Nadie hablaba de la tele ni de todas esas cosas superficiales que pueblan inútilmente nuestra vida. Nadie necesitó emborracharse para desinhibirse o pasárselo bien. Nos sentíamos miembros de una misma especie, seres humanos con fallos. Cuando uno celebra un cumpleaños, una victoria o un hecho reseñable jamás disfruta de un ambiente como el que ese día pudimos compartir. Siempre hay una estrella o una pareja que son el centro de la fiesta, subidos en un pedestal mientras los demás los contemplan en silencio. Sería más fácil celebrar nuestras caídas. Sin pódiums ni vanaglorias, simplemente alegrarnos del hecho de estar vivos y cerca los unos de los otros. Seguramente son más nuestros fallos que nuestros éxitos. No obstante, aquella noche, y a pesar de las humillaciones de las que fui testigo, no me atreví a pronunciarme . Demasiado miedo, demasiada vergüenza, y eso que tendría mucho que relatar. Si me pusiera a contar todas aquellas decisiones que he tomado y en las que me he equivocado, necesitaría meses, por muy rápido que hablara.
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