martes, 4 de diciembre de 2018

El mundo de ayer: memorias de un europeo. Stefan Zweig.


"precisamente el apátrida el que se convierte en un hombre libre, libre en un sentido nuevo; sólo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia."

"Antes de la guerra había conocido la forma y el grado más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos. He sido homenajeado y marginado, libre y privado de la libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea."

"siempre estaba uno encadenado a la colectividad, por más tenaz que fuese su defensa;"

"Se creía tan poco en recaídas en la barbarie por ejemplo, guerras entre los pueblos de Europa como en brujas y fantasmas; nuestros padres estaban plenamente imbuidos de la confianza en la fuerza infaliblemente aglutinadora de la tolerancia y la conciliación. Creían honradamente que las fronteras de las divergencias entre naciones y confesiones se fusionarían poco a poco en un humanismo común y que así la humanidad lograría la paz y la seguridad, esos bienes supremos. Para los hombres de hoy, que hace tiempo excluimos del vocabulario la palabra “seguridad” como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz. Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos respecto a la posibilidad de educar moralmente al hombre."

"Ahora bien, en la vida de todo hombre irremisiblemente llega el momento en que éste reencuentra la imagen de su padre en la suya propia."

"Admirar en éxtasis el talento en todas sus formas lleva ineludiblemente a la introspección, a ver si se puede descubrir una posibilidad o un vestigio de esa esencia tan selecta en el inexplorado cuerpo propio o en la propia alma, medio oscura todavía."

"la capacidad de captar del espíritu, tan sólo se adquiere en los decisivos años de formación y sólo aquel que ha aprendido a expandir su alma a los cuatro vientos a tiempo, es capaz más tarde de abarcar el mundo entero."

"Mientras el partido socialcristiano estaba arraigado en Viena y en el campo y el socialista en los centros industriales, el nacional-alemán tenía a sus partidarios concentrados casi exclusivamente en los territorios fronterizos de Bohemia y los Alpes; numéricamente débil, compensaba su insignificancia con una agresividad salvaje y una brutalidad desmesurada. Sus escasos diputados se convirtieron en el terror y la deshonra (en el sentido antiguo) del Parlamento austríaco; es en sus ideas y sus técnicas donde tiene su origen Hitler, también un austríaco de frontera. De Georg von Schönen tomó el grito de “¡Separémonos de Roma!”, que por entonces seguían con obediencia germánica miles de partidarios nacional-alemanes que, para irritar al emperador y al clero, se pasaron del catolicismo al protestantismo; también de él adoptaron la teoría antisemita de la raza (“En la raza radica la porquería”, decía un ilustre modelo), así como, tal vez lo más importante, la utilización de una tropa de asalto salvaje que dispersaba manifestaciones a puñetazo limpio y, con ella, el principio de la intimidación por el terror de un grupo reducido contra una mayoría numéricamente superior, pero humanamente más pasiva. Lo que las SA hacían para el nacionalsocialismo, dispersar reuniones a fuerza de porrazos, irrumpir en plena noche en las casas de sus adversarios y pegarles palizas, para el partido nacional-alemán lo hacían las asociaciones de estudiantes, que, protegidas por la inmunidad académica, instalaron el terror del garrotazo; militarmente organizadas, acudían al primer grito o silbato para desfilar en cada acción política. Aquellos jóvenes de caras tajadas, borrachos y brutales, agrupados en las llamadas “corporaciones de estudiantes”, dominaban el aula porque, además de llevar gorras y bandas como los otros, iban armados con duros y pesados garrotes; provocando sin cesar, pegaban palizas ya a los estudiantes eslavos, ya a los judíos, ya a los católicos, ya a los italianos, y a los indefensos los expulsaban de la universidad. No hubo “paseo” (como se llamaban los desfiles estudiantiles de los sábados) sin que corriera sangre."

"basta con fijarnos en la moda, pues la moda de un siglo, con sus tendencias en materia de gustos (cosas que se pueden ver y tocar) revela automáticamente también su moral."

"Y sólo algunos especialmente afortunados podían hacer realidad el amor ideal de la literatura de entonces (el único que estaba permitido describir en las novelas): la relación con una mujer casada."

"Se mantuvo independiente y libre incluso de la tentación más peligrosa para la personalidad, la de la fama,"

"Ahora era un hombre libre en mi vida exterior y todos los años posteriores, hasta el día de hoy, no los he dedicado sino a la lucha, cada vez más ardua en estos tiempos actuales, por mantenerme libre también en la interior."

