¡Fuego!
Un papelillo entero de misto se consume en la empresa incendiaria; pero al fin
el héroe tiene el gusto de ver quemada y humeante la cola del monstruo. Éste se
defiende con ferocidad de la quijadas, que remedan los fuelles de Vulcano. Lucha
desesperada, horrible, titánica. El fuego, penetrando por los huecos de la
apretada tripa, abre largas minas y galerías, por donde el aire se escapa con
imponente bufidos. Otras partes del monstruo, carbonizadas lentamente, se
retuercen, se esparraman, se dividen en cortecillas foliáceas. Durísima vena
negra se defiende de la combustión y asoma fiera por entre tantas cenizas y
lavas…
Era
español puro en la inconstancia, en los afectos repentinos y en el deseo de
aplausos.
Pensar
que tres españoles, dos de ellos de poca edad, pueden estar en el lugar más
solemne sin sacar de este lugar motivo de alguna broma, es pensar lo imposible.
Paseaba
por lugares solitarios, buscando esa dulce impresión que traen al alma los
objetos extraños y no vistos constantemente.
En
el estado actual del mundo, la vida sin moneda es una vida teórica, un mecanismo
fisiológico, que hace de los hombres muñecos para divertir a los verdaderos
hombres, a los que están provistos de aquel jugo vital.
¡Y
pensar que había en España diez millones de seres con ojos y manos, que no
sabían escribir…! ¡Y que él, hombre capaz de enseñar a escribir al pilón de la Puerta
del Sol no tuviese qué comer…! ¡Qué anomalías, y qué absurdos, y qué
contrasentido tan desconsolador! ¿Pero esto era una nación o una horda?
… estás en edad en que los duelos pasan pronto, sin dejar huella. No quieras hacerte superior a tus años, prolongando tu dolor más de lo que corresponde y desmintiendo tu niñez florida.