El hecho de que
fueran sólo militares profesionales los que vivían en primera línea por
nosotros nos ha llevado a confundir vivir en paz con vivir en retaguardia. Hay
una guerra, no ha dejado de haberla y en ella se sigue dirimiendo el curso de
la historia y se moldea el mundo. Lo único que ocurre es que la inmensa mayoría
de nosotros la miramos desde demasiado lejos para sentirnos interpelados.
Quien nada teme no puede tener el coraje y la cabeza necesarios para conjurar el peligro.
Ahora es el turno de esos chavales que se quedan allí para ofrecerle la cara al viento enfurecido. El viejo guerrillero no se hace ilusiones: aunque finja a veces que amaina, está al acecho y volverá a ponerse duro, mientras los humanos no aprendan lo que no parecen querer aprender.
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