… leía mucho cuando
estaba sola y me leía a mí cuando estaba conmigo. Se había vuelto muy
inteligente. Decía, equivocándose por lo demás:
-Me aterra pensar que, de no ser por ti, habría seguido siendo una tonta. No lo niegues, tú me has abierto un mundo de ideas que yo ni sospechaba, y lo poco que soy ahora te lo debo a ti, nada más que a ti.
Entonces, notando que
su sueño era total, que no iba a tropezar con escollos de conciencia ahora
cubiertos por la pleamar del sueño profundo, deliberadamente me subía sin ruido
a la cama, me acostaba al lado de ella, le rodeaba la cintura con mi brazo,
posaba los labios en su mejilla y sobre su corazón.
Los celos son una sed
de saber gracias a la cual acabamos por tener sucesivamente, sobre puntos
aislados unos de otros, todas las nociones posibles menos la que quisiéramos. Nunca
sabemos si va a nacer una sospecha, pues de pronto recordamos una frase que no
era clara, una coartada que nos dieron no sin intención.
Por eso en el amor,
como en la vida habitual, no se debe temer sólo el porvenir, sino también el
pasado, que muchas veces no se realiza para nosotros hasta después del
porvenir, y no hablamos solamente del pasado que conocemos inmediatamente, sino
del que hemos conservado desde hace mucho tiempo en nosotros y que de pronto
aprendemos a leer.
Los celos son también
un demonio al que no se puede exorcizar, y reaparece siempre, encarnado bajo
una nueva forma. Y aunque pudiéramos llegar a exterminarlas todas, a conservar
perpetuamente a la que amamos, el Espíritu del Mal tomaría entonces otra forma
aún más patética, el desconsuelo de no haber logrado la fidelidad más que por
la fuerza, el desconsuelo de no ser amado.
Habitualmente
detestamos lo que no se nos parece, y nuestros propios defectos, visto desde
fuera, nos exasperan.
Se ha dicho que la belleza
es una promesa de felicidad. Inversamente, la posibilidad del placer puede ser
un comienzo de belleza.
Pues la memoria , en
vez de un ejemplar duplicado, siempre presente ante nuestros ojos, de los
diversos hechos de nuestra vida, es más bien un vacío del que cuando en cuando
una similitud actual nos permite sacar, resucitados, recuerdos muertos; pero
hay, además, mil pequeños hechos que no han caído en esa virtualidad de la
memoria y que permanecerán siempre incontrolables para nosotros. No prestamos
ninguna atención a lo que ignoramos de la vida real en torno a la persona amada,
olvidamos inmediatamente lo que nos ha dicho de un hecho o de unas personas que
no conocemos, así como su actitud al decírnoslo. Por eso cuando, posteriormente,
esas mismas personas suscitan nuestros celos, para saber si no se engañan, si
es a ellas a quien deben achacar una impaciencia de la amada por salir, un
descontento de que se lo hayamos impedido volviendo demasiado pronto, nuestros
celos, hurgando en el pasado para sacar deducciones, no encuentran nada en él;
siempre retrospectivos, son como un historiador que se pone a escribir una
historia para la cual no hay ningún documento; siempre retrasados, se
precipitan como un toro furioso allí donde no se encuentra la persona orgullosa
y brillante que los irrita con sus picadura y cuya magnificencia, cuya astucia,
admira la multitud cruel. Los celos se debaten en el vacío, inciertos como lo
estamos en esos sueños en los que sufrimos por no encontrar en su casa vacía a una
persona que hemos conocido bien en la vida, pero que aquí acaso es otra que ha
tomado solamente el exterior de otro personaje, inciertos como lo estamos más
aún cuando, ya despiertos, intentamos identificar tal o cual detalle de nuestro
sueño. ¿Cómo estaba nuestra amiga al decirnos aquello? ¿no parecía muy
contenta, hasta silbando, cosa que hace solamente cuando tiene algún pensamiento
amoroso y nuestra presencia la importuna y la irrita? ¿No nos dijo una cosa que
está en contradicción con lo que nos dice ahora, que conocía o no conocía a tal
persona? No lo sabemos, no lo sabremos nunca. Nos esforzamos en buscar los retazos
inconsistentes de un sueño, y mientras tanto nuestra vida con nuestra amante continúa,
nuestra vida distraída ante lo que ignoramos que es importante para nosotros, atenta
a lo que acaso no lo es, obsesionada con seres que no tiene verdadera relación
con nosotros, llena de olvidos, de lagunas, de vanas ansiedades, nuestra vida semejante
a un sueño.
Los celos, que tienen
una venda en los ojos, no sólo son impotentes para ver nada en las tinieblas
que los rodean, son también uno de esos suplicios en los que hay recomenzar
siempre la tarea.
A nuestros pies,
nuestras sombras paralelas, luego juntas, formaban un dibujo precioso. Ya me
parecía maravilloso, en la casa, que Albertina viviera conmigo, que fuera ella
quien se acostara en mi cama. Pero era como la exportación de esto al exterior,
en plena naturaleza, que, junto al lago del Bois que tanto me gustaba, al pie
de los árboles, fuera precisamente su sombra, la sombra pura y simplificada de
su pierna, de su busto, lo que el sol pintara a la aguada junto a la mía sobre
la arena del paseo. Y en la fusión de nuestras sombras encontraba yo un encanto
sin duda más inmaterial, pero no menos íntimo que en la aproximación, en la
fusión de nuestros cuerpos.
En cambio, los mentirosos
lo son rara vez, y, entre los mentirosos, especialmente la mujer que amamos.
