Le vendría bien sin duda parar ya, antes de que se desmorone su vida, antes de que se imponga la edad y le abandonen las fuerzas. Antes de convertirse en alguien que inspire lástima, antes de perder la magia y la dignidad.
Cuando los hombres hacen el amor, se miran el pene. Se apoyan en sus brazos, se asoman y observan como penetra en la mujer. Se aseguran de que funciona. Durante unos segundos, aprecian ese vaivén, se alegran quizá de ese mecanismo tan sencillo y eficaz. Adèle sabe también que esa autocontemplación, ese regreso a uno mismo, implica cierta forma de excitación. Y que no solo observan su propio sexo, sino también el de ella.
La crueldad de los que se saben queridos.