martes, 18 de octubre de 2016

TODAS LAS ALMAS. JAVIER MARÍAS.



Si a mí mismo me llamo yo, o si utilizo un nombre que me ha venido acompañando desde que nací y por el que algunos me recordarán, o si cuento cosas que coinciden con cosas que otros me atribuirían, o si llamo mi casa a la casa de antes y después ocuparon otros pero yo habité durante dos años, es sólo porque prefiero hablar en primer apersona, y no porque crea que basta con la facultad de la memoria para que alguien siga siendo el mismo en diferentes tiempos y en diferentes espacios.

Siempre me ha parecido un exceso de ingenuidad pensar que nadie –porque nos ama, esto es, porque a solas ha determinado amarnos transitoriamente y luego nos lo ha anunciado- va a comportarse con nosotros de manera distinta de cómo lo vemos comportarse con los demás, como si nosotros no estuviéramos destinados a ser los demás inmediatamente después de la determinación solitaria y la anunciación del otros, como si de hecho no fuéramos siempre también los demás además de nosotros.

Por suerte tú no eres mi marido. Eres un imbécil con mente detectivesca, y con esa clase de imbécil no se puede estar casado. Por eso tú nunca te casarás. Un imbécil detectivesco es un imbécil listo, un imbécil lógico, los peores, porque la lógica de los hombres, en vez de compensar su imbecilidad, la duplica y la triplica y la hace ofensiva… Él la tiene asumida, y tú todavía no. Eres tan imbécil que aún confías en la posibilidad de no serlo. Aún te esfuerzas. Él no.

Clare Bayes no es así. Clare Bayes sabe más de sí misma, que es el conocimiento que hace atractivas a las personas, lo que les da valor: que pueden dirigirse, que puedan preparar y conducir sus actos.

El ejercicio de la figura paterna o materna es una atribución del tiempo, sin duda un deber del tiempo. Requiere adaptación, concentración, es algo que llega. Aún no comprendo que este niño esté aquí y esté permanentemente, anunciando su duración increíble que nos sobrevivirá, ni que yo sea su padre. Hoy salí solo a unas conversaciones y a unos asuntos (a unos asuntos de mucho dinero: también eso ha cambiado, ahora gano y  manejo mucho dinero, aunque no como un bursar), y en medio de una de las conversaciones me olvidé por completo de la existencia del niño. Quiero decir que me olvidé de que había nacido, de su nombre, de su cara, de su breve pasado al que tengo la responsabilidad de haber asistido, no simplemente que me abstraje de él durante un rato, lo cual no sólo es normal, sino beneficio para ambos.

Los amores pasados siempre ofenden a los nuevos amantes, por muy muertos que estén aquéllos. Mucho más que las desafecciones, aunque éstas estén muy presentes y vivas y sean un engorro para lo práctico.

Saber que en un momento dado habrá que renunciar a todo es lo insoportable, para todo el mundo, sea lo que sea lo que constituya este todo, lo único que conocemos, lo únicos a lo que estamos acostumbrados. Yo comprendo bien a quien lamenta morirse sólo porque no podrá leer el próximo libro de su autor favorito, o ver la próxima película de la actriz que admira, o volver a tomar cerveza, o hacer el crucigrama del nuevo día, o seguir la serie de televisión que sigue, o porque no sabrá qué equipo ha ganado el campeonato de fútbol del año en curso. Lo comprendo perfectamente. No es sólo que todo pueda aún darse, la noticia inimaginable, el giro de todos los acontecimientos, los sucesos más extraordinarios, los descubrimientos, el vuelco del mundo. El revés del tiempo, su negra espalda… Es también que son tantas las cosas que nos retienen.

Cada cosa deberá contarse a alguien… Todo debe ser contado alguna vez al menos, aunque… deba ser contado según los tiempos. O, lo que es lo mismo, en el momento justo y a veces ya nunca más si ese momento justo no se supo reconocer o se dejó pasar deliberadamente… Por eso nos condenamos siempre por lo que decimos. O por lo que nos dicen.

Estábamos en olor de despedida, que es un olor intenso y reconocible siempre, pero aun así fingimos que la despedida y la separación no estaban del todo determinadas, como lo habían estado desde el principio (tener lo que se llama un amor en el territorio de paso, y en quién pensar, esa fue la resolución, y fue el proyecto), sino que podían depender de aquel encuentro o fin de semana, que podían o no decidirse en la ciudad y en una habitación de un hotel de Brighton. Y yo experimenté el gran consuelo (o es placer enorme acaso) de proponer lo que es imposible y se sabe que no va a ser aceptado: pues son justamente la imposibilidad conocida y la negativa cierta –el rechazo que no hace sino esperar quien propone y toma la palabra antes- lo que permite no tener reservas y ser vehemente y mostrarse más seguro al expresar los deseos que si existiera el más mínimo riesgo de que fueran satisfechos.

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