martes, 21 de marzo de 2017

La Odisea. Homero.

Habitantes de Ataca, oíd lo que voy a deciros. ¡Que ningún rey con cetro sea ya de su grado clemente ni piadoso ni albergue justicia en su pecho! ¡Malvado siempre sea y sus obras injustas! No queda entre todas estas gentes que tuvo en su reino, por él gobernadas con paterna bondad, quien se acuerde de Ulises divino. Y no causan de cierto mi enojo los fatuos galanes con sus hechos violentos y sórdidas tramas, pues ellos las cabezas se juegan al fin devorando por fuerza la despensa de Ulises que juzgan por siempre perdido; quien me indica es el resto del pueblo, pues todos estáis como mudos ahí sin alzar vuestra voz ni hacer frente a esos hombres ni, siendo los más, ponéis coto a los menos.

Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa, tras uncir los corceles subieron al carro vistoso y dejaron el pórtico atrás y el umbral resonante. Al chasquido del látigo el tronco voló sin pereza y salieron al campo y sus trigos: en una jornada terminaron su ruta, así adelantaban los potros.

Con aquel dulce viento gozándose Ulises divino desplegó su velamen; sentado rigió con destreza el timón; no bajaba a sus ojos el sueño, velaba a las Pléyades vuelto, al Boyero de ocaso tardío y a la Osa, a q otros dan nombre del Carro y que gira sin dejar su lugar al acecho de Orión; sólo ella de entre todos los astros no baja a bañarse al océano.

Tenebrosa caverna se abre a mitad de su altura orienta a las sombras de ocaso y al Erebo: a ella puesto el caso acosad, noble Ulises, el hueco navío. Ni el más hábil arquero podría desde el fondo del barco con su flecha alcanzar la oquedad de la cueva en que Escilla vive haciendo sentir desde allí sus horribles aullidos. Se parece su grito, en verdad, al de un tierno cachorro, mas su cuerpo es de un monstruo maligno, al que nadie gozara de mirar aunque fuese algún dios quien lo hallara a su paso; tiene en él doce patas, mas todas pequeñas, deformes, y son seis sus larguísimos cuellos y horribles cabezas cuyas bocas abiertas enseñan tres filas de dientes apretados, espesos, henchidos de muerte sombría. 

Contestando a su vez la discreta Penélope dijo: "Tan suspensa, hijo mío, he quedado entre mí que no puedo dirigirle palabra ni hacerle pregunta ni alcanzo tan siquiera a firmar frente a frente su rostro. Si el huésped es Ulises realmente que ha vuelto a su casa, sabremos comprobarlo él y yo entre nosotros: tenemos señales que guardamos secretas los dos y que nadie conoce.

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