martes, 24 de noviembre de 2020

Consummatum est. César Pérez Gellida.

 

"Nuestro mundo solo se rige por una única verdad. Normalmente, lo que parece es simplemente eso: lo que parece que es."

 

 "... todos asentíamos, pues nos dábamos cuenta de que la vida es un asesino insobornable."

 

 "Las preguntas y respuestas están en los libros, al alcance de la mano de todo el mundo, pero la gente prefiere mirar hacia otro lado. Es más fácil. Respirar, alimentarse, reproducirse y morir, a eso se reduce la vida del ser humano: sobrevivir".

martes, 10 de noviembre de 2020

El invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina.

Constantemente la música me acuciaba hacia la revelación de un recuerdo, calles abandonadas en la noche, un resplandor de focos al otro lado de las esquinas, sobre fachadas con columnas y terraplenes de derribos, hombres que huían y que se perseguían alargados por sus sombras, con revólveres y sombreros calados y grandes abrigos como el de Biralbo.

Pero ese recuerdo que me agravaron la soledad y la música no pertenece a mi vida, estoy seguro, sino a una película que tal vez vi en la infancia y cuyo título nunca llegaré a saber.

 

No me has mirado aún –dijo-. Todavía no has querido mirarme.

-No he hecho otra cosa desde que me llamaste. Antes de verte ya te estaba imaginando.

-No quiero que me imagines. –Lucrecia se puso un cigarrillo en los labios y lo encendió sin esperar a que él le diera luego-. Quiero que me veas. Mírame: no soy la misma de entonces, no soy la que estaba en Berlín y te escribía cartas.

-Me gustas más ahora. Eres más real que nunca.

-No te das cuenta. –Lucrecia lo miró con la melancolía de quien mira a un enfermo-. No te das cuenta de que el tiempo ha pasado. No una semana ni un mes, tres años enteros, Santiago, hace tres años que me fui. Dime cuántos días estuvimos juntos. Dímelo.

-Dime tú por qué has querido que viniéramos al Lady Bird.

Pero esa pregunta no le fue respondida. Lucrecia le dio lentamente la espalda y caminó hacia el teléfono con las manos hundidas en los bolsillos de su chaquetón, como si le hubiera dado frío. Biralbo la oyó pedir un taxi, la miró sin moverse mientras ella le decía adiós desde la puerta del Lady Bird. De un extremo a otro del bar, en el espacio entre sus dos miradas, percibió como una bofetada lentísima el tamaño y la oscuridad del abismo vacío que por primera vez era capaz de medir, que hasta aquello noche y aquella conversación ni siquiera había vislumbrado. Tapó el piano, lavó las copas en el fregadero, apagó las luces. Cuando al salir a la calle bajó la cortina metálica del Lady Bird le extrañó que el dolor no hubiera llegado todavía.

 

…como todo el que ha vivido absorto en una pasión excesiva le sorprendía descubrir que otros tuvieran notifica de lo que para él había sido un estado íntimo de su conciencia.

 

-Qué raro leer esas cartas de hace tanto tiempo.

-¿Por qué querías que las trajera?

-Para saber cómo era yo entonces.

-Pero en ellas nunca me contabas la verdad.

-Ésa era la única verdad: lo que yo te contaba. Mi vida real era mentira.