viernes, 9 de noviembre de 2018

Trenes rigurosamente vigilados. Bohumil Hrabal.


...y por todas partes nada más que horribles pares de ojos en silencioso reproche, ojos torturados ante los cuales me llevé las manos a la cabeza.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Atadura. Domenico Starnone.

Y me dejé llevar por mis subrayados. Releí páginas enteras, traté de recordar el año en que me había dedicado a ese libro y a ese otro (1958, 1960, 1962, ¿antes de casarme?, ¿después?), evoqué no tanto la conciencia escrita de los autores -a menudo eran nombres olvidados, páginas envejecidas, conceptos que ya no entraban en el consumo cultural contemporáneo-, sino más bien mi propia conciencia, lo que en el pasado me había parecido adecuado para mí,  mi convicción, mi pensamiento, el devenir de mi yo.

-¿Por qué debería hacerlo? -pregunté.
-Porque está exagerando, no hay que comportarse así -dijo mi amigo.
-Le estoy haciendo mucho daño y ella reacciona como puede.
-Reacciona de un modo muy desagradable -exclamó su mujer.
-Es difícil sufrir de un modo agradable.

En un par de años había dejado de ser una chica, ahora era una mujer muy apreciada y desprendía una fuerza propia de llama sinuosa que ardía con discreción, encandilando. No tardará en dejarme atrás, pensaba al observarla. La descarga de vitalidad que me había arrollado cuando la conocí fue lo que causó en mí el arrebato ambicioso gracias al cual me había convertido en un hombre de éxito. El día menos pensado se daría cuenta de que se había enamorado no de mí, sino de los efectos de su propio calor sobre mi persona y comprendería que, en realidad, yo no era más que un hombrecito angustiado.

De la crisis de hace tantos años los dos aprendimos que para vivir juntos debemos decirnos mucho menos de lo que nos callamos.

Los trajiste al mundo -copiar y pegar- y, pase lo que pase, te los tienes que quedar...Hagas lo que hagas para contentarlos, siempre es demasiado poco. te quieren para ellos y se inventan lo que sea con tal de ponerte palos en las ruedas de tus urgencias. No solo no te perteneces -vaya idiotez ese viejo eslogan-, sino que ni siquiera puedes tratar de ser plenamente de otro, porque en realidad ya solo les perteneces a ellos... Cuántos lugares comunes es capaz de exhibir para defenderse: abrazarse por la noche a la persona amada calma la ansiedad; amar e mejor que la fe en un dios, es como una plegaria contra el riesgo continuo de morir; tener hijos atenúa la angustia, ah, qué deliciosa la dicha que te da la prole, qué apasionante verla crecer: te das cuenta de que eres el eslabón de una cadena infinita, los que vienen antes que tú y los que vendrán, la única forma posible de inmortalidad: etcétera, etcétera, etcétera.

Lisístrata. Aristófanes.

Lisístrata.- ¿Pues qué te creías? ¿Suponías acaso que venías contra esclavas o es que no sabes que las mujeres tienen arrestos?

Consejero.- ¿Con la lana, las madejas y los husos como modelo creéis que podréis acabar con asuntos tan graves? Estáis locas.
Lisístrata.- También vosotros si tuvierais cabeza haríais toda vuestra política tomando el manejo de la lana como modelo.
Consejero.- ¿Cómo es eso, vamos a ver?
Lísistrata.- Ante todo, como se hace con los vellones, habría que desprender de la ciudad en un baño de agua toda la porquería que tiene agarrada, quitar los nudos y eliminar a los malvados, vareándolos sobre un lecho de tablas, y a los que aún se quedan pegados y se apretujan para conseguir cargos arrancarlos con el cardador y cortarles la cabeza; cardar después en un canastillo la buena voluntad común, mezclando a todos lo que la tienen sin excluir a los metecos y extranjeros que nos quieren bien, y mezclar también allí a los que tienen deudas con el tesoro público y además, por Zeus, todas las ciudades que cuentan con colonos salidos de esta tierra, comprendiendo que todas ellas con para nosotros como mechones de lana esparcidos por el suelo cada cual por su lado. Y luego, cogiendo de todos ellos un hilo, reunirlos y juntarlos aquí y hacer con ellos un ovillo enorme y tejer de él un manto para el pueblo.