La ciudad se ve reducida desde las laderas del Cerro de la Concepción
hasta el del Molinete. Poco más de la mitad de lo que fue en tiempos augústeos.
Cartagena no
escapó a la crisis que desencadenó el final del Imperio Romano de Occidente y
fue entrando en una penosa decadencia. En torno al 425 fue arrasada por los
vándalos en su imparable avance hacia África. 40 años después, el emperador
Julio Valerio Mayoriano concentra en la ciudad una escuadra de unos 40 navíos
con la intención de invadir el reino vándalo del norte de África. El monarca
vándalo Teodorico II se anticipa a los planes romanos, y con tan sólo 17 barcos
sorprende a la escuadra imperial. Se entabla una batalla en la misma bocana del
puerto. Muchos de los capitanes de Mayoriano fueron sobornados y no plantaron
batalla. La flota imperial fue totalmente desarbolada. El norte de África
seguirá siendo vándalo.
Tras la caída
del último emperador romano de occidente en el 476, la ciudad pasa a manos
visigodas, aunque su población está muy romanizada. Por entonces debe de
constituirse la ciudad como sede episcopal, pues hay constancia de que un tal
Héctor, obispo de Cartagena, acude al Concilio de Tarragona en el 516.
"A un par
de calles del teatro romano, en una encrucijada, cuatro hornacinas recuerdan a
los Cuatro Santos con estatuas, réplicas de las originales, labradas por el
cincel del insigne escultor murciano Francisco Salzillo"
En estos
comienzos del siglo VI, un noble emparentado con el monarca visigodo, de nombre
Severiano, original de Carthago Nova, se desposa con otra aristócrata llamada
Túrtura. De este enlace nacerían Leandro, Fulgencio, Florentina, Isidoro y
Teodosia. Los cuatro primeros se destacarán por impulsar la conversión al
catolicismo de los reyes y nobles visigodos, arrianos hasta entonces. Por ello,
acabarán siendo reconocidos como santos: los Cuatro Santos de Cartagena. La
menor, Teodosia, será madre de otro santo: san Hermenegildo.
De los Cuatro
Santos, san Leandro y san Isidoro serán sucesivamente arzobispos de Sevilla, a
donde la familia se trasladó al ser conquistada Carthago Nova por los ejércitos
bizantinos. San Isidoro llegará a ser una de las cumbres de la literatura
latina de su tiempo, merced a sus Etymologiae o De viris illustribus.
A un par de
calles del teatro romano, en una encrucijada, cuatro hornacinas recuerdan a los
Cuatro Santos con estatuas, réplicas de las originales, labradas por el cincel
del insigne escultor murciano Francisco Salzillo, a las que la fortuna y el
celo de sus devotos salvó de ser incendiadas durante la Guerra Civil y que se
veneran en el altar mayor de la iglesia de Santa María de Gracia. La exuberante
fachada principal de la catedral de Murcia recuerda la figura de estos santos
con esculturas dispuestas en lugar preeminente. También se guardan en su altar
mayor algunas de sus reliquias.
"Mas de
sus cenizas pronto renacerá, ahora con el nombre de Qartayannat al-Halfa"
En torno al
año 550 la urbe es arrebatada a los godos y conquistada por órdenes del
emperador bizantino Justiniano I. Con el nombre de Carthago Spartaria, pasará a
ser capital de la provincia de Spania. Vestigio de esta época es la lápida
mandada tallar por el patricio Comenciolo, magister militum en España, a fin de
conmemorar la erección de una puerta en la cinta muraria. De la misma forma, la
excavación para restituir el teatro romano sacó a la luz una barriada portuaria
bizantina, levantada sobre el antiguo graderío. En las vitrinas del museo del
teatro romano podemos admirar algunos de los restos que dejaron los bizantinos
en esta área, algo muy infrecuente en España.
Poco duró la
presencia de los bizantinos en la ciudad, pues en el 622 las tropas visigodas
de Suintila la reconquistan y, de creer a San Isidoro (Etym.15, 1, 67), fue
arrasada hasta los cimientos.
Mas de sus
cenizas pronto renacerá, ahora con el nombre de Qartayannat al-Halfa. De ella y
de su fascinante historia hasta llegar a la actualidad, así como los rastros
que ésta ha dejado en la literatura y en sus monumentos, hablaremos en una
segunda entrega.
En la anterior
entrega repasábamos la huella que la riquísima historia de Cartagena
dejó en la literatura y en algunos de sus monumentos, partiendo desde su
fundación y arribando a la destrucción total por los visigodos de Suintila
en torno al 620, para arrebatársela a los bizantinos, que la habían convertido
en la capital de su provincia de Spania. Desde ahí un velo oscuro se cierne
sobre ella.
"Hazim al-Qartayanni le dedica a su ciudad natal
bellísimos versos cargados de nostalgia, en donde ensalza los placeres para
todos los sentidos que en ella vivió"
Algunos autores defienden que se integra en la Cora de Tudmir, merced a un tratado que el noble godo
Teodomiro, gobernador de la provincia de Aurariola, con posible capital en
Orihuela y que abarcaba la actual provincia de Murcia y parte de las de
Alicante y Albacete, firma en el 713 con el caudillo árabe Abd al-Aziz,
hijo de Muza. Mediante éste el Duque Teodomiro gobernaría su provincia o cora,
manteniendo sobre ella su religión y autoridad y pagando tributo a los árabes.
Cartagena no aparece mencionada en este tratado, lo que ha llevado a algunos a
asegurar que aún no se había recuperado de la destrucción por las mesnadas de
Suintila, y que su importancia era minúscula como para aparecer en el mismo.
Otros, en cambio, mantienen que no formaría parte de la cora citada, sino que
fue conquistada directamente por los árabes.
Vuelve a ser nombrada, ya en el siglo XII, por
Al-Idrisi, que ejerció de cartógrafo para el rey normando de Sicilia Roger II.
Se refiere a ella como Qartayannat al-Halfa, Cartagena la del Esparto,
traduciendo el epíteto Carthago Spartaria con el que la llamaron los bizantinos.
Cartagena es el fondeadero obligado de la ciudad de
Murcia. Es una ciudad antigua que data de tiempos remotos. Su puerto sirve de
refugio para los navíos grandes y pequeños, es [una ciudad] atractiva y llena
de recursos.
Al-Idrisi, Kitab Ruyar.
El siglo XIII asiste al nacimiento de Hazim
al-Qartayanni, Hazim el de Cartagena, quien aspirará a la inmortalidad con
la Qasida al-Maqsura, cumbre de la poesía arábigo-andalusí. Exiliado a
Marruecos, primero, y, después, a Túnez tras la derrota musulmana en la batalla
de las Navas de Tolosa (1212), el poeta le dedica a su ciudad natal bellísimos
versos cargados de nostalgia, en donde ensalza los placeres para todos los
sentidos que en ella vivió. La pinta como un “palacio de elevados muros,
cuyo techo son las estrellas”.
Es un paraíso donde corren ríos
de agua, vino, leche y miel;
donde todos los placeres se dan cita,
el ver y oír cosas agradables,
las comidas, bebidas y perfumes,
las veladas de placer,
el departir en las madrazas,
las tertulias literarias, el amor…
el tiempo es como una fiesta continua;
las noches, como noches de boda;
la vida un ensueño permanente.
