A su lado estaba a salvo del efecto que causaba en los otros, protegido de mí mismo, de mis desánimos y mis miedos A su lado todo era factible, y ella, con sus certezas y su forma práctica de mirar la vida, me lo confirmaba.
Poseía una de esas bellezas llamativa, que en una mujer menos misteriosa no me habría causado curiosidad. Tenía la teoría en ese entonces de que la excesiva belleza, tanto en hombres como en mujeres, había que estos construyeran su vida alrededor de esta vana característica, volviéndolos con el tiempo personas indolentes y poco interesantes.
Después de tantos años, cuando intento reconstituir lo que ocurrió a continuación, me doy cuenta de que los hechos, tal cual acontecieron, están distorsionados por las múltiples versiones que Vera y yo recreamos de ellos a lo largo del tiempo, cargándolos de subjetividad y de una pátina de romanticismo que sin duda no tuvieron. Hay momentos así. Momentos que con el tiempo se transforman en fábulas compartidas. Los reconstituimos con el fin de acomodarlos a nuestra historia y transformarlos en algo que podemos atesorar.
Sólo quería saber cómo sonaba tu nombre cuando ella lo escuchaba -respondió sonrojándose. Me miró con sus ojos negros tras los cuales parecía vivir algo indomable y triste.
Durante los días que siguieron traté de reconstituir en mi memoria el contacto de su piel contra la mía, su textura, recordar la presión que había ejercido, la tibieza que se había filtrado en mí como una luz que a través de una puerta clausurada enciende tenuemente un cuarto que ha permanecido en la oscuridad.
Ahí estábamos, Julián durmiendo en la que hasta hacía algunas semanas había sido mi cama, ella y yo amándonos en silencio, y sentí una alegría en cuya tela estaba entretejida la ansiedad y la tristeza de saber cuán efímero era todo, cuán frágil.
Lo decía con altivez, como si en el mundo donde ella vivía, en las alturas de la abstracción, esas banalidades fueran un insulto, haciéndome sentir miserable y vulgar con mis inquisiciones.
Mi mujer, la misma con quien había compartido una parte importante de mi vida, había guardado dentro de sí un ser secreto. Pero ¿no era siempre así al fin y al cabo? Siempre queda una zona inescrutable, un espacio donde anidan los sentimientos más bajo, un territorio oscuro, que muchas veces no es visible ni a nuestros propios ojos, porque de verlo, el delicado andamiaje que hemos construido a lo largo de nuestras vidas se vendría abajo de golpe.
Una de ellas, a pesar de un leve aspecto gastado, resultaba incluso atractiva.
No tenía la seguridad de que estas revelaciones, que llegaban con su ambigua claridad, fueran auténticas. Pero necesitaba salir de la penumbra y me aferré a ellas como un creyente a una verdad suprema.
Algo inédito se estaba iniciando en mí. Y para que ello sucediera había tenido que morir un poco, había tenido que pasar por esa tierra de nadie donde no hay vida, ni aire, ni esperanza. Esa es la naturaleza de los comienzos y recién en ese instante lo descubría.
Ya lo enunciaban los griegos: la memoria se ancla en los lugares para poder sobrevivir. Sitios que el alma crea para poder guardar sus recuerdos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario