sábado, 5 de septiembre de 2015

La isla del fin de la suerte. Lorenzo Silva.

No sé vosotros, pero yo estoy harto de que la gente me cuente su vida y además se muestre siempre convencida de que su vida tiene que importarme un huevo.

El ser humano tiene una propensión natural a reconocer el principio de autoridad. Sólo hay que hacerla sentir, sin miramientos de ninguna clase. Con espontaneidad y resolución.

Me miraba como si estuviera soñando.

Cada lector del Quijote crea su experiencia vida de él a partir de las cenizas escritas que dejó un difunto ilustre, pero difunto, llamado Miguel de Cervantes. Y el libro, que ya no necesita a Cervantes, necesita en cambio a ese lector que lo resucita, y que seguramente lo convierte en algo diferente de lo que el propio Cervantes se propuso hacer. La comunidad literaria, en cada época, no es un conjunto de escritores, en cada época, no es un conjunto de escritores, sino de lectores.

La lectura es comunicación en el seno de la soledad.


Demian. Hermann Hesse.

A veces sabía yo que mi meta en la vida era llegar a ser como mis padres, tan claro y limpio, superior y ordenado como ellos; pero el camino era largo, y para llegar a la meta había que ir al colegio y estudiar, sufrir pruebas y exámenes; y el camino iba siempre bordeando el otro mundo más oscuro, a veces lo atravesaba y no era del todo imposible quedarse y hundirse en él.

Lo hombre con valor y carácter siempre les han resultado siniestros a la gente. Que anduviera suelta una raza de hombres audaces e inquietantes resultaba incomodísimo.

Veo que piensas más de lo que puedes expresar. Claro que si es así te darás cuenta también de que nunca has vivido completamente lo que piensas; y eso no es bueno. Sólo el pensamiento vivido tiene valor. Hasta ahora has sabido que tu "mundo permitido" sólo era la mitad del mundo y has intentado escamotear la otra mitad, como hacen los curas y los profesores. ¡Pero no lo conseguirás! No lo consigue nadie que haya empezado a pensar.

El que es demasiado cómo para pensar por su cuenta y erigirse en su propio juez, se somete a la prohibiciones, tal como las encuentra. Eso es muy fácil. Pero otros sienten en sí su propia ley; a ésos  les están prohibidas cosas que los hombres de honor hacen diariamente y les están permitidas otras que normalmente están mal vistas. Cada cual tiene que responder de sí mismo.

Pero en los casos en los que no ha sido la costumbre sino el más íntimo impulso el que nos ha llevado a ofrecer amor y veneración, cuando hemos sido discípulos y amigos de todo corazón, el momento de reconocer que la corriente dominante en nosotros se aparta de la persona querida es amargo y terrible. Cada pensamiento que rechaza al amigo y al maestro se vuelve con aguijón venenoso contra nuestro propio corazón; cada golpe de defensa nos da en l propia cara. A quien creía actuar según una moral válida se le aparecen las palabras "infidelidad" e "ingratitud" como vergonzosos reproches y estigmas; el corazón aterrado huye temeroso a refugiarse en los amados valles de las virtudes infantiles. Me costaba trabajo comprender que también esta ruptura ha de ser llevada a cabo, que también hay que cortar este lazo.