Qasida al-Maqsura.
Otros versos se los dedica también a Murcia, en la que
completó los estudios coránicos iniciados en su ciudad natal.
El tiempo se repartía según las estaciones,
trasladándose de un lugar a otro,
como las estrellas errantes del cielo
El invierno se pasaba en Cartagena, resguardada
de los vientos por los altos montes, junto al mar.
El verano en la fértil
vega de Murcia, a la sombra de
los árboles cuajados de frutos, entre alcázares y
puentes.
La primavera en los campos, prados y colinas regados
por las primeras lluvias.
El otoño en los baños termales, de los que tanto goza
el levante español.
El mejor lugar para pasar el invierno, en la orilla de
un
[ mar, entre cañas, cúpulas y casas.
Para pasar el verano, a las orillas de un río, entre
palacios, puentes y poblados.
Para pasar la primavera, lugares por donde se desliza
el
[agua sobre praderías, llanuras y colinas.
Y para el otoño, lugares de aguas, o alhamas, entre
árboles castillos y caseríos.
En Murcia se reflejan los árboles en
las aguas cristalinas del río.
Y pasábamos el tiempo comprendido entre almuerzo y
cena
descubriendo los deseos de nuestras almas, mientras
las
[ aves nos maravillaban con sus trinos.
O dejando rodar palabras bellas, como piedras
preciosas,
[ en noches de luna llena.
Embriagándonos con el aroma de los árboles y flores,
[ mientras el alba despertaba.
Y ahora nuestras miradas contemplan jardines rodeados
[ de acequias y estanques.
Va desapareciendo el sol del atardecer, hasta que no
se
[ ve más que el borde de su corona.
Pero entonces alumbra nuestros ojos el resplandor de
[ Qubbas, cuya luz nos indica el camino
Como hemos visto, a diferencia de muchos cretinos de
hoy en día que siembran cizaña entre dos ciudades que deberían ser hermanas y
complementarias, reparte afectos entre su Cartagena natal y la Murcia en la que
moceó. Dejemos volar nuestra alma por estos versos dedicados a esta última
localidad.
Vagué, oh amigo mío, por el Paraíso de la tierra
y mi corazón no perdió su amor por ella.
¡Campamento de la felicidad, Murcia,
mansión de mi solaz y morada de mis placeres!
¡Oh Murcia mía! ¡Cuánta delicia y cuánta alegría
había en ti entre arrayanes y bosquecillos!
Evoco la ribera baja de tu río o el puente de Waddah,
en lo más alto de su curso.
Toda la hermosura del mundo está encerrada
entre dos puentes, el de Tabira y el de Sabbah.
De este período, aparte del barrio portuario descubierto
en las citadas excavaciones del teatro, nos queda una linterna o pequeño faro
en las inmediaciones del Parque Torres, sobre el Cerro de la Concepción,
y algunos lienzos del inmediato castillo. Incluso, en el corredor arqueológico
diseñado por Rafael Moneo para acceder al teatro romano, bajo las ruinas
de la catedral de Santa María, se pueden ver paramentos de la muralla que
defendía la medina, que habían establecido en las laderas del Monte de la
Concepción y habían emplazado la alcazaba en su cima. Por la ladera
septentrional de la colina se extendía el arrabal, y por la ladera occidental
bajaba hacia el muelle el barrio de Gomera. En el punto donde convergían la
medina, el arrabal y el barrio de Gomera, se erigía la mezquita, con similar
emplazamiento al de la Iglesia de Santa María la Vieja. El cementerio o maqbara
se localizaba extramuros de la ciudad, en el entorno de las actuales calles
Jara, Cuatro Santos y Soledad. La ciudad debía de contar con tres puertas:
una frente al muelle y una a cada lado del arrabal, desde donde salían los
caminos de Murcia y San Ginés.
En el campo aparecían fincas de recreo y algunos
huertos, especialmente en el Hondón. Una vez pasado El Almarjal, por entonces
inundado, comenzaba una pequeña huerta regada por fuentes que surgían entre el
actual barrio de San Antón y la rambla de Benipila, y donde aparecían alquerías
árabes. Fuera de los enclaves de regadío se extendía el secano, dedicado al
cultivo de cereales, con algunos almendros, olivos y algarrobos, salpicando el
Campo de Cartagena de rahales. A principios del siglo XIII Cartagena y su zona
de influencia contaban con unos tres o cuatro mil habitantes, la mayoría
convertidos a la nueva religión, a excepción de algunos grupos mozárabes con
sus lugares de culto, como San Ginés de la Jara.
"En 1257, Alfonso X consigue que le sea
restituida la titularidad episcopal de la Sede Cartaginense y la convierte en
maestrazgo de la Orden de Santa María de España"
A unos 13 kilómetros, al este, a la vera de la vía
rápida que lleva al enclave turístico de La Manga, se levanta desde hace siglos
el monasterio de san Ginés de la Jara, en un estado de abandono
deplorable, reflejo de la desidia del gobierno que viene rigiendo esta
comunidad desde varios lustros. Se yergue a pocos metros del Mar Menor, esa
joya en forma de laguna salada, amenazada también por la incuria gubernamental.
A los pies del monte Miral, que fue ya lugar sagrado para godos y albergó la
tumba de una santona musulmana, erigieron los franciscanos el actual
monasterio. Hasta nueve ermitas, todas en ruinas para vergüenza de la gente que
ama esta tierra, se construyeron en el mencionado monte y fueron descritas por
el licenciado Francisco Cascales en una visita que realizó al conjunto.
Un importante movimiento ciudadano, respaldado por la actual corporación
municipal, viene exigiendo la recuperación de este enclave privilegiado.
Esperemos que sus justas reclamaciones no caigan en saco roto y los muchos
visitantes de esta zona puedan volver a disfrutar del monasterio y ermitas
anexas en todo su esplendor.
El arráez de Qartayannat no quiso reconocer el Tratado
de Alcaraz, firmado por el emir de Mursiya, Ibn Hud, con el que rendía su
taifa a la Corona de Castilla en 1243. Por mandato del infante Alfonso, futuro
Alfonso X, fue sometida a sitio, otra vez más. Del asedio se encargaron, en
una operación anfibia conjunta, el Gran Maestre de la Orden de Santiago don
Pelayo Pérez Correa y el almirante Roy García de Santander, al mando de una
escuadra cántabra. Cae definitivamente en la primavera de 1245.
En 1257, Alfonso X consigue que le sea restituida la
titularidad episcopal de la Sede Cartaginense y la convierte en maestrazgo de
la Orden de Santa María de España, Orden de Cartagena o de la Estrella, recién
creada, a fin de combatir a los árabes en las afueras, por la propia península
o, incluso, en el norte de África. Una serie de derrotas militares de otras
órdenes religiosas obligó al monarca a suprimir pronto esta orden.
"En la cima del cerro de la Concepción existe un
castillo recuperado para la localidad en los años 80 de la pasada
centuria"
Con el contexto de las luchas entre los reinos de
Castilla y el de Aragón, a fin de establecer sus fronteras definitivas, en
1298, es tomada por las tropas del rey de la Corona de Aragón, Jaime II, quien
aspiraba a ocupar también el trono de Castilla. Entre 1304 y 1305 es parte del
Reino de Valencia, pero el monarca aragonés renuncia a ella en el Tratado de
Elche en 1305, mediante el cual se repartían el antiguo reino de Murcia entre
las coronas de Castilla y Aragón. Desde entonces pertenece al reino de Castilla
y se convertirá en uno de sus principales puertos.
Pedro I de Castilla convierte a la urbe en base naval
para hostigar a la flota y puertos aragoneses en la guerra contra su tocayo
Pedro IV de Aragón, que tiene lugar entre 1356 y 1369, disputándose de nuevo
las fronteras del antiguo Reino de Murcia.
En la cima del cerro de la Concepción existe un castillo recuperado para la localidad en los años 80
de la pasada centuria. En él se ha instalado un centro de interpretación a fin
de conocer la historia de la ciudad en el medievo. Merece la pena ascender
hasta las terrazas de la torre del homenaje y deleitarse con las fabulosas
panorámicas que desde ella se alcanzan. Un audiovisual y varios juegos en
dispositivos electrónicos ayudan a acercarse a la historia cartagenera de
manera amena y muy bien documentada. Un panel recoge un poema de Hazim
al-Qartayanni, en el que describe un viaje en barca por las inmediaciones. En
otro se refleja un soneto que el mismo Quevedo dedicó al monumento que
estamos revisando:
Desabrigan en altos monumentos
cenizas generosas, por crecerte,
y altas rüinas de que te haces fuerte
más te son amenazas que cimientos.
De venganzas del tiempo, de escarmientos,
de olvidos y desprecios de la muerte,
de túmulo funesto, osas hacerte,
árbitro de los mares y los vientos.
Recuerdos y no alcázares fabricas;
otro vendrá después que de sus torres
alce en tus huesos fábricas más ricas.
De ajenas desnudeces te socorres,
Y procesos de mármol multiplicas,
Temo que con tu llanto el suyo borres.
Quevedo se queja de que se haya construido este
castillo encima de anteriores ruinas romanas, en concreto sobre unos sepulcros
que el poeta pudo admirar en una de sus visitas. Corroboran estas palabras, por
ejemplo, que corona el dintel de entrada a la torre del homenaje una placa
honoraria romana, la cual debería estar emplazada en el foro. Premonitorio
soneto el del vate: en esta misma colina los romanos erigieron un templo
dedicado a Esculapio, sobre el que los musulmanes levantaron su alcazaba,
reutilizada en parte por los cristianos para erigir su nueva fortaleza, la cual
fue convertida en cuartel de una guarnición en los siglos XVII y XVIII y que se
salvó de la piqueta por muy poco hasta que sobre todo el conjunto se construyó
el actual Centro de Interpretación.
Los criterios con los que se han rehabilitado algunos
elementos de la fortaleza pueden ser discutibles, pero de lo que no hay duda es
que desde allí se goza de una vista privilegiada para intentar comprender la
fisonomía de una ciudad crucial en la historia de España.
Su puerto fue testigo de la expulsión de los judíos en
1492 hacia tierras norteafricanas. De sus muelles zarparon, en 1495, los navíos
comandados por el Gran Capitán para la conquista de Nápoles y el resto del sur
de la península itálica. Lo mismo acontece bajo el Cardenal Cisneros con
la intención de tomar Orán en 1509.
El gran navegante Andrea Doria (1466-1560)
elogiaba su seguridad arguyendo que ”no hay navegación más segura que julio,
agosto y el puerto de Cartagena”.
"Cervantes la visita varias veces y le dedica
unos versos elogiosos en su Viaje al Parnaso, obra narrativa en verso,
donde saliendo desde el puerto de Cartagena, emprende la misión de librar una
batalla contra los poetas mediocres"
El papel de albergar la escuadra de guerra se lo
confirman Carlos I y su hijo, Felipe II: Cartagena se convierte en base de las
galeras reales. Se refortifica, entonces, erigiéndose sucesivamente las
murallas del Deán (1555), las de Antonelli (1576) y, bajo el reinado
ya de Carlos II, las de Possi (1669). En la bocana del puerto se levanta
la torre y la batería de la Navidad, cuyas ruinas se conservan junto al actual
Fuerte de Navidad.
En febrero de 1537, Carlos I había establecido el
cuerpo de Infantería de Marina a partir de los Tercios Viejos, que acompañaban
a las galeras como dotación militar. En febrero de 1566 don Lope de Figueroa
establece aquí el Tercio de Armada del Mar Océano, la primera fuerza de
desembarco de la historia. Desde entonces la ciudad alberga, orgullosa, un
destacamento de infantes de marina.
Consecuencia de ser base de las galeras reales es que
en ella se deban construir prisiones para galeotes y que muchos de los penados
a galeras en España, como a los que libera Don Quijote, fueran conducidos a
esta localidad. Provenían, entre otros, de los obispados de Burgos, Calahorra,
Osma y del antiguo Reino de Navarra y eran conducidos en grupos de doce desde
Soria. Tal era la confluencia de penados que en 1688 se construyó un hospital
para ellos.
El edificio que servía de prisión de galeotes, de
factura neoclásica, fue reutilizado primero para albergar el Centro de
Instrucción de Marinería, en el que millares de reclutas destinados a la marina
de guerra recibieron formación en el período en el que el servicio militar era
obligatorio. En la actualidad se lo han repartido entre la Armada, que ha
situado en él un meritorio museo naval, y la Universidad Politécnica de
Cartagena.
Cervantes la
visita varias veces y le dedica unos versos elogiosos en su Viaje al
Parnaso, obra narrativa en verso, donde saliendo desde el
puerto de Cartagena, emprende la misión, después de reclutar a los mejores
poetas españoles, de librar una batalla contra los poetas mediocres. Sus versos
se recogen en un mosaico de azulejos que existe en la fachada del gobierno
militar, frente al ayuntamiento.
Con esto poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto
y a cuyo claro y singular renombre
se postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha navegado el hombre.
En este contexto sitúa el cartagenero Arturo
Pérez-Reverte el alistamiento de su héroe de ficción, el capitán
Alatriste, en el Tercio Viejo de Cartagena, Tercio que no existió, pero que
el autor inventó como homenaje a la ciudad que lo vio nacer. Muchos de sus
admiradores no pierden la esperanza de que alguna de las aventuras del héroe
revertiano que aún faltan por salir a la luz tenga como escenario una ciudad
con tanta raigambre histórica como ésta.
Conforme va avanzando el siglo XVII su puerto va
perdiendo importancia en beneficio de los atlánticos y de nuevo vuelve a entrar
en decadencia.
La llegada de los Borbones supuso una nueva
época de esplendor, al trasladarse aquí las atarazanas desde Barcelona y
construirse el Arsenal. En la misma época fue creada la provincia marítima de
Cartagena.
