Pero él prefería purgar su
pecado con el tributo del insomnio, y se detenía ante cada retrato de la
difunta, que lo miraba desde el otro lado del tiempo, impermeable a la compasión
y a las lágrimas, endurecido por una rigidez sepia y post mortem.
En la parte alta del caserón
había una atmósfera sofocante, en la que se mezclaba el olor rancio del óleo
(había cuadros de nuestros antepasados), el olor a magnesio de los daguerrotipos
y el olor repugnante del tiempo detenido.
Hay momentos en la vida proclives
al crimen, instantes en que el deseo de venganza asciende por las tripas, incendia
los pulmones y se instala en el corazón, con una codicia incandescente. Instantes
en que uno quisiera enfangarse las manos en sangre ajena. Lástima que sean demasiado
efímeros.
Cualquier ideología que no
cuente con todos esos hombres y mujeres que comen peladuras de patatas y sueñan
con asesinar a su patrón está destinada al fracaso. Marxismo, anarquismo y
fascismo: ésas son las tres únicas soluciones.
No les hice caso, pues si algo
he aprendido en todos estos años es que la vida es un don mucho menos valioso
que la libertad, y que la muerte, para el condenado, es la única forma de
libertad que le resta. Por eso aguardo la liberación de mi alma…