Enfermamos antes de morir para poder destetarnos
de nuestro cuerpo. La leche que nos nutría se vuelve amarga y se amarga. Nos
separamos del pecho y nos ponemos a esperar con impaciencia una vida autónoma.
Sin embargo, esta primera vida, esta vista en la tierra, en el cuerpo de la
tierra: ¿hay otra mejor, puede haberla? Pese a toda la tristeza, la
desesperación y la cólera, no he dejado de amarla.
Los niños no pueden imaginarse lo que es morir.
Ni siquiera se les pasa por la cabeza que no son inmortales.
Para tener la mente en paz, para tener el alma en
paz, necesitamos saber qué viene después de nosotros, qué presencia llena ahora
las habitaciones en las que antaño nos sentíamos en casa.
Porque es eso, después de todo, lo que uno quiere
al final: que haya alguien, para poder llamarlo en la oscuridad.
Metamorfosis, que endurecen nuestro discurso,
empeñan nuestros sentimientos y nos convierten en bestias. ¿En qué parte de
esta tierra crece la hierba que nos pueda preservar de ello?
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