Todos los años, al llegar el
invierno, las relaciones entre vecinos se tornan esporádicas, de lo cual me
alegro. Salvo excepciones, el contacto se reduce a encuentros fortuitos en la
calle. No me considero una persona insociable; simplemente no tengo necesidad
de estar acompañado a todas horas, sonriendo sin ganas y fingiendo interés por
asuntos ajenos que me causan un mortal aburrimiento.
A mí me iban a costar mucho
esfuerzo pues carezco de destreza para traducir a lenguaje oral mis emociones,
especialmente si son intensas o han de parecerlo.
Siempre me he defendido mejor por
escrito. Esto no significa que por escrito me defienda bien, simplemente me
siento más seguro, menos expuesto a las vacilaciones y la timidez.
Su hija le había dicho que lo
odiaba. ¿Cómo se le puede decir a un padre semejante barbaridad? Un hombre
cercano a los sesenta, cada vez más metido en achaques, en soledades tristes,
viudo desde hacía pocos meses, que no tenía más que aquella hija.
Él desea creer que fue un
arrebato. Son cosas que se dicen sin pensar. Ahora bien, que no se piensen no
significa que no se sientan. Y aún menos que no hagan daño.
En algún sitio había leído que la
cólera se asemeja a la ebriedad y a la locura. Al derribar las paredes del
disimulo, descubren las verdades escondidas.