domingo, 21 de febrero de 2016

El extranjero. Albert Campus.

Como siempre que siento deseos de librarme de alguien a quien apenas escucho, puse cara de aprobación.

El día concluía y era la hora de la que no quiero hablar, la hora sin nombre, en la que los ruidos de la noche subían desde todos los pisos de la cárcel en un cortejo de silencio.

Cuando hubo terminado, se dirigió a mí llamándome "amigo mío"; si more hablaba así no era porque estuviera condenado a muerte, según su opinión  estábamos todos condenados a muerte. Pero lo interrumpí diciéndole que no era la misma cosa y que, por otra parte, en ningún caso podía ser un consuelo. "Es cierto", asintió, "pero usted morirá más tarde si no muere pronto. El mismo problema se le planteará entonces...

Uno hace lo que no quiere hacer cuando se enamora y lo disfraza de propia iniciativa, aunque en el fondo sólo sea renuncia.



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