domingo, 19 de julio de 2020

El mal de Corcira. Lorenzo Silva.


Suele suceder así: cuando menos te los esperas, cuando mayor es tu confianza, mientras son otras las preocupaciones que te absorben. Es ahí donde nos aguarda, sin piedad, el heraldo oscuro que sabemos que anda siempre al acecho y del que preferimos no hacer mucha cuenta, dándole así el privilegio de sorprendernos y desarbolarnos. Sin previo aviso llega y dice nuestro nombre. Y sólo entonces recordamos que no somos más que hojas que el viento levanta, sostiene en el aire y al final del vuelo, largo o corto, alto o bajo, devuelve sin más a la tierra.

En el país donde vivo la pena de muerte está felizmente desterrada, y nadie, por dura y amarga que sea su suerte, tiene derecho a aplicársela a otro. Quizá sea esta una construcción burguesa, destinada a encubrir los abusos de las clases dirigentes ajo una capa de humanitarismo superficial; en todo caso, es un argumento coherente y consistente en sí mismo, y me sirve para el día a día; algo más que todas esas utopías inflamadas que, la Historia lo demuestra, conducen a una y otra vez a policía políticas, privaciones y mazmorras donde la vida no vale nada, en beneficio de cuatro espabilados que pastan a placer en nombre del pueblo.

Ya no confiesa casi nadie. Eso era de cuando se creía en la culpa. Cuando alguien creía aún tener la culpa de algo, quiero decir. Ahora todo el mundo tiene una justificación, o un culpable alternativo.

Antes de pagar el libro, me detuve a hojearlo, esa sensación cada vez más olvidada de examinar un objeto potencialmente valioso, en la propia mano y hecho de materia ante uno, en lugar de revisar una ficha digital en una página web que sólo ofrece la imagen de una portada y cada como mucho un extracto o un avance. Quizá ese hábito cada vez más extendido en todos los órdenes de la vida, y no sólo en el comercio de libros, nos haya conducido a un pensamiento cada vez más hecho de sinopsis y de tráileres, sin una verdadera profundidad, sin la entrega de tiempo, y, al tiempo, la combinación de conjunto y detalle que lleva a entender de verdad las cosas.

Me dije que tampoco me iba a ser lícito borrar de mi memoria a quella gente que había sido capaz de ver a un niña arrastrarse sin acercarse a socorrerlo; aquella gente que nos miraba desde lejos y desde fuera, que no sentía nada o que a lo mejor creía tener -o tenía, qué más daba- la excusa del horror y del miedo para abstenerse de comportarse como dictaba el imperativo de la más elemental misericordia. Porque ellos, su inacción, su silencio, su bendición implícita, era el mal tanto como el odio y el gatillo y la pólvora que habían empujado las balas.

(...) cambiaron el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para que se ajustaran a lo que querían que dijeran... cuenta que quieres actuaban de forma temeraria y atolondrada pasaron a ser ensalzados por ser más leales al partido que el resto. En cambio, quien se mostró prudente pasó a ser considerado cobarde, quien pedía moderación se vio acusado de ser poco hombre, y a quien apostó por la inteligencia le achacaron incapacidad para la acción. El que se dejaba llevar por la ira era el que se creía digno de confianza, y el que no, sospechoso. A quien se adelantaba a intrigar, a hacer el mal, o empujar a otro a hacerlo, era al que se respetaba, por astuto... los vínculos de sangre llegaron a ser más débiles que los de partido, porque el partido no se fundaba en el bien común, que es lo que inspira las leyes, sino en la codicia y la ambición de poder que animan a los hombres a infringirlas, y entre ellos muchos prefieren creerse listos cuando son unos canallas, antes que dejar que los llamen cándidos por ser personas de bien. El poder y la ventaja sobre el resto se convirtieron, así según él, en el mejor sostén del fanatismo. Y quienes cometían acciones más odiosas más renombre alcanzaban, y quienes eran más mediocres se imponían una y otra vez, porque a ellos no les temblaba nunca el pulso a la hora de actuar.

domingo, 5 de julio de 2020

Fahrenheit 451. Ray Bradbury.

La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, orgien de una pérdida de valioso tiempo.

Los años de universidad se acortan, la disciplina se relaja, la filosofía, la historia y el lenguaje se descuidan; la gente se expresa cada vez peor a tal punto que apenas se recurre ya al uso de las palabras para comunicarse. La vida es inmediata, solo el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto a apretar botones, accionar computadores, encajar tornillos y tuercas?

La mente absorbe cada vez menos. Impaciencia.

El éxodo espoleado por el combustible. Las ciudades se convierten en moteles, la gente siente impulsos nómadas y va de un sitio para otro, siguiendo las mareas, viviendo una noche en la habitación donde tú has dormido durante y el día y yo la noche anterior.

A la gente de color no le gusta El negrito Sambo. Quemémoslo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. Quemémoslo.

A menudo me pregunto si Dios reconocerá a Su Hijo tal como lo hemos vestido... ¿o quizá disfrazado?

¡El conocimiento es superior a la fuerza!
(...)
Ningún hombre sensato abandonará una cosa cierta por otra insegura.
(...)
La verdad saldrá a la luz, el crimen no permanecerá oculto mucho tiempo.
(...)
El diablo puede citar las Escrituras para conseguir sus fines.
(...)
Esta época hace más caso de un tonto con oropeles que de un santo andrajoso de la escuela de la sabiduría.
(...)
La dignidad de la verdad se pierde con demasiadas protestas.
(...)

La tontería de confundir una metáfora con una prueba, un torrente de verborrea con un manantial de verdades básicas y a sí mismo con un oráculo es innato en nosotros.