Poco después de la guerra civil, un brote de
cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjüic el día de mi
cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que
cuando le pregunté a mi padre si el cielo lloraba le faltó la voz para
responderme.
Aquélla fue la primera vez en que me di cuenta de
que mi padre envejecía y de que sus ojos, ojos de niebla y de pérdida, siempre
miraban atrás.
Cada libro, cada tomo que vez, tiene alma. El alma
de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con
él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la
mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.
Cuando una biblioteca desparece, cuando una
librería cierra sus puertas, cuando unlibro se pierde en el olvido, los que
conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este
lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el
tiempo, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo
lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los
compramos, pero en realidad los libros no tiene dueño. Cada libro que ves aquí
ha sido el mejor amigo de alguien.
Recorrí pasillos y galería en espiral pobladas
por cientos, miles de tomos que parecían saber más acerca de mí que yo de
ellos. Al poco, me asaltó la idea de que tras la cubierta de cada uno de
aquellos libros se abría un universo infinito por explorar y de que, más allá
de aquellos muros, el mundo dejaba pasar la vida en tardes de fútbol y seriales
de radio, satisfecho con ver hasta allí donde alcanza su ombligo y poco más.
Me sentí rodeado de millones de páginas
abandonadas, de universos y almas sin dueño, que se hundían en un océano de
oscuridad mientras el mundo que palpitaba fuera de aquellos muros perdía la
memoria sin darse cuenta día tras día, sintiéndose más sabio cuanto más
olvidaba.
Nada alimenta el olvido como una guerra, Daniel. Todos
callamos y se esfuerzan en convencernos de lo que hemos visto, lo que hemos
hecho, lo que hemos aprendido de nosotros mismos y de los demás, es una
ilusión, una pesadilla pasajera. Las guerras no tienen memoria y nadie se
atreve a comprenderlas hasta que ya no quedan voces para contar lo que pasó,
hasta que llega el momento en que no se las reconoce y regresan, con otra cara
y otro nombre, a devorar lo que dejaron atrás.
... el arte de leer se está muriendo muy
lentamente, que es un ritual íntimo, que un libro es un espejo y que sólo
podemos encontrar en él lo que ya llevamos dentro, que al leer ponemos la mente
y el alma, y que ésos son bienes cada día más escasos.