"Isidoro Máiquez será pintado nada menos que por
Goya y José Ribelles, e incluso aparecerá en uno de los Episodios nacionales
de Pérez Galdós"
Bajo el mandato de Carlos III se erigen unas nuevas
murallas y una serie de imponentes fortificaciones artilladas (castillos de Los
Moros, de la Atalaya, san Felipe, Galeras y san Julián), que convierten a la
base naval en poco menos que inexpugnable. A la vez se edifican un hospital militar
y cuarteles para la marinería y los guardiamarinas. Tanto el Hospital de Marina
como el antiguo Cuartel de Antigones, espléndidos ejemplos de
arquitectura militar neoclásica, han sido adaptados para albergar espacios de
la citada universidad politécnica y pueden ser admirados por el viajero, cosa
que, por desgracia, no acontece con las fortificaciones que coronan los
diferentes oteros que cercan la ciudad, pendientes de consolidación y
restauración. El devolver su disfrute a la población que las vio nacer debería
ser objetivo crucial de un político comprometido con su memoria y sus
ciudadanos.
Gracias a sus imponentes defensas, la urbe resiste el
asedio de las tropas del general Sebastiani durante la Guerra de
Independencia contra los franceses. Es la primera población española en
constituirse como Junta Soberana y en proclamar rey a Fernando VII (1808).
En estos tiempos de tránsito entre los siglos XVIII y
XIX nace en ella Isidoro Máiquez, considerado el mejor actor de su época
y reformador del teatro español, tras haber pasado una temporada en Francia
formándose con el prestigioso François Joseph Talma. Será pintado nada
menos que por Goya y José Ribelles, e incluso aparecerá en uno de los Episodios
nacionales de Benito Pérez Galdós, en La Corte de Carlos IV.
De él Antonio Alcalá Galiano nos dejó el
siguiente retrato:
“Su alta estatura, su rostro expresivo, sus ojos
llenos de fuego, su voz algo sorda, pero propia para conmover; la suma
naturalidad de su tono y en su acción, su vehemencia, su emoción y aun lo
intenso a falta de lo fogoso de la pasión en los lances, ya terribles, ya de
ternura profunda, constituían un tono digno de ponerse a la par con los
primeros de su clase de todas las naciones”.
El dramaturgo Moratín, por su parte, le dedicó versos como estos:
“…inimitable actor, que mereciste
entre los tuyos la primera palma,
y amigo, alumno y émulo de Talma
la admiración del mundo dividiste”.
Pérez Galdós, como
dijimos, lo introdujo en varios pasajes de La Corte de
Carlos IV, como en el que describe a la compañía de Isidoro en
el Teatro del Príncipe de Madrid:
“El del Príncipe estaba ya reconstruido en 1807 por
Villanueva, y la compañía de Máiquez trabajaba en él, alternando con la de
ópera, dirigida por el célebre Manuel García; mi ama y la de Prado eran las dos
damas principales de la compañía de Máiquez. Los galanes secundarios valían
poco, porque el gran Isidoro, en quien el orgullo era igual al talento, no
consentía que nadie despuntara en la escena, donde tenía el pedestal de su
inmensa gloria y no se tomó el trabajo de instruir a los demás en los secretos
de su arte, temiendo que pudieran llegar a aventajarle. Así es que alrededor
del célebre histrión todo era mediano. La Prado, mujer de Máiquez, y mi ama
alternaban en los papeles de primera dama, desempeñando aquélla el de
Clitemnestra, en el Orestes, el de Estrella en Sancho Ortiz de las Roelas y otros.
La segunda se distinguía en el de doña Blanca, de García del Castañar, y en el
de Edelmira (Desdémona), del Otello”.
Rosa Huertas,
escritora familiar y emocionalmente muy vinculada a la ciudad portuaria, tiene
un pasaje de su novela El Blog de Cyrano centrado en el momento en
el que se inauguró el actual monumento dedicado al actor y emplazado en la
Plaza de San Francisco. Los protagonistas de la trama, Sofía y Pablo, estudian
el primer año de periodismo y deciden investigar acerca de una desaparecida
revista teatral, famosa en su momento, el Boletín de actores de España.
"En enero de 1862 Hans Christian Andersen visita
la urbe y da cuenta de ello en Un viaje por España, quedando testimonio
de su estancia en la Fonda Francesa"
Las pesquisas de los estudiantes los llevan a
descubrir que dos de los redactores de ese boletín, Mariana e Isidoro, eran
también actores de la compañía de Margarita Xirgu y que fueron testigos
de la inauguración de la estatua de Máiquez en 1934. A partir de ahí arranca
una subtrama con la que asistimos a ese acto y paseamos con los dos actores por
las calles de la Cartagena de los años 30, hospedándonos en el mítico Gran
Hotel, uno de los edificios modernistas más bellos de la población, que, por
desgracia, ha perdido su uso hotelero.
Sofía pasa las vacaciones de Semana Santa en Cartagena
y allí acude a visitarla Pablo. Juntos descubrirán el impresionante legado
modernista que atesora la localidad, a la vez que van a disfrutar de una
intensa velada sentados en uno de los bancos del puerto. Todo ello narrado con
la prosa ágil y concisa que caracteriza a la autora.
La misma ha sido tan amable de facilitarme algunas de
las fotografías que ilustran este artículo, tomadas en el momento justo de la
citada inauguración y en las que ha querido ver a los actores que asistieron al
homenaje al renovador de la escena española.
En enero de 1862 Hans Christian Andersen visita
la urbe y da cuenta de ello en Un viaje por España, quedando testimonio
de su estancia en el lugar en el que se hallaba la fonda en la que
pernoctó: la Fonda Francesa. El danés describe de esta guisa la ciudad
que pudo contemplar:
Por la puerta del mar salimos al puerto, que es muy
amplio y tiene una profundidad asombrosa; un islote rocoso lo protege del
viento… jamás vi un paisaje tan asolado y agreste como aquel; las rocas más
cercanas y las que se veían a lo lejos poseían un color amarillo rojizo como
polvo de paja. En la montañas hay minas de plata, y en el valle crece el
esparto con tal abundancia que dio al pueblo el nombre de Espartaria.
……Era la última noche en Cartagena, la ciudad de
Asdrúbal, en ella soñé que caminaba por las profundidades del mar, entre
extrañas plantas de exuberante fronda, como las palmeras de Elche, que se
enroscaban en mí. Vi preciosas perlas, mas ninguna tenía tanto brillo como el
que yo había visto en los ojos españoles. El mar rodaba por encima de mí con la
sonoridad de un órgano. Me sentí prisionero del fondo del mar y añoré la vida
de arriba, de la superficie, y la luz del sol.
Hay quien ha querido ver en este pasaje la inspiración
para escribir su famoso cuento de La Sirenita. En la zona trasera
del edificio de la Fonda Francesa, al pie de las escalinatas que llevan al
teatro romano, donde se hallaba el comedor, cuyas viandas alaba sobremanera, un
local de ocio, llamado igual que uno de los cuentos más famosos del danés, sigue homenajeando su figura.
A causa de la Revolución de 1868 la reina Isabel II
es forzada a exiliarse a Francia. Se convocan Cortes Constituyentes, que
designan rey al príncipe, de la casa de Saboya, Amadeo, duque de Aosta e hijo
de Víctor Manuel II de Italia. A bordo de la legendaria fragata blindada Numancia,
el flamante monarca Amadeo I hace su entrada en España a través del Arsenal el
30 de diciembre de 1870.
