miércoles, 17 de agosto de 2016

Master and Commander. Patrick O'brian.

" Sabe también como yo que el patriotismo no es más que una mera palabra que viene a significar mi país, para bien o para mal, lo cual resulta infame, o bien en mi país reside siempre la verdad, lo cual denota imbecilidad. 
[...]      

... He sentido una profunda repulsa hacia las masas enfervorecidas, hacia sus diversas motivaciones, de modo que no daría un solo paso para cruzar la sala del parlamento en aras de una reforma, o para impedir la unión o con vistas al advenimiento del nuevo milenio. Hablo únicamente en representación de mí mismo, en mi mente reside mi única verdad y me es indiferente el hombre en cuanto parte de esa multitudinaria concatenación. Es inhumano. Nada tengo que ver con las naciones o los nacionalismos reivindicativos. Mis únicos sentimientos se despiertan en torno al individuo mismo y mis lealtades sirven únicamente a los particulares. "

jueves, 4 de agosto de 2016

La invención del amor. José Ovejero.

Los hombres que viven solos, a partir de cierta edad, cuando han dejado de creer que la vida en pareja podría ser placentera o excitante, a menudo tienen poca vida social; las mujeres, incluso las resignadas o decididas a permanecer solteras como aquella amiga que me dijo: "mi mitad inferior ha dejado de interesarme", mantienen contactos, salen, hablan de sí mismas y de otras amigas, necesitan piel, voz, intensidad igual que los hombres necesitan distancia, silencio, indiferencia. quizá aún no he alcanzado esa edad o esa resignación y por eso aún procuro combatir la tentación de no ducharme si no voy a salir, de no afeitarme o no cambiarme de calzoncillos, de dejar los platos sucios sobre la mesa, de no llamar a nadie durante días. Aunque no tenga muchos amigos y tampoco eche de menos una vida social más intensa, procuro evitar esa sensación de encierro, de relación enfermiza con pantallas y artilugios, con los espacios cerrados, con el monótono rumiar de mi conciencia, con la embarazosa existencia de quien no siente más que  cuando se le impone un drama televisado.

Estás muerto cuando deja de atraerte el placer, cuando ya no piensas más que en evitar el aburrimiento y no te importa que tu vida sea más ausencia -de dolor, de pasión, de entusiasmo- que contenido. El mayor enemigo de la felicidad no es el dolor, es el miedo. Para estar realmente vivo tienes que estar dispuesto a pagar un precio por lo que obtienes. Y ahí es donde yo fallo. Me estoy volviendo perezoso; me cuesta pagar por obtener y tiendo a conformarme con lo que me sale gratis.

Es sabido que queremos que los ojos del otro reflejen no lo que somos, sino aquella persona que nos gustaría ser, aunque tengamos que cargar para ello con la sensación de insuficiencia al intentar adaptarnos a esa imagen ideal, más bien a esa deformación al intentar adaptarnos a esa imagen ideal, más bien a esa deformación favorecedora de nosotros mismos. Y luego, en general, con el paso del tiempo, acabamos conformándonos con quienes somos, dejamos de fingir, reprochamos al otro que espere de nosotros más de lo que podemos darle, olvidando que justo eso era lo que le habíamos prometido. Sólo las parejas que acaban reconociendo el fraude y deciden renegociar lo que cada uno tiene que ofrecer, llevándolo a un plano más realista, tienen posibilidades de durar con un mínimo de felicidad. Casi nunca me he encontrad con una de esas parejas. como mucho conozco a algunas que en lugar de empezar una guerra de reproches se acostumbran a usar un tono irónico con el que dan a entender que, aunque finjan creer las imposturas del otro, saben quién vive detrás de la máscara, y se comprometen a no arrancársela.

Y lo que no sé es si ese día que uno deja de preocuparse por los ruidos de sus tripas, por disimular las propias funciones fisiológicas, si ese día que no te importa que el otro te oiga cagando, es el día en el que el amor se acaba o el día en el que el amor empieza. ¿Entiendes lo que quiero decir?

No, por ahora no he sido capaz de una relación lo suficientemente larga como para sentirla cotidiana  que las costumbres adaptadas en pareja -desayunar los domingos en la cama, repartirnos el periódico de manera que uno reciba siempre primero las noticias políticas y el otro las culturales o las económicas o las de deportes, seguir tal o cual serie televisiva determinado día de la semana, llamarse a ciertas horas desde el trabajo, saber sin preguntar quién hace la compra, cuándo o quién lava y quién seca los cacharros-, sean parte de mi vida, sean mi vida.

Carina duerme vuelta hacia la pared. Su espalda desnuda es más joven que ella; sólo sé expresarlo así; porque su mirada, su boca, incluso sus manos tienen una biografía, un pasado de deseos cumplidos y de deseos frustrados, mientras que su espalda parece protegida de todo, lisa, virgen.

Envejecer nos afea, no hay vuelta de hojas, y me pregunto si será posible a pesar de todo mirarse con deseo; o si el deseo será sustituido por otro sentimiento que ahora no conozco o no identifico.