Constantemente la
música me acuciaba hacia la revelación de un recuerdo, calles abandonadas en la
noche, un resplandor de focos al otro lado de las esquinas, sobre fachadas con
columnas y terraplenes de derribos, hombres que huían y que se perseguían
alargados por sus sombras, con revólveres y sombreros calados y grandes abrigos
como el de Biralbo.
Pero ese recuerdo que
me agravaron la soledad y la música no pertenece a mi vida, estoy seguro, sino
a una película que tal vez vi en la infancia y cuyo título nunca llegaré a
saber.
No me has mirado aún –dijo-.
Todavía no has querido mirarme.
-No he hecho otra
cosa desde que me llamaste. Antes de verte ya te estaba imaginando.
-No quiero que me
imagines. –Lucrecia se puso un cigarrillo en los labios y lo encendió sin
esperar a que él le diera luego-. Quiero que me veas. Mírame: no soy la misma
de entonces, no soy la que estaba en Berlín y te escribía cartas.
-Me gustas más ahora.
Eres más real que nunca.
-No te das cuenta. –Lucrecia
lo miró con la melancolía de quien mira a un enfermo-. No te das cuenta de que
el tiempo ha pasado. No una semana ni un mes, tres años enteros, Santiago, hace
tres años que me fui. Dime cuántos días estuvimos juntos. Dímelo.
-Dime tú por qué has
querido que viniéramos al Lady Bird.
Pero esa pregunta no
le fue respondida. Lucrecia le dio lentamente la espalda y caminó hacia el
teléfono con las manos hundidas en los bolsillos de su chaquetón, como si le
hubiera dado frío. Biralbo la oyó pedir un taxi, la miró sin moverse mientras
ella le decía adiós desde la puerta del Lady Bird. De un extremo a otro del
bar, en el espacio entre sus dos miradas, percibió como una bofetada lentísima
el tamaño y la oscuridad del abismo vacío que por primera vez era capaz de
medir, que hasta aquello noche y aquella conversación ni siquiera había
vislumbrado. Tapó el piano, lavó las copas en el fregadero, apagó las luces.
Cuando al salir a la calle bajó la cortina metálica del Lady Bird le extrañó
que el dolor no hubiera llegado todavía.
…como todo el que ha
vivido absorto en una pasión excesiva le sorprendía descubrir que otros
tuvieran notifica de lo que para él había sido un estado íntimo de su
conciencia.
-Qué raro leer esas
cartas de hace tanto tiempo.
-¿Por qué querías que
las trajera?
-Para saber cómo era
yo entonces.
-Pero en ellas nunca
me contabas la verdad.
-Ésa era la única
verdad: lo que yo te contaba. Mi vida real era mentira.