Tres años después el rey es obligado a abdicar y se
proclama la Primera República el 7 de junio. Un nutrido grupo de
políticos, insatisfechos con la lentitud del Parlamento para aprobar la
prometida República Federal, declara el Cantón de Murcia y se levanta en armas
contra el Gobierno central el 12 de julio de ese mismo 1873.
"La ciudad es asolada de nuevo. Un proyectil
impacta en el Parque de Artillería, en el que se cobijaban de las bombas
mujeres y niños, causando más de 300 muertos"
Se elige resistir en Cartagena “porque ninguna ciudad poseía
no sólo unas defensas naturales representadas por las características de su
puerto, bien abrigado y defendido por una serie de fuertes y castillos
poderosamente artillados que hacían de Cartagena invulnerable tanto por mar
como por tierra, sino que a ellos se agregaba la escuadra”.
Todo comienza en el Castillo de Galeras a las 5 de la
mañana. La guarnición allí
acantonada, en ausencia de la bandera roja que identificaba a los sublevados,
enarbola una bandera turca. Advertidos de ello, un soldado se da un corte en
las muñecas y con su sangre tiñe la parte blanca de la insignia hasta dejarla
toda roja.
La Junta Revolucionaria se encomienda a Roque
Barcia, mientras que al frente del ejército cantonal se pone al belicoso
parlamentario Antonete Gálvez, nacido en la murciana pedanía de Torreagüera.
Gálvez otorga el mando de la flota de guerra al general Contreras.
Durante seis meses el cantón resiste heroicamente al
devastador bombardeo al que lo someten las tropas gubernamentales mandadas por
los generales Ceballos, primero, y, posteriormente, López Domínguez. La ciudad
es asolada de nuevo. Un proyectil impacta en el Parque de Artillería, en el que
se cobijaban de las bombas mujeres y niños, causando más de 300 muertos. En la
actualidad el complejo alberga un Museo Histórico Militar. En uno de sus patios
un obús encastrado en un muro nos recuerda esta tragedia.
El 12 de enero de 1874 la ciudad cantonal ha de
claudicar. Los cabecillas de la sublevación consiguen escapar a la persecución
de los navíos centralistas a bordo de la mencionada Numancia,
refugiándose en Orán.
Los acontecimientos vividos en estos turbulentos meses
son magistralmente narrados por Galdós en sus Episodios La primera república y De Cartago a Sagunto.
Ramón J. Sender lo hará,
a su vez, en su Míster Witt en el Cantón, Premio Nacional
de narrativa en 1935, con el que el autor aragonés quiere reflejar también el
enrarecido ambiente de preguerra civil que le tocó sufrir a él en persona,
narrando los acontecimientos que hubo de vivir el ingeniero inglés Míster Witt
en los convulsos años de la sublevación cantonal.
Tras el fracaso cantonal, Cartagena necesita volver
a resurgir de entre sus escombros. Las cercanas minas de La Unión le van a
dar el empujón definitivo para ello, al aplicarse allí las nuevas técnicas de
extracción.
"Se ha especulado con que el oficial al mando,
llevado por la codicia y pensando obtener unas ganancias ilícitas, quiso
aprovechar la ausencia del capitán para acercarse a tierra a recoger pasajeros
de manera clandestina"
El 8 de septiembre de 1888 se bota en el arsenal de La
Carraca, en la población gaditana de San Fernando, el prototipo del primer
submarino de la historia, nacido de la mente del cartagenero Isaac Peral,
a la sazón oficial de la Armada. Afortunadamente salvado de la desidia de los
tiempos, el viajero puede admirar hoy el submarino y conocer más de su inventor
en el hangar habilitado junto al Museo Naval. Además, este mismo año la
Biblioteca Nacional de España organiza una interesante exposición para festejar
los 130 años de la botadura del sumergible y honrar a su
creador.
El 4 de agosto de 1906, la cercana población de Cabo
de Palos, la según algunos Caput Paludis (Cabeza o Punta de la Laguna, o sea,
el Mar Menor) asiste a una de las mayores tragedias acontecidas en estas
costas: el naufragio del trasatlántico Sirio, que conectaba
Génova con los principales puertos sudamericanos.
A eso de las 4 de la tarde el navío chocó contra el
Bajo de Fuera, en las Islas Hormigas, mientras su muy experimentado capitán,
Giuseppe Piccone, descansaba en su camarote. El barco navegaba demasiado
cerca de la costa a pesar de que las cartas náuticas y varios faros advertían
de que existían peligrosos escollos. Se ha especulado con que el oficial al
mando, llevado por la codicia y pensando obtener unas ganancias ilícitas, quiso
aprovechar la ausencia del capitán para acercarse a tierra a recoger pasajeros
de manera clandestina.
Un estudiante argentino superviviente del naufragio
ofreció al diario El Eco un impactante testimonio de lo vivido:
“Iba en mi camarote de primera clase escribiendo una
carta, cuando una fuerte sacudida me tiró al suelo y una gritería inmensa me
hizo conocer que alguna terrible desgracia había ocurrido. Pronto supe que
habíamos chocado contra unas rocas submarinas. Dolorido del golpe que al caer
había recibido, subí casi a rastras sobre cubierta, y el cuadro aterrador que
se presentó a mi vista perdurará en mi memoria por muchos años que viva. El
buque se sumergía de popa rápidamente; los pasajeros corrían como locos, dando
gritos de terrible angustia, llorando unos, maldiciendo otros y todos llenos de
terror. Esto fue causa de que se cometieran escenas de verdadero salvajismo.
Peleábanse entre sí, hombres y mujeres, por los salvavidas; pero a patadas, a
puñetazo limpio, con uñas y con dientes. Hasta vi algunos esgrimiendo
cuchillos”.
El capitán Piccone y su tripulación abandonaron el
barco en un bote en los primeros momentos, pero, por fortuna, algunos bajeles
cercanos y muchas embarcaciones pesqueras que salieron del cercano puerto de
Cabo de Palos acudieron en socorro del pasaje. Se organizó en tiempo récord la
mayor operación civil de salvamento en la costa hasta entonces. En estos
dramáticos instantes brilla con luz propia el pailebote Joven Miguel,
que, patroneado por Vicente Buigues y a pesar de que su tripulación se
oponía, incrustó su popa en el lateral del Sirio y construyó una
inestable pasarela mediante la cual pudo evacuar a más de 400 pasajeros, a los
que conduciría sanos y salvos hasta el puerto de Cartagena. Los mismos fareros
de las Islas Hormigas ayudaron a poner a salvo a un centenar de náufragos. Aun
así, perecieron cerca de 300 personas.
En la terraza de ascenso al faro de Cabo de Palos, una
bellísima construcción datada en 1862, una placa recuerda a las víctimas y a
los héroes que se jugaron la vida para atenderlas.
"Pero el mayor nexo de Unamuno con Cartagena lo
propició la estancia en ella de Vicente Medina, cima de las letras murcianas,
quien publicó aquí algunas de sus obras maestras"
Vuelve a vivirse en Cartagena una nueva época de
esplendor, en la que brilla una burguesía industrial o comercial, que destinará
sus ganancias a construir moradas, que acabarán convirtiendo a la urbe en
referencia del Arte Modernista. Ejemplos de ello son la erección del
Ayuntamiento en 1907, a cargo del arquitecto vallisoletano Tomás Rico. Huella
indeleble dejó en la ciudad el tolosano Víctor Beltrí,
colaborador de Gaudí en su época de estudiante. Al mismo se deben la
construcción de la Casa Cervantes, con la que se ganó la devoción de la rica
burguesía local, del palacio de Aguirre, la casa Llagostera, el Gran Hotel y la
remodelación del Casino. En La Unión también podemos admirar el antiguo Mercado
Municipal, salido de su genio.
