… hay cosas que se soportan mejor en la penumbra que perfiladas en toda su ingrata sinceridad.
Nuestro maestro condenaba
la frivolidad del hombre moderno, el cual se dice hijo de Dios pero cifra toda
su ilusión en disfrutar la existencia terrena. En consecuencia, el hombre
actual se limitaba a conservar los monumentos del antiguo únicamente levantaba
teatros, cafés y otros lugares de esparcimiento con una raíz exclusivamente
material.
Hacen falta años para
percatarse de que el no ser desgraciado es ya lograr bastante felicidad en este
mundo. La ambición sin tasa hace a los hombres desdichados si no llegan a
conseguir lo que desean. La suprema quietud con poco se alcanza, meramente con
lo imprescindible.
Vivir es ir perdiendo
-me decía-; e incluso, aunque parezca aparentemente que se gana, a lo largo nos
damos cuenta de que el falso beneficio se trueca en una pérdida más. Todo es
perder en el mundo; para lo que poseen mucho y para los que se lamentan de no tener
nada.
En última instancia
ésa es la clave del éxito: dar al mundo por el gusto, halagarle su tonta
vanidad.
—No es usted muy
hablador —rompió ella con una risa—; ya lo había advertido en la cena...
—Es difícil conversar
cuando faltan puntos coincidentes en la historia de dos personas.
—Por de pronto no es
cosa despreciable haber coincidido en el tiempo. La historia del mundo tiene
muchos años de existencia.
—Ya veo que cuando
quiere usted también sabe hablar.
—Todo es cuestión de
la habilidad de mi interlocutor.
… el tiempo no estaba
en los relojes, sino en las circunstancias.
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