lunes, 16 de enero de 2017

Patria. Fernando Aramburu.

...Y es lo único para lo que yo quiero que haya infierno, para que los asesinos continúen cumpliendo allí su condena eterna.

...En esta tierra nuestra la verdad murió hace mucho tiempo.

¿Otro requiebro? Sin duda merecido. Era guapa, con un punto de madurez: mi tipo. Ni vieja ni niña. Mujer en su sazón, con sus primera arrugas en los bordes de los párpados que aún la hacían más atractiva por el componente adicional de la experiencia en los asuntos terrenales, cuando todavía no hay derrotismo/resignación, pero aún salud, provisión de esperanzas, alegría...

Pero un hombre puede ser un barco. Un hombre puede ser un barco con el casco de acero. Luego pasan los años y se forman grietas. Por ellas entra el  agua de la nostalgia, contamina la soledad, y el agua de la conciencia de haberse equivocado y la de no poder poner remedio al error, y esa agua que corroe tanto, la del arrepentimiento que se siente y no se dice por miedo, por vergüenza, por no quedar mal con los compañeros. Y así el hombre, ya barco registrado, se irá a pique en cualquier momento.

Exacto. Porque soy tan cobarde como él y como tantos otros que a estas horas, en mi pueblo, estarán diciendo bajito para que no les oigan: esto es una salvajada, un derramamiento inútil de sangre, así no se construye una patria. Pero nadie moverá un dedo. A estas horas ya habrán limpiado la calle con una manguera para que no quede rastro del crimen. Y mañana habrá murmullos en el aire, pero en el fondo todo seguirá idugal. La gente acudirá a la siguiente manifestación en favor de ETA, sabiendo que conviene dejarse ver en la manada. Es el tributo que se paga para vivir con tranquilidad en el país de los callados.

Asimismo escribí en contra del crimen perpetrado con excusa política, en nombre de una patria donde un puñado de gente armada, en nombre de una patria donde un puñado de gente armada, con el vergonzoso apoyo de un sector de la sociedad, decide quién pertenece a dicha patria y quién debe abandonarla o desaparecer. Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias.

Además, el terrorismo de ETA no sirve para atacar a la derecha. Para eso es mucho mejor la guerra civil.

domingo, 8 de enero de 2017

La carne. Rosa Montero.

La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.

Demasiada ira es como demasiado alcohol, produce una intoxicación que te hace perder lucidez y criterio.

Ser maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no ha oídos que lleguen a entenderte. En esto se parece a la locura -soltó de repente Soledad-. Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear ser como los demás pero no poder. Y querer que te quieran pero sólo producir miedo o quizá risa. Ser maltido es no soportar la vida y sobre todo no soportarse a sí mismo.

...Lo importante no es lo que se tiene, sino lo que se añora.

Ahora Soledad acababa de cumplir sesenta años y se preguntaba en qué se le habían ido. Había llegado a esa edad en la que su biografía era irreversible. Ya no podría ser otra cosa, ya no podría hacer otra cosa con su vida. Ah, si hubiera sabido que iba a ser vieja y que se iba a morir, habría vivido de otra manera. Pero antes lo ignoraba. Es decir, nunca lo supo de este modo verdadero e irremediable. Y ahora ya era tarde.

La última vez que hacía el amor, la última vez que subías una montaña, la última vez que recorrías al trote el parque del retiro. El tiempo tictaqueaba inexorablemente hacía la destrucción final, como una bomba.