Aquellos primeros años del siglo XX fueron de una
efervescencia prodigiosa, no sólo en lo económico y urbanístico, sino también
en lo cultural. Por mediación del maestro Enrique Martínez Muñoz, don Miguel de
Unamuno, faro para la intelectualidad de entonces, es invitado a la ciudad a
pronunciar un discurso el 8 de agosto de 1902.
El rector de la Universidad de Salamanca ya había
dedicado alguna de sus obras a asuntos o personajes relacionados con la ciudad
departamental. En 1893 habló en uno de sus cuentos de la gran desidia con la
que los gobernantes de entonces trataron el descubrimiento del insigne Peral,
lamentándose del olvido al que condenaron a su submarino.
Pero el mayor nexo de Unamuno con Cartagena lo
propició la estancia en ella de Vicente Medina, cima de las letras
murcianas, quien publicó aquí algunas de sus obras maestras. Medina trabajó
durante 25 años para la Armada y se implicó muy activamente en la vida cultural
de su ciudad de acogida, por lo que llegó a ser nombrado Cronista
Oficial de la misma. Aquí dio a luz su obra cumbre, Aires murcianos, la cual, según Azorín,
bastaría para colocarlo entre los grandes líricos del parnaso hispano.
El Rector y el poeta mantuvieron una amistosa
correspondencia durante más de quince años, llegando el primero a avalar con un
artículo elogioso a su amigo, cuando aquél hubo de emigrar a Argentina.
Unamuno también fue referencia para los poetas
cartageneros Antonio Oliver y su esposa, Carmen Conde, quien llegaría a ser la primera mujer en entrar
en la Real Academia de la Lengua. Un bello monumento de bronce, sito en un
banco frente a la iglesia del Carmen, su parroquia, recuerda a la insigne poeta
y académica. Una Fundación mantiene la llama del matrimonio de poetas y ofrece
interesantes rutas literarias por la ciudad, así como una selección de
poemas de ambos.
Por estas mismas calendas el Maestro Álvarez Alonso,
que se había trasladado a vivir a la población, compone en ella su celebérrimo
pasodoble Suspiros de España. Mediante una suscripción popular sus
vecinos honraron su memoria con un monolito en la Plaza del Rey.
"La Guerra Civil golpeó sañudamente a la ciudad:
fue la única base naval que permaneció leal al gobierno legítimo, por lo que
fue bombardeada de manera brutal por la aviación golpista y sus aliados
fascistas"
Como bien nacida, la polis milenaria sabe ser agradecida.
En la explanada del puerto, a escasos metros del hermoso ayuntamiento, se mandó
levantar por colecta popular, en 1923, un monumento para perpetuar la memoria
de los héroes que dieron la vida por su patria, muchos de ellos embarcados en
los anexos muelles militares, en la guerra hispano-estadounidense de 1898.
Sobre todo se conmemoran los caídos en los desastres de Cavite (Filipinas) y
Santiago de Cuba. Aún hoy, un determinado día al mes, un destacamento
militar acude a rendir honores a estos españoles, olvidados para los más de
compatriotas.
A la inauguración acudieron el dictador Primo de
Rivera y el rey Alfonso XIII. Ocho años más tarde el monarca se exilió por este
mismo puerto, tras proclamarse la II República.
La Guerra Civil golpeó sañudamente a la ciudad: fue la
única base naval que permaneció leal al gobierno legítimo, por lo que fue
bombardeada de manera brutal por la aviación golpista y sus aliados fascistas.
Hasta un total de 117 bombardeos azotaron a la población, destrozando barriadas
enteras, instalaciones civiles y militares, dejando huella en la ruina de la
iglesia de Santa María la Vieja o catedral vieja. Visitar el Museo Refugio
de la Guerra Civil en la calle Gisbert ayuda a comprender lo que hubo de padecer la ciudadanía en esta aciaga época.
La parte menos cruel de este desastre lo
protagonizaron la noche del 25 de julio de 1936 tres concejales de partidos de
izquierdas, una escasa partida de guardias de asalto y un grupo de prostitutas,
del inmediato barrio del Molinete, encabezado por Caridad Pacheco, Caridad la
Negra. El Molinete, donde hoy existe un parque arqueológico, fue el epicentro
del barrio chino de antaño.
Las prostitutas, comandadas por Caridad la Negra, y los citados guardias de
asalto y concejales, jugándose la piel ante las hordas incendiarias, que ya
habían acabado con varias iglesias y monasterios, salvaron de ser profanada e
incendiada a la iglesia de la Caridad, en la que se veneraba la imagen de la
patrona, una conmovedora talla napolitana barroca. Juntos hicieron frente a la
jauría humana sedienta de fuego y sangre. Guardaron tanto la basílica como las
obras de arte custodiadas en ella. Y a algunos fieles que allí habían buscado
refugio.
El pueblo llano rinde tributo a la gesta de estos
héroes comunes, depositando en fechas señaladas un ramillete de rosas negras al
pie de la patrona.
El 4 de marzo de 1939 militares y oficiales de la
República se sublevan contra el Gobierno de Negrín. Llaman en su ayuda a
las tropas franquistas, que se aprestan a socorrer a los amotinados desde
Málaga y Castellón con más de 30 buques. El 5 de marzo, los republicanos
recuperan el control de la base naval y las baterías de costa, aunque la flota
leal ha salido a alta mar y se dirige a Túnez para entregarse a Franco.
Avisados de esta circunstancia, los navíos franquistas
se dan la vuelta, a excepción del Castillo de Olite, que tenía la
radio estropeada y se presenta en solitario. Es hundido por la artillería
republicana el 7 del mismo mes. Mueren 1476 hombres de los 2112 que iban a
bordo.
Junto con Alicante, Cartagena fue la última ciudad en
someterse a las tropas golpistas el 31 de marzo de 1939.
Durante la Dictadura Franquista se potenció la
industria energética (construcción de la refinería de Escombreras) y la de
fertilizantes y otras sustancias químicas, lo que acabaría acarreando
gravísimos problemas de contaminación. De la misma manera se fomentó la
construcción naval, a la vez que en sus instalaciones castrenses se formaban
los mozos que hacían su servicio militar obligatorio en Marina.
En el campo intelectual, hay que destacar al poeta José
María Álvarez, que le dedica hermosos versos a su ciudad natal. Con La Edad de Oro: Antología de poetas de la antigua Cartagena, se
inventa a varios poetas que desde época púnica han vivido o escrito en
Cartagena. Un hermosísimo ejercicio de poesía apócrifa.
Con luz propia destaca Arturo Pérez-Reverte, nacido en
la ciudad portuaria en 1951. En ella estudia, primero en los Maristas, donde
recibe lo que él denomina una educación correcta, y luego en el instituto
público Isaac Peral. Será en este último en el que tendrá la suerte de hallar
un grupo de jóvenes profesores, casi todos de Letras, que le proporcionarán una
recia formación humanística y con los que entabla una interacción perfecta.