"En esa histórica manzana del Palais Royal habían vivido los poetas y los hombres de Estado de los siglos XVIII y XIX; enfrente estaba la casa en la que tantas veces Balzac y Víctor Hugo habían subido los cien escalones estrechos que conducían a la buhardilla de la poetisa Marceline Desbordes-Valmore, tan querida por mí; allí resplandecía, marmóreo, el lugar desde donde Camine Desmoulins había llamado al pueblo a la toma de la Bastilla;
"no podía soportar que alguien o algo se le acercara demasiado, y sobre todo lo marcadamente masculino le producía un auténtico malestar físico. Le resultaba más fácil entablar una conversación con las mujeres."

"A medida que cambia la distancia de la patria, también cambia la medida interior de las cosas. Muchas pequeñeces que antes me habían preocupado en exceso, a mi regreso las empecé a considerar como tales y dejé de tener a nuestra Europa como el eje eterno de nuestro universo."

"He aquí la diferencia. La guerra del 39 tenía un cariz ideológico, se trataba de la libertad, de la preservación de un bien moral; y luchar por una idea hace al hombre duro y decidido. La guerra del 14, en cambio, no sabía de realidades, servía todavía a una ilusión, al sueño de un mundo mejor, justo y en paz. Y sólo la ilusión, no el saber, hace al hombre feliz. Por eso las víctimas de entonces iban alegres y embriagadas al matadero, coronadas de flores y con hojas de encina en los yelmos, y las calles retronaban y resplandecían como si se tratara de una fiesta."

"No se puede armonizar la guerra con la razón y el sentimiento de justicia. La guerra, que necesita de un estado de exaltación sentimental, exige entusiasmo por la causa propia y el odio al enemigo. Ahora bien, es propio de la naturaleza humana que los sentimientos arrojados no se prolonguen hasta el infinito, ni en el individuo ni en el pueblo, cosa que sabe perfectamente la organización militar. Por eso le hace falta un estímulo artificial, un dopping constante de excitación, y esta labor de incitación les correspondía a los intelectuales, los poetas, los escritores y los periodistas (con buena o mala conciencia, llevados por su honradez o por rutina profesional). Habían hecho redoblar el tambor del odio con fuerza, hasta penetrar en el oído de los más imparciales y estremecerles el corazón."

"He aquí, pues, lo que diferenciaba, para bien, la Primera Guerra Mundial de la Segunda: la palabra todavía tenía autoridad entonces. Todavía no la había echado a perder la mentira organizada, la “propaganda”, la gente todavía hacía caso de la palabra escrita, la esperaba. En tanto que en 1939 ni una sola manifestación de un escritor producía el más mínimo efecto, ni para bien ni para mal, y en tanto que hoy ni un solo libro, opúsculo, artículo o poesía conmueve el corazón de las masas ni influye en su pensamiento, en 1914 una poesía de catorce versos, como aquel “Canto de odio” de Lissauer, una declaración tan necia como la de los “93 intelectuales alemanes” y, por otro lado, un artículo de ocho páginas como el “Au-dessus de la mêlée” de Rolland o una novela como Le feu de Barbusse, podían llegar a convertirse en todo un acontecimiento. Y es que la conciencia moral del mundo todavía no estaba tan agotada ni desalentada como lo está hoy, aún reaccionaba con vehemencia, con la fuerza de una convicción secular, ante cualquier mentira manifiesta, ante toda violación del derecho internacional y de los derechos humanos. Una violación de la ley, tal como la invasión de la neutral Bélgica por Alemania, algo que hoy apenas sería objeto de críticas serias, desde que Hitler ha convertido la mentira en una cosa natural y ha elevado a la categoría de ley todo acto antihumano, en aquellos días todavía era capaz de sublevar al mundo de un extremo a otro."

"No, los culpables no eran los paseantes, los indolentes y los despreocupados, sino única y exclusivamente aquellos que con sus palabras instigaban a la guerra. Pero también lo éramos nosotros, si no dirigíamos contra ellos las nuestras."

"prolongan la carnicería y, detrás de ellos, el coro que han alquilado, todos esos “charlatanes de la guerra”, como los estigmatizó Werfel en su bello poema. El que exponía una duda, entorpecía su actividad política; al que les daba una advertencia, lo escarnecían llamándolo pesimista; al que estaba en contra de la guerra, que ellos mismos no sufrían, lo tachaban de traidor. Era la pandilla de siempre, eterna a lo largo de los tiempos, que llamaba cobardes a los prudentes, débiles a los humanitarios, para luego no saber qué hacer, desconcertada, en la hora de la catástrofe que ella misma irreflexivamente había provocado. Era la misma pandilla que se había burlado de Casandra en Troya y de Jeremías en Jerusalén; yo nunca había comprendido tan bien la tragedia y la grandeza de estos personajes como en aquellas horas, demasiado parecidas a las que vivieron ellos. Desde el principio no creí en la victoria y una sola cosa sabía con seguridad:"

"Era la pandilla de siempre, eterna a lo largo de los tiempos, que llamaba cobardes a los prudentes, débiles a los humanitarios, para luego no saber qué hacer, desconcertada, en la hora de la catástrofe que ella misma irreflexivamente había provocado. Era la misma pandilla que se había burlado de Casandra en Troya y de Jeremías en Jerusalén;"

"la guerra ya hacía dos años que duraba, con lo que había cumplido con su cruel tarea de desencanto."

