miércoles, 21 de enero de 2009

Un original del propietario del Blog.

Al cruzar la calle, un coche azul, que circulaba por la ciudad, raudo como el viento en la estepa mongol, le salpicó con el agua caída la noche anterior. Un agua sucia, barrulenta, que estaba a punto de acabar con la mejor entrevista de trabajo que había tenido en meses antes de empezar.

Juan Diego, que así se llama el protagonista, maldecía su mala suerte. Vino en ese entonces a su memoria una frase dicha anteriormente en un programa de radio, al cual era tan puntual como beata a misa de domingo, referente a la mala ventura “Yo zoy de loz que ce cienta en el pajaar y ce clava l’aguja” dijo el oyente que llamó al programa, un andaluz muy jocoso, que se encontraba oyendo el programa por la radio mientras conducía hasta el país vecino para no se qué reunión de negocios, cara a una exposición de pintura portuguesa vanguardista de su pueblo. Aquella frase le arrobó, no se sabe si por la ocurrencia del telefoneante o por el acento con que lo dijo, la cuestión es que cuanto la ocasión lo permitía la dejaba caer, esperando con mirada cómplice ver un atisbo de sonrisa en los presentes.

Ante la situación no prevista, tuvo que buscar con urgencia, lugar donde pudiera limpiarse la ropa o bien volver al hotel donde había dejado la maleta esa misma mañana.

Recorrió la pequeña calle donde se encontraba y al cabo de un rato sin encontrar ni un solo lugar donde lavarse -parecía increíble que en un país donde hay más bares por metro cuadrado que en ningún otro, estuviese casi un cuarto de hora sin encontrar ninguno- resolvió regresar al hotel a cambiarse. Iba sudoroso, agobiado, con una sensación de mareo, si bien ésta última se podía deber al café con leche que se había tomado en el tren, durante el viaje de ida. Que esa es otra, si su andanza por la ciudad no estaba exenta de percances, el encuentro que había tenido con un señor en el mismo vagón y asientos contiguos, era de aúpa.

Llegó al hotel y subió saltando escalones de tres en tres hasta su habitación en la segunda planta. Abrió la puerta y vio la maleta sin deshacer que se había traído, a regañadientes con su novia que había insistido en que no se fuera con lo puesto por si tenía alguna contingencia. ¿Qué puede pasar si sólo voy a estar una mañana en la ciudad? El hecho de que ella tuviera razón, después de tan ardua discusión para no traérsela y que lo había hecho por no perder el tren discutiendo y discutiendo, también contribuía a incrementar las palpitaciones en su cabeza.

Tras cambiarse de pantalones, y otras prendas de mayor intimidad salió hacia la oficina de la entrevista.

La entrevista iba a ser llevada a cabo por una de esas empresas de selección de personal que tanto agobian con preguntas inútiles para el lerdo en la materia. Preguntas en las que tienes que decidir en unos segundos entre la vida de una amigo de la infancia, con el que has pasado los mejores ratos de tu vida, aquellos en los que la inocencia no te dejaba ver lo ruin y despiadada que puede llegar a ser la gente y entre terminar un trabajo apremiante de la empresa. Preguntas para decidir si eres apto para un trabajo de diseño de motores en función de si te gusta más el color negro que el amarillo o si por el contrario el azul cielo.

Jadi, como así le llamaban los amigos del barrio para acortar, y que pese a tener ya veinticinco años todavía lo seguían utilizando para referirse a él, se había preparado a conciencia para superar la entrevista. Había leído libros especializados en “Cómo superar una entrevista de trabajo” “Qué cualidades debe tener el futuro trabajador”, pero lo más importante es la calma que había previsto no perder, cuando una de esas señoritas salidas de revistas de cerámica y cristal de Bohemia le hiciera perder los estribos con alguna pregunta retórica sobre alguna decisión de su vida. Como si uno, primero, no tuviera derecho a equivocarse o no tuviera derecho a cambiar.

- ¿Por qué hizo usted el servicio militar cuando según las estadísticas la mayoría de los jóvenes actuales hacen el servicio social obligatorio? Dijo la niña.

“Para aprender el manejo de las armas, tomar un día Torre Picasso a punta de fusil de asalto AK-47, e inmolarme ante las cámaras después de ajusticiar a todos los periodistas, técnicos en imagen, etc que me hubiese encontrado a mi paso”. Estuvo a punto de decir. Pero no, uno tiene que comer por lo que habrá que tener mano izquierda, pensó finalmente.

“Porque en ese momento la duración del servicio militar era tres meses menor que el servicio social y quería entrar cuanto antes en el mundo laboral” respondió tras meditar si soltar su primer pensamiento.

Llegó a la puerta de la oficina y tocó el timbre. Abrió una chica que provocó en él un balbuceo indescifrable cuando le pregunto su nombre y motivo de la visita.

“Es preciosa”, fue su primer pensamiento.

Hacía mucho tiempo que no se sentía atraído por su novia. La monotonía del día a día y una futurible vida familiar clásica le hacía replantearse continuamente abandonarla. Pero Jadi era débil sentimentalmente, necesitaba siempre un pilar al que asirse en su vida para que todo el engranaje de su ser no se viera cayendo por un pozo sin fondo, negro y oscuro como la soledad que sienten aquellas personas que están solas en este mundo.

Aquella chica provocó que volviera a su mente la creencia en las saetas de Cupido. “Increíble”: pensó. Siempre había esperado conocer a alguien que lo atrajese sobremanera. Aquella presencia, aquel ángel celestial, le había terminado por remover su estómago. Lo primero que hizo fue preguntar por el cuarto de baño con una cara tan verde como la de Shrek. Mientras se dirigía al cuarto de baño se maldijo por ser así.

La chica era de una belleza semita extraordinaria; de piel morena y pelo negro intenso y caracolado, ojos negros y profundos, donde no se puede ver su fondo, manos pequeñas que daban sensación de desprotección, y una voz ¡qué voz!

Cuando salió del cuarto de baño pasó por recepción y Paula, que así se llamaba la chica, pues había oído pronunciar ese nombre mientras estaba en el aseo e ipso facto había oído responder a aquella voz tan dulce y suave, de las que hicieron que hombres a lo largo de la historia se dejaran matar por sólo la posibilidad de poderse acunar una noche, le dijo que aguardase en la sala de espera que en seguida iba a ser atendido.

Mientras esperaba, cruzó varias veces la mirada con Paula -le gustaba aquel nombre- y sintió que ella también se sentía interesada por él.

Estuvo a punto de levantarse e intentar establecer una conversación con ella pero, como siempre ese sentimiento de no saber qué decir y su exacerbado sentido del ridículo no lo dejaron levantarse del asiento. Jadi luchaba con todas sus fuerzas por romper su timidez de una vez. ¿Qué puedes perder? ¿Parece mentira con 25 años que tienes te comportes como un adolescente ante su primera cita? Se preguntaba. Estuvo reuniendo fuerzas de flaqueza y cuando estaba casi decidido la vio llegar hasta la sala y pronunciar su nombre. Jadi sintió sus pulmones hincharse como un globo y de pronto las pocas fuerzas que acababa de reunir desaparecieron como las estrellas en una noche urbana.
"Al cruzar la calle" Juan A.H.M.

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