Recuerda con gratitud el nombre de todos ellos y confiesa haber sido marcado
por la lectura y traducción de La Ilíada y del Libro II de La Eneida.
La Odisea, por su parte, avivó su amor por el mar y la aventura.
En sus conferencias confiesa que pudo soportar muchas
de las dramáticas situaciones que hubo de testimoniar en su etapa de
corresponsal de guerra porque a sus espaldas llevaba una mochila de lecturas.
Cuando veía a un soldado bosnio decir adiós a su familia antes del combate, estaba
viendo a Héctor despidiéndose de su mujer e hijo, mientras que Aquiles lo
espera sediento de venganza. Lecturas que pudo completar porque tuvo la fortuna
de contar con dos maravillosas bibliotecas, tanto en su familia paterna,
formada por los grandes clásicos de todas las literaturas, como en la materna,
en la que descollaban los best sellers de la época.
"Cartagena y su entorno marítimo son escenario
crucial de La carta esférica, en la que algún lector es libre de ver
referencias autobiográficas del cartagenero"
Fue en Cartagena donde halló uno de los grandes amores
de su vida: el mar. Su familia guardaba cierta vinculación con el mismo, pero
en esta pasión cobró especial protagonismo el Piloto, un fascinante lobo
de mar al que conoció con 13 años. El adolescente Arturo se escapaba de los
Maristas y acudía al puerto a buscar a su mentor. Con él aprendió a navegar
haciéndole de marinero y yéndose, incluso, alguna noche de contrabando. El
Piloto, que lo llamaba su Grumetillo, lo introdujo también en el buceo. Con él
pudo vivir el ambiente portuario de los años 50 y 60, sin privarse de visitar
alguno de los tugurios de peor fama del Molinete, ambiente que retratará en
varias de sus obras y por el que manifiesta sentir verdadera devoción.
Cartagena y su entorno marítimo son escenario crucial
de La carta esférica, en la que algún lector es libre de ver referencias
autobiográficas del cartagenero, ya que el protagonista, Ismael Coy,
pasó sus primeros años en ella y empezó a amar el mar bajo el pupilaje
precisamente de un tal Pedro el Piloto.
Coy no era en extremo inteligente. Leía mucho; pero
sólo del mar. Sin embargo, había pasado su infancia entre abuelas, tías y
primas, a orillas de otro mar cerrado y viejo, en una de esas ciudades
mediterráneas donde durante miles de años las mujeres enlutadas se reunían al
atardecer para hablar en voz baja y observar a los hombres en silencio. Todo
eso le había dejado cierto fatalismo atávico, un par de razonamientos y muchas
intuiciones.
Su imagen, la viñeta en el álbum de su memoria, era la
de un puerto mediterráneo con tres mil años de historia en sus viejas piedras,
rodeado de montañas y castillos con troneras que en otro tiempo tuvieron
cañones. Nombres como fuerte de Navidad, dique de Curra, faro de San Pedro.
Olor a agua quieta, a estachas húmedas, y el lebeche moviendo las banderas de
los barcos amarrados y los gallardetes en los palangres de los pesqueros.
Hombres inmóviles, jubilados ociosos frente al mar, sentados en los bolardos de
hierro viejo. Redes al sol, costados herrumbrosos de mercantes abarloados a los
muelles; y ese olor a sal, a brea y a mar viejo, denso, de puertos que han
visto ir y venir muchos barcos y muchas vidas. En la memoria de Coy había un
niño moviéndose entre todo aquello; un niño moreno y flaco con la mochila llena
de libros del colegio a la espalda, que se escapaba de clase para mirar el mar,
pasear junto a los barcos de los que veía descender a hombres rubios y tatuados
que hablaban lenguas incomprensibles. (…) Ése había sido el sueño, la imagen
que marcaría su vida para siempre: la nostalgia precoz, prematura, del mar cuya
vía de acceso eran los puertos viejos y sabios, poblados de fantasmas que
descansaban entre sus grúas, a la sombra de los tinglados.
A lo largo de la narración son constantes las
alusiones a pasajes de La Odisea, con lo que vuelve a quedar patente la
marca que en el escritor dejaron sus maestros en el instituto arriba citado. Como
botón de muestra, en un pasaje se retrata al Piloto “con las arrugas haciéndole
sombras en la cara, y el pelo corto y canoso que la penumbra tornaba
ceniciento, parecía un Ulises cansado; indiferente a las sirenas y a las
arpías”.
Otro clásico universal al que se le rinde homenaje en
la novela es a Moby Dick. El protagonista, Coy, es comparado en
su obcecación con el capitán Ahab, amén de llamarse igual que el protagonista
de la obra de Melville, Ismael. Varias escenas de la misma aparecen
citadas en el transcurso de la acción, así como otros inmortales de la
literatura de navegación nacidos de las plumas de Conrad o de Stevenson.
El Piloto aparece descrito por primera vez cerca de la
página 200, a partir de los recuerdos de Coy.
Habló brevemente de su juventud, del Cementerio de los
Barcos Sin Nombre, del primer cigarrillo y del marino tostado y flaco de pelo
prematuramente gris, las inmersiones en busca de ánforas, las salidas de pesca
entre dos luces, o el acecho al atardecer a los calamares que iban a dormir a
tierra en la Punta de la Podadera. Y el Piloto, su bota de vino, su tabaco
negro y su barco balanceándose en la marejada.
Lo que denomina Cementerio de los Barcos Sin Nombre se
refiere a una zona cercana al antiguo astillero de la extinta Bazán, actual
Navantia, en la Carretera del Espalmador, que desemboca en el Faro de Navidad.
Allí, hasta no hace mucho, se dejaban los restos de buques desguazados. Un
escenario fascinante para el niño Arturo, en el que solía jugar con su hermano
y primos, entre quillas y hélices herrumbrosas.
"La gravísima crisis industrial de los primeros
90, más la desidia política, tanto a nivel autonómico como local, sumieron a la
polis en una decadencia terrible, de la que sólo la lucha incesante de su
población civil y militar la está sacando"
La carta esférica es un
canto de amor no sólo al mar, sino a la Cartagena que Coy/Pérez-Reverte holló
en su mocedad. Su casco antiguo, su entorno marítimo, desde la isla de
Escombreras hasta el Cabo Cope y la población de Águilas aparecen retratados
con una prosa diáfana, pero cuajada de poesía. Es una novela de aventuras en la
que sus protagonistas, la enigmática Tánger Soto y el marinero en tierra,
Ismael Coy, buscan un tesoro hundido con el Dei Gloria, un navío fletado
por los jesuitas, y echado a pique en singular combate por un bajel corsario,
acosados por un siniestro cazatesoros y sus no menos temibles secuaces y
auxiliados sólo por Pedro el Piloto al timón de su velero Carpanta. Las
bahías de Mazarrón y la de Águilas, así como sus fondos marinos y el casco
antiguo de Cartagena, sirven de espectacular escenario a las aventuras de los
protagonistas.
