jueves, 14 de septiembre de 2017

Los bienes de este mundo. Irène Némirovsky.

A pesar de las aperiencias, esto es lo esencial. La guerra pasará, nosotros también, pero esos humildes e inocentes placeres siempre existirán: el frescor del aire, el sol, una manzana roja, la lumbre en invierno, una mujer, unos hijos, la vida cotidiana... La agitación, el estruendo de las guerras acaba apagándose. Lo demás quedará... ¿Para mí o para otros?

En cuatro años de guerra, todo el mundo se había acostumbrado a ellos; no inspiraban ni admiración ni afecto. "Ya no gozamos de su cariño -pensaba Pierre-. Les damos lástima, sí, pero una lástima superficial, a flor de piel, que se desvanecerá antes de que nuestras heridas cicatricen."

La memoria de un pueblo es una cosa terrible. Dicen que la gente es olvidadiza; sí, pero como los animales, que recuerdan que han sufrido, aunque no por qué... Es una memoria terrible, orgánica, hecha de rencor ciego, de injusticia, odio y estupidez... Nosotros, en 1914, éramos tan inocentes como recién nacidos. Íbamos a la guerra de buena fe. Pero nuestros hijos, que saben que todos los sacrificios fueron inútiles, que la victoria no venció a nadie, que han leído, visto u oído cuanto sucedió entonces y después, ¿cómo quieres que lo soporten? Los jóvenes han crecido con nuestras historias. ¡Cuántas veces les hemos repetido que la guerra fue una estupidez, algo inútil!

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