Vídeo de la presentación en el Teatro Español de Madrid de la nueva novela del capitán Alatriste. | Alfaguara España
"-Nunca sabe uno cuánto puede durar el favor- concluyó-. Así que debo darme prisa en mojar pan en la salsa, antes de que cdambie la conjunción propicia de los astros... En España, amigos míos, llegar al colmo de la fortuna es, siempre, estar a punto de perderla:"
"...Llegaba con recato de monja, miraba con aplomo de casada y se despojaba con modales de bachillera del abrocho; y una vez la corneta tocaba a degüello, salía harto aficionada, ambladora de caderas, con mucha y sabia aplicación. Que cual solía decir don Francisco de Quevedo, y no era el único, en cierta clase de mujeres la hermosura sin desvergüenza es vianda sin sal. Por mi parte y como novillo joven todo lo embiste..."
"-¿Nunca os cansáis de vagar y de correr, señor capitán?... ¿De que os compren y os vendan?
- A veces."
"-No. Sólo tengo ganas de reír, capitán Alatriste... Una carcajada que estremezca a reyes, dogos y papas.
Mi antiguo amo se había echado hacia atrás, reostándose en el respaldo de la silla. Los dos hombres se sostenían la mirada: sardónico uno, sereno el otro.
-¿Y después? -preguntó el capitán.
-Después, que el diablo nos lleve."
"Entonces observé que mi antiguo amo alzaba despacio una mano para pasarse dos dedos por el mostacho; y ese ademán, tan conocido por mí, me alarmó más que todo lo dicho por Malatesta.
-Ciudades y caballos de madera, capitán Alatriste -apuntó el sicario-. Vos y yo. Y que se jodan.
-¿Quiénes?
-Da igual. Todos."
"-Íñigo.
-Dígame vuestra merced.
Dudó un momento, antes de hablar.
-A veces, cuando eras un crío, te miraba dormido.
Me quedé inmóvil. No esperaba aquello. Mi antiguo amo seguía de pie junto a la estufa, una mano apoyada en la cazoleta de la espada que pendía a su costado.
-Pasaba horas mirándote -añadió-. Dándole vueltas a la cabeza... Maldecía de la responsabilidad.
Tambie´n yo te miraba de lejos, pensé de pronto. Armándote taciturno para salir a ganar unos maravedíes que nos dieran de comer. Ahogando luego remordimientos mientras bebías en silencio, en la penumbra de nuestro pobre cuarto. Te oía caminar cada noche, desvelado como un fantasma en la oscuridad. Hacías crujir el suelo de madera con pasos interminables, canturreando y recitando versos entre dientes para aliviar el dolor de las viejas heridas.
Todo esó pensé en un instante. Habría querido decírselo en voz alta, pero me contuve. Que si la madurez es fría y seca, la mocedad resulta caliente y húmeda: temí que la inesperada ternura que de pronto me removía por dentro se traicionara en mi voz. Fue el capitán quien remató el asunto, escogiéndose de hombros.
-Pero son las reglas -dijo.
Se apartó de la estufa para dirigirse a la cama donde estaban nuestras capas y sombreros -observé que había cambiado el de castor por su chapeo habitual de faldas anchas-. Al pasar por mi lado se detuvo, muy cerca.
-Nunca olvides las reglas. Las propias... En gente como nosotros, es lo único a lo que acogerse cuando todo se va al carajo."
"-Esta noche mi padre estaría orgulloso de mí, supongo
-Claro. Lo que digo es que...
-Me sobra con eso."
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