viernes, 26 de julio de 2019

La edad de hierro. J. M. Coetzee.


Enfermamos antes de morir para poder destetarnos de nuestro cuerpo. La leche que nos nutría se vuelve amarga y se amarga. Nos separamos del pecho y nos ponemos a esperar con impaciencia una vida autónoma. Sin embargo, esta primera vida, esta vista en la tierra, en el cuerpo de la tierra: ¿hay otra mejor, puede haberla? Pese a toda la tristeza, la desesperación y la cólera, no he dejado de amarla.

 

Los niños no pueden imaginarse lo que es morir. Ni siquiera se les pasa por la cabeza que no son inmortales.

 

Para tener la mente en paz, para tener el alma en paz, necesitamos saber qué viene después de nosotros, qué presencia llena ahora las habitaciones en las que antaño nos sentíamos en casa.

 

Porque es eso, después de todo, lo que uno quiere al final: que haya alguien, para poder llamarlo en la oscuridad.

 

Metamorfosis, que endurecen nuestro discurso, empeñan nuestros sentimientos y nos convierten en bestias. ¿En qué parte de esta tierra crece la hierba que nos pueda preservar de ello?

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