martes, 27 de junio de 2017

El cuento de la criada. Margaret Atwood

Pronto descubro que en realidad no me avergüenzo. Disfruto con el poder... Abrigo la esperanza de que lo pasen mal mirándonos y tengan que frotarse contra las barreras, subrepticiamente. Y que luego, por la noche, sufran en los camastros del regimiento. Ahora no tienen ningún desahogo a excepción de sus propios cuerpos, y eso es un sacrilegio. Ya  no hay revistas, ni películas, ni ningún sustituto; sólo yo y mi sobra alejándonos de los dos hombres.
 
Hay más de una forma de ser libres, decía Tía Lydia. Puedes gozar de algunas libertades, pero también puede liberarte de ciertas cosas. En los tiempo de la anarquía, se os concedían ciertas libertades. Ahora se os concede vivir libres de según qué cosas. No lo menospreciéis.
 
Mujeres independientes que tomaban decisiones. Se vestían con blusas abotonadas que sugerían las diversas posibilidades de la palabra "suelto". Aquellas mujeres podían ser sueltas; o no. Parecían capaces de elegir. en aquellos tiempos, nosotras parecíamos capaces de elegir. Éramos una sociedad en decadencia, decía Tía Lydia, con demasiadas posibilidades de elección.
 
Se balancean como si anduvieran sobre unos zancos desiguales; tienen la espalda arqueada a la altura del talle y las nalgas prominentes. Llevan la cabeza descubierta y el cabello a la vista con todo lo que tiene de oscuro y sexual; los labios, pintados de rojo, delinean las húmedas cavidades de sus bocas como los garabatos de la pared de un lavabo público de otros tiempos. me detengo. Deglen se para junto a mí y comprendo que ella tampoco puede apartar la mirada de esas mujeres. Nos fascinan y a la vez nos repugnan. Parece que vayan desnudas. Qué poco tiempo han tardado en cambiar nuestra mentalidad con respecto a esta clase de cosas.
 
No me cuesta imaginar la curiosidad de esta gente; ¿son felices?, ¿cómo pueden ser felices? Siento sus ojos brillantes sobre nosotras, cómo se inclinan un  poco hacia delante para oír nuestras respuesta, sobre todo las mujeres, aunque los hombres también; somos un misterio, algo prohibido, los excitamos.
 
Sí, somos muy felices -murmuro. Tengo que decir algo. ¿Qué otra cosa puede decir?
 
Lo normal, decía, es aquello a lo que te acostumbras. Tal vez ahora no os parezca normal, pero al cabo de un  tiempo os acostumbraréis. Y se convertirá en algo normal.
 
¿Qué pretende, sino vivir de la forma más agradable posible? ¿Acaso los demás queremos otra cosa? El inconveniente está en lo posible.
 
Será más sencillo para las que vengan después de vosotras. Ellas aceptarán sus obligaciones de buena gana. Pero no decía: porque no habrán conocido otro modo de vida. Decía: porque no querrán las cosas que no pueden tener.
 
Nuestra felicidad, es en parte, recuerdo.
 
Una rata que está dentro de un laberinto es libre de ir donde quiera, siempre que permanezca dentro de él.
 
Resulta extraño recordar lo que solíamos pensar, como si lo tuviéramos todo al alcance, como si no existieran las contingencias, ni los límites; como si fuéramos libres de modelar y remodelar eternamente los perímetros de nuestra vida, en expansión permanente.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario