… se moría el imperio
y su emperador; se moría la sociedad de las buenas costumbres y de los
principios morales; se morían los valores tradicionales, el legado de nuestros
padres; se moría el buen gusto y la cordura; se moría la belleza del arte y la
armonía de lo estético; se moría la contención y la razón, el sentido común. Llevaban
muriéndose desde que se había acabado el glorioso siglo de la razón, de la
ciencia y del pensamiento liberal. El nuevo siglo había llegado abanderado de
modernismo. Una policía moderna: la de la revolución. Una sociedad moderna: la
del individuo frente a la familia. Una moral moderna: la de la espontaneidad y
el libertinaje.
… el arte, como
manifestación de un tiempo y una sociedad determinados.
A cada tiempo su
arte, a cada arte su libertad.
Pero ¡¿Qué tiempo es
éste?!, me pregunté indignado. El tiempo de la Krisis, de la ruptura, del
individuo por encima de la sociedad, del sentimiento por encima de la razón…
Palabras bonitas que para mí sólo significaban la negación de la autoridad
paterna; la doble moral; el debilitamiento de la ley el progreso; el feminismo
y la mujer contestataria; la obsesión y la ansiedad….
La libertad y la
felicidad son sensaciones efímeras. Pretender que se vuelvan permanente sólo
nos procura insatisfacción y desdicha. Por eso yo intento concatenar momentos
efímeros de felicidad y libertad, pequeños episodios que suceden cada día.
No era la primera vez
que asistía a la muerte, pero sí aquella muerte tan peculiar de quien vive como
un líder de masas pero muere solo; de quien crea opinión pero es abandonado al
final; de quien, por vivir en la oscuridad, muere en la oscuridad. Vivir y
morir solo… Llevaba una existencia llena de sinsabores y desengaños, me había
empeñado, quizá por revanchismo o puede que por desesperación, en la búsqueda y
en el ejercicio de una libertad que no era más que un espejismo, un ideal sin contenido
ni sustancia. Creyendo que la libertad sólo estaba al alcance de las almas
solitarias, independientes y autosuficientes, me había convertido en una isla
en mitad de un mar al que creía desdeñar desde mi individualismo superior, pero
al que en realidad temía por saberlo dañino y peligroso. Yo había escogido la
soledad como refugio y como escudo… La noche que llegue la dama negra para
llevarte con ella… tal vez mañana… te hallará sola. Morirá contigo tu legado,
pues no tendrás a quién legar. Morirá contigo su memoria, pues no tendrá en
quién quedar. Nada de ti quedará en este mundo tras tu paso por él. Ésa es la
auténtica muerte, la muerte del alma solitaria: la tuya… Así me amenazaba la
angustia.
Ella se había llevado
esa parte de mí que era del todo: ella había colapsado mi estrella y en su
lugar había dejado un agujero negro de preguntas sin respuesta que absorbía
toda mi energía, todo mi ser.
¿Por qué?
¿Por qué había hecho
de mí un hombre desgraciado y miserable? ¿Por qué había convertido mi libertad
en una responsabilidad vana, mi independencia en una condena solitaria y mi
autosuficiencia en una invalidez absoluta y permanente? ¿Por qué había entrado
en mi vida para salir de ella, dejando el virus de la soledad y el anhelo
contaminando mi sangre?