De una cosa puede estar seguro un hombre consciente, en lo que toca a los errores que obran en su currículum: sus efectos siempre encontrarán la manera de hacerse presentes cuando menos pueda convenirle.
Quizá al final sólo somos eso, la suma de las estampas que vamos acumulando en ese viaje solitario que llamamos vida.
Porque estaba roto, porque todos los hemos estado o lo estaremos, y porque si no olvidáramos eso con tanta frecuencia para empantanarnos en conflictos sin sustancia, nos podríamos ahorrar el grueso de los malentendidos y las desavenencias en que dejamos que se dilapiden tantos instantes de nuestra existencia que jamás recobraremos y que podríamos destinar a algo mejor. No hay dos personas que piensen lo mismo, pero las desgracias en las que nos asomamos a nuestros límites nos traspasan a todos por igual.
Depende de cómo lo mires. Hay días que te tocan tragedias del copón. Que además te dejan una semana cavilando. Las razones tan tontas por las que la gente se jode la suerte, o se la jode a otro. Pero la vida sigue siempre, incluso para los que ven pasar las balas cerca, si se las arreglan para que no les den a ellos. Por eso es por lo que te digo que hay que aprovechar todo lo que te ofrece la vida. Que es muy corta, y puede ser muy perra, y no te va a reglar esto siempre.
Cuando pasa el tiempo y se interpone la distancia, el mundo va adquiriendo deprisa una fisonomía que lo convierte en expresión rotunda de nuestra ausencia, y a nadie le deja indiferente lo bien que subsiste todo sin uno: lo natural que resulta que no estemos ni seamos ya parte de aquello a lo que un día creímos pertenecer. El territorio real se superpone a aquel otro que fue y ya sólo es una fantasmagoría, y el exiliado se afana en balde por lograr que esta prevalezca. Vence siempre el mundo, y como ya intuyó aquel abogado checo de dolorosa lucidez que escribía en alemán y se imaginaba procesado sin motivo o convertido en insecto de la noche a la mañana, en el combate entre tú y el mundo no queda otra que ponerte de lado de este, aceptar que te toca la derrota y el solo consuelo de no haberlo olvidado todo.
… pude tomarme sin prisa un segundo café, que acompañé con un zumo de naranja y un cruasán, porque una vida sin pecado deja de ser vida para convertirse en lamentable pervivencia.
Al final iba a resultar que Kavafis tenía razón en el poema aquel. No había que darse prisa por llegar a Ítaca. Y una vez en ella, el empeño crucial era buscar un argumento para convivir decorosamente con la decepción.