"Una profunda grieta recorría el pueblo de arriba a abajo; el país se había desintegrado, por decirlo así, en dos mundos diferentes; en el frente, los soldados que combatían y sufrían las más terribles privaciones; en la retaguardia, los que se habían quedado en casa, los que seguían llevando una vida despreocupada, llenaban los teatros y encima sacaban provecho de la miseria de los demás."

"Le exasperaban los políticos y aquellos a los que, para su vanidad nacional, nunca les bastaban los sacrificios de los demás."

"Cada vez que el tiempo avanza veloz y se precipita, aquellos que saben lanzarse a las olas sin vacilar toman la delantera.
Quisiera una lengua que estuviera por encima de las lenguas, una lengua a la que sirvieran todas las demás. No puedo expresarme del todo en inglés sin incluirme en una tradición.
"por doquier se hacía evidente que a todo el mundo le resultaba insoportable aquella sobreexcitación, aquel enervante tormento diario en el potro de la inflación, como también era evidente que toda la nación cansada, de la guerra, en realidad anhelaba orden y sosiego, un poco de seguridad y de vida burguesa, y que en secreto odiaba a la República, no porque reprimiera esta libertad desordenada, sino, al contrario, porque le aflojaba demasiado las riendas."

"Nada fue tan funesto para la República Alemana como su tentativa idealista de conceder libertad al pueblo e incluso a sus propios enemigos. Y es que el pueblo alemán, un pueblo de orden, no sabía qué hacer con la libertad y ya buscaba impaciente a aquellos que habrían de quitársela."

"Nada envenenó tanto al pueblo alemán, conviene tenerlo siempre presente en la memoria, nada encendió tanto su odio y lo maduró tanto para el advenimiento de Hitler como la inflación. Porque la guerra, por horrible que hubiera sido, también había dado horas de júbilo con sus repiques de campanas y sus fanfarrias de victoria. Y como nación irremisiblemente militar, Alemania se sentía fortalecida en su orgullo por las victorias provisionales, mientras que con la inflación sólo se sentía ensuciada, engañada y envilecida; una generación entera no olvidó ni perdonó a la República Alemana aquellos años y prefirió llamar de nuevo a sus carniceros."

"Sólo un libro que no cese de mantener su nivel página tras página y me arrastre hasta el final de un tirón y sin dejarme tomar aliento me produce un placer completo. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro llenos de descripciones superfluas, de diálogos plagados de cháchara y de personajes secundarios innecesarios; resultan demasiado extensos y, por lo tanto, demasiado poco interesantes, demasiado poco dinámicos."

"soy un ejemplo de lo poco que un contemporáneo de hoy sabe de los hechos que cambian la faz del mundo y su propia vida, si no es que por casualidad se encuentra en el lugar donde ocurren."

"Era francamente difícil a veces morderse la lengua ante errores notorios. Era doloroso ver cómo una propaganda magistralmente escenificada abusaba precisamente de la suprema virtud de Inglaterra, la lealtad, la sincera voluntad de dar crédito a cualquiera desde el principio y sin pedirle pruebas. Una y otra vez se pretendía hacer creer que Hitler sólo quería atraer a los alemanes de los territorios fronterizos, que luego se daría por satisfecho y, en agradecimiento, exterminaría al bolchevismo; este anzuelo funcionó a la perfección. A Hitler le bastaba mencionar la palabra “paz” en un discurso para que los periódicos olvidaran con júbilo y pasión todas las infamias cometidas y dejaran de preguntar por qué Alemania se estaba armando con tanto frenesí. Los turistas que regresaban de Berlín, donde, con toda previsión, se les había guiado y halagado, elogiaban el orden que allí reinaba y a su nuevo amo;"

"había estudiado demasiada historia, y escrito sobre ella, como para no saber que la gran masa siempre se inclina hacia el lado donde se halla el centro de gravedad en cada momento. Sabía que las mismas voces que hoy gritaban “¡Heil Schuschnigg!” mañana rugirían “¡Heil Hitler!”."

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