miércoles, 7 de septiembre de 2016

El desierto de los tártaros. Dino Buzzati.

Hasta entonces había avanzado por la despreocupada edad de la primera juventud, un camino que de niño parece infinito, por el que los años discurren lentos y con paso ligero, de modo que nadie nota su marcha. Se camina plácidamente, mirando con curiosidad alrededor, no hay ninguna necesidad de apresurarse, nadie nos hostiga por detrás y nadie nos espera, también los compañeros avanzan sin aprensiones, parándose a menudo a bromear.

Pasarán días antes de que (…) comprenda lo que ha sucedido. Oirá el latido del tiempo escandir ávidamente la vida (…) los compañeros se perderán de vista, alguno se queda atrás agotado.

Pesaba ahora sobre la sala el sentimiento de la noche, cuando los miedos salen de los decrépitos muros y la infelicidad se vuelve dulce, cuando el alma bate orgullosas las alas sobre la humanidad dormida.

(…) pero estaban ya en él entorpecimiento de los hábitos (…) el amor doméstico a los muros cotidianos.

La luna camina y camina, lenta, pero sin perder un solo instante, impaciente del alba.

(…) y como tú otros muchos, os habéis obstinado demasiado tiempo esperando, el tiempo ha sido más rápido que vosotros, y no podéis empezar de nuevo.


Es difícil creer en algo cuando uno está solo y no puede hablar de ello con nadie. Precisamente en ese época Drogo se dio cuenta de que los hombres, por mucho que se quisieran, siempre permanecen alejados; si uno sufre, el dolor es completamente suyo, ningún otro puede tomar para sí ni una mínima parte; si uno sufre, no por eso los otros sienten año, aunque el amor sea grande, y eso provoca la soledad en la vida.

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