Ignoramos dónde ha ido, qué ha hecho. Pero en el momento mismo en que está
hablando, en que está hablando de otra cosa bajo la cual hay lo que no dice,
percibimos instantáneamente la mentira y se agudizan nuestros celos, porque
notamos la mentira y no llegamos a saber la verdad… la sensación de mentira la
daban muchas particularidades que ya hemos visto en el transcurso de este relato,
pero principalmente que, cuando mentía, su relato pecaba, bien por insuficiencia,
omisión, inverosimilitud, bien, al contrario, por exceso de pequeños hechos
destinados a hacerlo verosímil. La verosimilitud, a pesar de la idea que se
hace el mentiroso, no es enteramente la verdad. Cuando, escuchando algo
verdadero, oímos algo que es solamente verosímil, que acaso lo es más que lo
verdadero, que quizá es incluso demasiado verosímil, el oído un poco músico
siente que no es aquello, como ocurre con un verso cojo, o una palabra leída en
alta voz por otro. El oído lo siente, y si estamos enamorados, el corazón se alarma.
… el testimonio de
los sentidos es una operación mental en la que la convicción crea la evidencia.
… el error es más
obstinado que la fe y no analiza sus creencias.
El universo es
verdadero para todos nosotros y diferencia para cada uno.
… no es un universo
el que se despierta cada mañana, son millones de universos, casi tantos como
pupilas e inteligencias humanas.
Pero a poco orgullo
que éste tenga, y aunque una separación hubiera de costarle la vida, no
responderá a una supuesta traición con un gesto efusivo y se alejará o, sin
alejarse, se esforzará por fingir frialdad. De suerte que todo lo que la amante
le hace sufrir es en perjuicio de ella. Si, por el contrario, disipa ella con
una palabra hábil, con tiernas caricias, las sospechas que le torturaban aunque
quisiera hacerse el indiferente, seguramente el amante no experimenta esa
intensificación desperada del amor a la que los celos le llevan, sino que,
dejando bruscamente de sufrir, dichoso, enternecido, con el sosiego que
sentimos cuando ha pasado la tormenta y ha caído la lluvia y apenas oímos
todavía, bajo los grandes castaños, caer a largos intervalos las gotas
suspendidas que ya el sol colorea, no sabe cómo expresar su gratitud a la que
le ha curado.
Las mentiras, , de la
que están hechas todas las conversaciones, aunque tan a menudo logre engañar,
no oculta un sentimiento de inamistad, o de interés, o una visita que se quiere
aparentar no deseada, o una escapada con una querida sin que lo sepa la mujer tan
perfectamente como una buena fama tapa una malas costumbres sin dejarlas
adivinar. Pueden permanecer ignoradas toda la vida; hasta que una noche la
casualidad de un encuentro las descubre; y aun a veces no se entiende bien la cosa,
y es preciso que un tercero enterado nos dé la incógnita palabra que todos
ignoran.
Pero entonces, ¿no es
verdad que esos elementos, todo ese residuo real que nos vemos obligados a
guardar para nosotros mismos, que la conversación no puede transmitir ni
siquiera del amigo al amigo, del maestro al discípulo, del amante a la amada,
esa cosa inefable que diferencia cualitativamente lo que cada uno ha sentido y
que tiene que dejar en el umbral de las frases donde no puede comunicar con
toro si no limitándose a puntos exteriores comunes a todos y sin interés, el
arte el arte de un Vinteuil como el de un Elstir, le hace surgir,
exteriorizando en los colores del espectro la composición íntima de esos mundos
que llamamos los individuos y que sin arte no conoceríamos jamás?
El único viaje verdadero,
el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros
ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien
universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es.
Y así como algunos
seres son los últimos testigos de una forma de vida que la naturaleza ha
abandonado, me preguntaba si no sería la música el ejemplo único de lo que hubiera
podido ser la comunicación de las almas de no haberse inventado el lenguaje, la
formación de las palabras, la formación de las palabras, el análisis de las
ideas.
… en esos novelistas
mediocres que en ciertas épocas ocupan una situación de genio, bien por la
mediocridad de sus colegas, entre los que no hay ningún artista superior capaz
de demostrar lo que es el verdadero talento, o bien por la mediocridad del
público que, aunque existiera una individualidad extraordinaria, sería incapaz
de comprenderla.
… sólo encontraba un
consuelo para sus penas: matar la felicidad de los demás.
Por eso a veces, leyendo
la nueva obra maestra de un hombre de talento, nos complacemos en encontrar en
ella todas las reflexiones nuestras que habíamos despreciado, alegrías, tristezas
que habíamos contenido, todo un mundo de sentimientos desdeñado por nosotros y
de cuyo valor nos informa de pronto el libro donde los reconocemos. Había acabado
por aprender de la existencia de la vida que estaba mal sonreír afectuosamente,
y no tenérselo en cuenta, cuando alguien se burlaba de mí. Pero aunque había
dejado de expresar esta falta de amor propio y de rencor hasta el punto de
ignorar casi completamente esa condición mía, no por eso dejaba de estar inmerso
en el medio vital primitivo.
…unas palabras que no
distinguí bien… Oímos retrospectivamente cuando hemos comprendido.
Parece que los acontecimientos son más vastos que el momento en el que ocurren y en el que no caben enteros. Cierto que rebasan hacia el porvenir por la memoria que de ellos conservamos, pero también requieren un lugar en el tiempo que los precede. Cierto que se dirá que entonces no los vemos tales como serán, pero ¿acaso no los modifica también el recuerdo?
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