Reverte se tomó esta obra también como un acto de
justicia para su mentor, el Piloto. Consiguió agradecerle públicamente todo lo
que del mar le enseñó, su ejemplo vital, convirtiéndolo en uno de sus
inolvidables personajes, lo cual generó que su figura fuera conocida por
todos los amantes de la buena literatura y que el susodicho fuera entrevistado
por decenas de periodistas. Y es que si algo tienen claro los lectores del
cartagenero es su afán por realizar justicia y el sagrado valor que le otorga a
la amistad.
La gravísima crisis industrial de los primeros 90, más
la desidia política, tanto a nivel autonómico como local, sumieron a la polis
en una decadencia terrible, de la que sólo la lucha incesante de su población
civil y militar la está sacando. Por fin, han obligado a las autoridades a
no seguir dando la espalda ni a su milenaria historia, ni a su eterno mar.
En este camino fueron cruciales dos fechas: en 1988 se
descubren de forma accidental los restos del teatro romano, bajo un barrio de
pescadores bastante degradado, al pie de la catedral vieja. Su excavación y su
minuciosa recuperación, encomendada al prestigioso arquitecto Rafael Moneo, ha
convertido al monumento en el motor cultural y económico no sólo de Cartagena,
sino también de la Comunidad entera.
Dos años después, en 1990, un grupo de cartageneros,
enamorados de su historia y de su tierra, idearon un festejo, mediante el que
se conmemorara el riquísimo legado que les transmitieron sus ancestros,
intentando remediar el olvido institucional. Nacieron, así, las Fiestas de
Carthagineses y Romanos. Desde entonces cada septiembre miles de personas
reviven los principales acontecimientos, de los que la urbe fue testigo en
plena Segunda Guerra Púnica.
La población es muy activa en lo cultural y en lo
festivo. Raro es el fin de semana en el que no haya alguna actividad para
disfrute de sus visitantes. En el terreno musical, por ejemplo, cobra cada vez
más relevancia el festival La Mar de Músicas que llena las tardes-noches
de julio de conciertos, exposiciones, proyecciones de cine y encuentros
literarios.
Desde 2005 se entregan los Premios Hache de Literatura
Juvenil y Mandarache de
Jóvenes Lectores, lo cual va mucho más allá de unos simples premios,
ya que esconde un ambicioso proyecto de fomento de la lectura, sobre todo
pensada para el público juvenil y los clubes de lectura, con encuentros con los
mejores escritores del panorama no sólo nacional, sino también internacional.
En septiembre se celebra desde hace 4 ediciones un
interesante encuentro dedicado a la literatura negra, policiaca y de misterio,
Cartagena Negra, al que han asistido autores de primerísima fila. Un joven
equipo, comandado por el infatigable Paco Marín, hace todo lo posible
por hacer realidad los sueños de los amantes de este tipo de literatura."En el llamado Barrio del Foro, gracias también a la iniciativa privada, se han reiniciado las excavaciones para restituir un espacio que atesora en sus entrañas no sólo restos romanos, sino puede que púnicos, bizantinos y musulmanes"
Del mencionado equipo forma parte Antonio Parra, quien ha usado como escenario para una de sus novelas la ciudad en la que vive e imparte clases, además de estar implicado en cuantas actividades de difusión de la literatura encuentre a su paso. Nos estamos refiriendo a La mano de Midas, la segunda de sus obras protagonizadas por el detective Sergio Gomes. Éste ha de investigar la muerte de un masajista, encontrado ahogado por una barra de pesas en su propio gimnasio. Cartagena se convierte, así, en marco de estas pesquisas y hay que reconocer que la limpia prosa y la cuidada urdimbre del escritor hacen que no desmerezca nada con respecto a otros lugares consagrados por la buena literatura negra.
Lo que ilusiona de Cartagena es que aún hay una ingente cantidad de cosas por hacer para sacar su pasado a la luz y ponerlo en valor en beneficio de todos. Un impresionante anfiteatro, erigido en sus inicios en época republicana, espera la decisión política para ser excavado y rehabilitado, a fin de convertirse en otro motor cultural. En el llamado Barrio del Foro, gracias también a la iniciativa privada, se han reiniciado las excavaciones para restituir un espacio que atesora en sus entrañas no sólo restos romanos, sino puede que púnicos, bizantinos y musulmanes.
"Navegar el puerto en alguna de las embarcaciones
turísticas que zarpan desde el mismo. Disfrutar de su Semana Santa, reconocida
como de Interés Turístico Internacional. Sentirte latino o púnico en sus
Fiestas de Cartagineses y Romanos"
Es emocionante observar el mar desde la cima de la
colina en la que Asdrúbal erigiera su palacio, el Arx Hasdrubalis. Subir al
adarve de la muralla púnica, que testimonia en roca viva el legendario ataque
de las tropas de Escipión. Pasear sobre las calzadas que pisaran los elefantes
de Aníbal en su marcha hacia Italia. Vivir los restos de uno de los mejores teatros
romanos hallados en Hispania. Deambular por los muelles de donde zarparon los
héroes de la conquista de Orán, de Nápoles o los que combatieron en Lepanto,
Cavite y Santiago de Cuba. Buscar a Caridad la Negra en los frescos de la
iglesia de la Caridad o en algunas fotografías que aún se exhiben en
determinadas tabernas del casco antiguo. Asistir al ocaso desde la carretera
que conduce a Cala Cortina, acompañado por varias baterías artilleras, que
aguardan su pronta rehabilitación para disfrute del viajero. Despedir el día
desde la torre vigía de Santa Elena, en la Azohía, un espectáculo digno de
dioses, mientras intentas revivir el combate entre el Dei Gloria y el
barco corsario que lo echó a pique, teniendo enfrente la maravillosa Bahía de
Mazarrón y en el alma el pasaje magistralmente narrado por Pérez-Reverte.
Perderse en busca de las baterías de San Julián o Castillitos y pasmarse ante
la potencia de sus cañones y ante la privilegiada vista que desde allí se
disfruta. Estremecerse en los refugios antiaéreos, empatizando con los que
vivieron aquellos brutales bombardeos. Bucear por la reserva de Cabo de
Palos e Islas Hormigas, conmoviéndose al descubrir el pecio donde el Sirio
duerme el sueño eterno, impresionados por la belleza de la vida marina que lo vela.
Tapear en añejos locales que dieron cobijo antaño a los componentes de los
legendarios Tercios. Disfrutar de unos exquisitos platos de pescado o de arroz caldero
en los restaurantes enclavados en ambos extremos de la bocana del puerto, en el
pesquero barrio de Santa Lucía o en torno a las instalaciones portuarias de
Cabo de Palos. Saborear su deliciosa gastronomía, concluyendo con la libación
de un asiático (una forma local de elaborar el café, con la adición de dos
licores y otros ingredientes). Admirar la entrada o salida de todo tipo de
embarcaciones desde el Faro de Navidad o desde el de San Pedro. Navegar el
puerto en alguna de las embarcaciones turísticas que zarpan desde el mismo.
Disfrutar de su Semana Santa, reconocida como de Interés Turístico
Internacional. Sentirte latino o púnico en sus Fiestas de Cartagineses y
Romanos.
Todo ello y mucho más espera al viajero, que aún
conserve el alma abierta y desee vivir en carne propia la historia,
convirtiendo a Cartagena en una de sus Ítacas.
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