Por muy inmensas que
sean las riquezas que Troya esconde detrás de sus murallas, no valen lo que
vale la vida. Se pueden robar bueyes, y gruesas ovejas; podemos colmarnos de
caballos y trípodes preciosos, comprándolos con oro: pero la vida no puedes
robarla, no puedes comprarla. Se te escapa por la garganta y ya no retorna. Mi madre,
un día, me dijo cuál será mi destino: si permanezco aquí, luchando al pie de
las murallas de Troya, no regresaré, pero eterna será mi gloria; en cambio, si
vuelvo a casa, a mi tierra, no habrá gloria para mí, pero tendré una larga vida
antes de que la muerte, caminando lentamente, me alcance.
Héctor comprendió que
al final su destino lo había alcanzado. Y dado que era un héroe, sacó la espada
para morir combatiendo, para morir de una forma que todos los hombres venideros
habrían de contar para siempre.
Es el sino de los hombres vivir en el dolor, y sólo los dioses viven felices.
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