martes, 12 de agosto de 2025

Hombre caído. Fernando Aramburu.

Todos los años, al llegar el invierno, las relaciones entre vecinos se tornan esporádicas, de lo cual me alegro. Salvo excepciones, el contacto se reduce a encuentros fortuitos en la calle. No me considero una persona insociable; simplemente no tengo necesidad de estar acompañado a todas horas, sonriendo sin ganas y fingiendo interés por asuntos ajenos que me causan un mortal aburrimiento.

 

A mí me iban a costar mucho esfuerzo pues carezco de destreza para traducir a lenguaje oral mis emociones, especialmente si son intensas o han de parecerlo.

Siempre me he defendido mejor por escrito. Esto no significa que por escrito me defienda bien, simplemente me siento más seguro, menos expuesto a las vacilaciones y la timidez.

 

Su hija le había dicho que lo odiaba. ¿Cómo se le puede decir a un padre semejante barbaridad? Un hombre cercano a los sesenta, cada vez más metido en achaques, en soledades tristes, viudo desde hacía pocos meses, que no tenía más que aquella hija.

Él desea creer que fue un arrebato. Son cosas que se dicen sin pensar. Ahora bien, que no se piensen no significa que no se sientan. Y aún menos que no hagan daño.

En algún sitio había leído que la cólera se asemeja a la ebriedad y a la locura. Al derribar las paredes del disimulo, descubren las verdades escondidas.