Cuando en política aparece un
fervor religioso; cuando la pertenencia a una formación se asemeja a la
pertenencia a una secta, y hay un caudillo; cuando sobre sus críticos cae
inmediatamente una lluvia de insultos mezclada con alguna lección adoctrinadora
para que esos críticos “abran los ojos y abracen la fe”; cuando desde ese
partido se habla de “regular” y “controlar” la prensa, y de pedir “adhesión”
(palabra franquista donde las haya) a los jueces y a los cargos públicos;
entonces, cuando todo eso se junta, sólo toca alejarse corriendo.
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